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CARTA DESDE ALEMANIA

Los profetas: los grandes olvidados (I)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Ya en el colegio se aprende que un profeta es un hombre que habla en nombre y por inspiración de Dios, o bien que es una persona que predice el futuro, por inspiración sobrenatural.

La teología alemana moderna lo define así: un profeta es un anunciador y un intérprete de un mensaje divino. En el Antiguo Testamento de la Biblia se menciona a muchos profetas, cuya labor fue criticar el estado de cosas de la época en que fueron apareciendo, animar a los que les escuchaban a que tuvieran una actitud crítica frente a su vida y a tener en cuenta las consecuencias que les podía deparar una vida disipada; al mismo tiempo les exhortaban a cambiar su comportamiento y a poner en manos de Dios el presente y el futuro de sus vidas. En realidad, y como los retrata a menudo la Biblia, se trataba por lo general de contemporáneos muy incómodos, ya que de forma categórica y sin hacer compromiso alguno ponían al descubierto todas las anormalidades de la vida diaria, llamando perentoriamente, tanto a los gobernantes como a la casta sacerdotal y a la masa del pueblo, a cumplir las leyes de Dios. Por eso fueron combatidos, perseguidos e incluso asesinados por muchos gobernantes y también por la jerarquía sacerdotal reinante.

 

Uno de los más renombrados teólogos y filósofos suizos, Walter Nigg, en su día catedrático de Historia de la Iglesia, además experto en el tema de los santos católicos y propulsor del ecumenismo, en uno de sus libros más famosos, “Prophetische Denker” (Pensadores proféticos), aseguró que la casta sacerdotal es el enemigo más grande de los profetas. Es más, en dicho libro Nigg escribe que “el asesinato de los profetas es el pecado de todos los siglos”, lo que junto a la afirmación contenida en la pregunta del mártir cristiano, san Esteban, “¿A qué profeta no han perseguido vuestros padres?”, caracteriza de modo especial la obra de este teólogo suizo.

 

Sea como sea, sin los profetas el ser humano no sabría nada sobre Dios, el ser omnipotente en el que creen millones de personas de las más diferentes religiones, igual sea el nombre que le atribuyan. El profeta Amós (3,7) aseguraba incluso que “el Señor Dios no hace nada sin comunicárselo a su servidores los profetas”. De este modo, los profetas de Israel no obraban en virtud de su cargo, sino en base a su relación especial con Yahvé, el Dios de Israel. Tales profetas estaban absolutamente convencidos de que Dios se les manifestaba a ellos personalmente, dándoles una tarea determinada. Toda la profecía de Israel, base de las tres religiones más importantes del mundo, era medida en tanto un profeta daba a conocer verdaderamente la palabra de Yahvé. Y así se mide hasta en nuestros días a dicha profecía, y se cree y acepta sin reparos lo que expresaron profetas como Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Zacarías y muchos más, así como las mujeres profetas Sara, Miriam, Débora y Huldah, entre otras, en general como mujeres mucho menos conocidas en los escritos usuales, tal vez porque se cree o piensa que de una labor divina de tal envergadura sólo se puede hacer cargo un hombre.

 

Algunos teólogos católicos actuales dan una visión bastante clara de lo que piensa su Iglesia sobre una posible profecía actual. Pero aunque en una de sus publicaciones sobre la profecía se opine que “después de Jesús de Nazaret, todos sus seguidores son investidos con el poder del Espíritu para ser testigos del Resucitado”, no deja de notarse que allí se habla de “testigos” y se hace con ello una diferencia entre los profetas habidos antes de Jesús de Nazaret y algunos seguidores surgidos después de la muerte del Nazareno. Se habla también de “figuras señeras, mensajeros de Dios que han iluminado la marcha de la humanidad”, y se nombra a algunos como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, Juana de Arco, Brígida de Suecia, Hildegarda de Tréves o Bartolomé de las Casas, incluyendo a otros más cercanos a nosotros, como Martín Lutero o Martin Luther King, “muertos por su compromiso profético”. Ya no se habla entonces de profetas como tales, sino de “testigos”, “figuras señeras” y de “compromiso profético”. No obstante, esto no hace sino dar mayor autoridad a lo manifestado por los profetas del Antiguo Testamento, que expresaban lo que Dios les decía en su interior, por lo que sería interesante examinar algunas de sus profecías. Desde ya, se puede establecer que si bien se respeta e incluso venera a tales mensajeros por haber expresado la palabra viva de Dios, poco caso se ha hecho y se sigue haciendo de lo que dijeron, con el trágico resultado de que la humanidad ha perdido con ello el contacto con la palabra directa de Dios a los hombres, desperdiciado la oportunidad de solucionar los problemas que la aquejan. Ninguna medida posterior de parte de las autoridades eclesiales ha logrado superar este vacío. La prueba de ello es el estado catastrófico del mundo.

 

Pero, ¿puede ser posible que un ser divino, del que se dice que ama infinitamente a todos sus hijos, los haya abandonado definitivamente a su suerte? En tiempos de catástrofes, crisis de todo tipo, ¿puede ser que Dios realmente calle y ya no mande a sus profetas como lo hizo antes de la venida de su hijo, el profeta más grande de todos los tiempos, y sólo aparezcan en la vida humana “figuras señeras”, pero ya sin el don profético?

 

En vista de que los gobiernos, las instituciones de la ciencia y la economía, así como tampoco las instituciones basadas en la teología pueden dar una solución duradera a los problemas que afectan actualmente a la humanidad, merecería la pena ocuparse de nuevo con los grandes olvidados, los profetas, ya que su mensaje, si se cree que vino del Creador, como tal sólo puede haber tenido un carácter universal, válido no sólo para la época en que fue expresado. Más fascinante aún sería el descubrir que Dios efectivamente no deja solos a sus hijos, aunque respete el libro albedrío que les dio para creer o no en su mensaje a través de un profeta actual. Sin duda que existe el peligro de que este mensaje volviera a ser ignorado, o acallado oficialmente del modo lamentado por el teólogo suizo Nigg, pero tal vez ha llegado el momento en que toda persona deba liberarse de los moldes impuestos por ritos, dogmas, ceremonias y tradiciones, que por todo lo que se sabe no son algo que hayan instituido el Creador o su Hijo, y se atreva a emplear su propia capacidad de raciocinio y decisión. Los cristianos saben que Jesús de Nazaret dijo que cada ser humano es el templo del Espíritu Santo. ¿Por qué entonces no arriesgar el prescindir de los autodenominados intermediarios tradicionales, con toda su literatura producto de sus elucubraciones intelectuales teológicas, para aprender a escuchar el mensaje del Espíritu en el templo del interior? En Alemania existe desde hace unos 35 años una alternativa, la palabra profética a través de una mujer, conocida entretanto en muchos países del mundo por sus numerosas publicaciones y programas de radio y televisión. Quien no se atreva a salirse de los moldes milenarios impuestos por la tradición y se ate a la opinión de los teólogos, no podrá comprobar que el Creador jamás ha dejado ni dejará solos a sus hijos y que ahora les vuelve a tender la mano. Pero, así como antes, también ahora vuelve a decir: Quien lo quiera aceptar que lo acepte, y quien lo quiera dejar que lo deje. Mayores informaciones en www.universelles-leben.org. (Continuará).

 

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