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ESPAÑA - DE MADRID Y SUS COSTUMBRES

El Mantón de Manila

El famoso “Mantón de Manila” símbolo de un Madrid castizo que va desapareciendo engullido por la modernidad
El famoso “Mantón de Manila” símbolo de un Madrid castizo que va desapareciendo engullido por la modernidad
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
El tradicional mantón, generalmente de paño más o menos grueso o de pura lana, también conocido como pañoleta, manto, mantilla, chal o rebozo, es una prenda de abrigo de diversa superficie, que ha sido muy utilizado por la mujer española, desde la época de la dominación romana hasta esta centuria, para protegerse de los descensos de temperatura y muy particularmente de los fuertes fríos invernales, que en los pueblos y ciudades del interior de la Península Ibérica, como sabe el lector, son muy intensos como corresponde a un país montañoso de clima continental.

Por lo tanto, hay que reconocer que el clásico mantón, manto, pañoleta, mantilla, etc., como queramos llamarle, ha sido una prenda de abrigo, como decíamos antes, de notoria necesidad durante muchos siglos. Y que todavía sigue usándose, sobre todo, en los pueblos. Aunque las modernas modas lo van desterrando. Este benéfico mantón "pobre" de provechosa utilidad en las temporadas gélidas, no imaginaba que iba a tener un tremendo rival deslumbrante y rico al máximo, aunque su fin era muy otro.

En el siglo XVI al descubrirse nuevas rutas oceánicas en todos los mares del planeta y colonizar los españoles las islas Filipinas, que se convierten a partir de ese momento en una gran factoría económica en medio del Pacífico, el comercio con los países asiáticos, especialmente China, adquiere un extraordinario auge con un inusitado cambio de productos de todo tipo. La gran China, cuna de la civilización de la humanidad, resulta la gran exportadora de múltiples mercancías de su milenaria y amplia industria artesanal de prestigioso atractivo.

Y entre otros valiosos y codiciados objetos, llega a Manila, la capital de las Filipinas, camino de España y América (principalmente de Cuba), el mantón de seda primorosamente bordado, que pronto se hace famoso con el nombre de mantón de Manila, que todavía conserva, cuando en realidad su verdadero origen es de China. Aquí en España y especialmente en la Corte, se convierte en la ensoñación de las mujeres distinguidas. El mantón de Manila con sus variados y vivos colores que representan mil dibujos fantásticos, plantas. flores y pájaros de vistosos plumaje, es una fina y exquisita obra de arte hecha con un material precioso y de esmerada calidad: la seda. Es el no va más en confección femenina. Y se convierte en uno de los mejores adornos para toda clase de fiestas en el buen tiempo.

Resalta la belleza de la mujer. Aumenta considerablemente su poder de seducción y encanto. La da un especial atractivo con este complemento oriental y exótico. La hace destacar de forma sobresaliente en las galas de sociedad. Y, por supuesto, se impuso como costumbre novedosa y de buen gusto. Primero, en las clases aristocráticas y burguesas. Después, el embelesador "mantón de Manila" llega a las clases medias y al pueblo. Y se hace el "rey" de las mujeres. Las artistas lo usan con suma gracia, donaire y "salero" desde el escenario y el "tablao". Y lo consideran un principal elemento de su arte.

Los poetas lo llevan a sus versos, relacionándolo con los dardos de Cupido y sendos lances de amor. Los pintores al lienzo como hechizante atavío de bellas mujeres. Y los dramaturgos lo realzan en sus zarzuelas de un Madrid castizo y chulapón, que hizo del "mantón de Manila" su aderezo típico en las jubilosas romerías y verbenas de un pueblo jaranero, que sabía divertirse a los compases melodiosos de valses, pasodobles y chotis de la música de un organillo; con igual lucimiento que en los lujosos salones de las animadas y solemnes fiestas de la aristocracia.

En todas partes triunfó el "mantón de Manila", trenzado con multitud de historias de amor, requiebros y galanteos de un ayer socialmente espléndido, hoy convertido en polvo y olvido. De vez en cuando, todavía se ve algún glorioso ejemplar en los "toros", en un estreno teatral durante el verano, en alguna fiesta, en los balcones de una calle por la que va a pasar una procesión..., como evocando los pretéritos tiempos de su pasada grandeza.
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