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Opinión:

Viaje y escritura

Por Adolfo Vera Peñaloza (*) (desde Concón, Chile)

viernes 05 de febrero de 2016, 14:15h
Viaje y escritura

05FEB-16.- Termino un nuevo cuaderno. Terminar un cuaderno se asemeja, o debería hacerlo, a abandonar un lugar en el que se está de paso. El lugar: la escritura. Nunca se está fijo en ella. Quienes buscan estarlo lo hacen por miedo al peligro que implica todo viaje verdadero. El peligro, aquí, no es otro que perderse en un lugar extraño. Sin embargo, un viaje sólo merece ser llamado tal cuando culmina en la más desoladora pérdida (de sí mismo, de algún otro o de lo que sea): sólo perdido uno puede llegar a conocer –o desconocer- un lugar extraño.

Charles Baudelaire
Charles Baudelaire

Y sólo quien se desconoce a sí mismo, y practica por tanto un anti-soctratismo sistemático –“desconócete a ti mismo”- puede llegar a conocer lo desconocido. Quien asuma la escritura como un viaje a lo desconocido –“cielo u enfer, qu’importe!” (Baudelaire) habrá de hacerlo desde su propia imposibilidad (allí donde la imposibilidad propia, la muerte, y la de la escritura misma, el silencio, son una y la misma cosa); por ello escribirá únicamente desde el fragmento. En el siglo pasado, ninguno como Walter Benjamin mostró, en la práctica, cómo la escritura de uno que ha asumido el viaje como destino vital no puede más que ser una escritura fragmentada, cortada, violentada por el tiempo. Quien escribe subido en los trenes no pretende escribir tratados sistemáticos: su propia vida está teñida con la incertidumbre de quien espera en una estación. Esa incertidumbre, a veces, se transforma en ansiedad, incluso en desesperación: allí la escritura es un rayo solar que existe para cegar a quien se atreva a recibirlo (por esto Lichtenberg no sólo abogó por el perfeccionamiento del para-rayos en las iglesias, sino por el que habían de utilizar también sus lectores). El fragmento contra el sistema: el nómade contra el sedentario. El nómade es quien sale de su hogar a enfrentar el peligro de lo desconocido. El sedentario, aquel que prefiere la paz de lo siempre-igual. Por lo anterior, todo pensamiento que añora la certeza, sea cual sea, es un pensamiento sedentario que busca la estabilidad y la uniformidad de lo siempre-igual.

El pensamiento nómade surge siempre del hastío. Quien viaja por desesperación y no por placer, es decir, quien efectivamente “viaja” –y no emprende meramente un “tour”- lo hace porque posee una sensibilidad extremadamente aguda para el hastío. El caso más significativo, e inaugural, de esta relación en la época moderna no es otro que el de Baudelaire. Viaje y hastío son en Baudelaire experiencias equivalentes (por eso habló del “horror al puerto” y, una vez embarcado, ansiaba volver al lugar del que había partido).

Del mismo modo, la escritura nómade surge siempre del hastío de sí misma. Por ello es una escritura que se relativiza y se pone en duda: es una escritura “desconfiada” (como la de Lihn, otro que viajaba por desesperación).

(*) Adolfo Vera Peñaloza es Doctor en Filosofía y Profesor

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