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Opinión:

¿Segunda transición o vuelta a empezar?

Por Luis Méndez (*) y enviado por José Antonio Sierra

lunes 14 de diciembre de 2015, 01:47h

Telón de fondo

13DIC-15.- La mayoría de los libros de Historia, especialmente los más conservadores, reseñan fechas y hechos, pero nunca referidos a un contexto social, es decir, indicando cómo vivía la gente en ese momento. Ese dato que se obvía es esencial, porque es el motor verdadero de la Historia. Por ello, antes de continuar, establezcamos ese telón de fondo diciendo que en el buque insignia del sistema, es decir, EE.UU., se cree que los hijos de esta generación vivirán peor que sus padres. No hace falta recordar lo de los resfriados allí y las gripes aquí

Necesidad de una segunda transición

Frente a los embates sociales, económicos, políticos, morales que estamos sufriendo, se está convirtiendo en tópica la idea de que necesitamos una segunda transición. Una especie de borrón y cuenta nueva para salir de la situación en la que estamos y progresar. Así, de entrada, suena esperanzador. Pero ¿no estará ya lastrado ese segundo impulso por su propio nombre? ¿Por qué?

La transición ejemplar

Las palabras no son neutras, menos en política o derecho. Un adjetivo puede hacer inoperante al sustantivo que acompaña, o por el contrario, otorgarle una fuerza de la que carecería solo.

La palabra transición tenía --tiene – sustancia por si misma, ya que daba la idea de temporalidad, es decir, de un puente provisional para pasar de la orilla de la dictadura a la de la democracia. Pero esto ahora suena algo superficial, como esos discursos en los colegios, en fechas conmemorativas de la Constitución, donde los niños incluso juegan a ser parlamentarios.

Pero, gracias a la perspectiva del tiempo, aparte de las obligadas mejoras (1) vemos que al margen de determinadas concesiones, lo que de verdad se planificó y consiguió fue lo siguiente: a) que el régimen saliera limpio de polvo y paja, sin mácula histórica que lastrara prestigios y políticas posteriores; b) la evitación de un acta de responsabilidades políticas y penales; c) la consagración del sistema económico y de las raíces que lo nutren; d) la garantía de que el nuevo régimen se mantendría dentro del encuadramiento geopolítico de los últimos cuarenta años (ay de los españoles ingenuos que quieren entender de política nacional despreciando la internacional).

Seguramente, a esos deseos se unieron unas lógicas cautelas provenientes de lo que estaba sucediendo en Portugal (25 de abril de 1974) y de la existencia de un partido comunista con cierto peso en la realidad española. Recuérdense las tensiones en las fechas de su legalización.

Respecto a la izquierda, la Transición lleva al recuerdo de aquella frase de Cánovas de que españoles eran los que no podían ser otra cosa. Efectivamente, no siempre se acepta lo que se desea. Ahí está la muy gráfica frase de Tierno Galván sobre que había que subir por las escaleras, y no por el ascensor, aunque esta frase hace referencia al tempo, no a contenidos ni intenciones.

En definitiva, que el espíritu de la Transición tuvo su momento y no se puede volver a invocar sin el peligro de caer en los mismos errores. De repente surge la duda de si Alfonso Guerra no nos dijo todo sobre la pizarra de Surennes, y si no habría a su lado una segunda pizarra con la Transición de la Transición.

Efectos de la transición

Sería un error interpretar que lo arriba dicho es una descalificación total de tal pacto. Efectivamente, la fuerza de la izquierda era relativa, y nuestros antecedentes históricos de derrotas populares invitaban más al paso a paso que al salto. Incluso en aquel tiempo muchos habrían exclamado con razón ¡¿pero qué salto, con qué?!

En el otro lado de la balanza también pesan positivamente las movilizaciones, las huelgas, los sacrificios producidos (cerca de 600 víctimas mortales), la presión internacional –lo cual también significaba una hostilidad muy peligrosa para todos si no se llegaba al pacto--, lo que sucedía en Portugal, la progresiva expansión de un espíritu democrático de mano del desarrollo económico, para el cual el anterior régimen ya no valía, etc.

Aparte de que nadie gozaba de presciencia y de que cualquier cosa podía acontecer. No hay que olvidar aquel amenazador “bunker”, expresión de la extrema derecha, que amenazaba con una reacción virulenta; ni la dictadura de los coroneles en Grecia, recién extinguida en 1974, pero habiendo dejado fresca memoria de su horror, o la operación Cóndor, que sobrevolaba la realidad del momento.

Es decir, posiblemente el gran error de la izquierda (no de la derecha sin siglas, que ha recuperado posiciones) no estriba en haber pactado lo pactable, sino en haber desaprovechado aquellas parcelas que se le iban abriendo, y en las cuales no arrojaron convenientemente las semillas más políticas y sociales. Por el contrario se inició una operación camaleónica en la que se asumieron conceptos y principios de la propia derecha, se cambiaron los contenidos ideológicos por eslóganes publicitarios (Mírala, mírala, y no sé qué mas…), y en ocasiones hasta se llegó a asumir las razones del contrincante, al extremo de que el efecto de aquello es que hoy todo el mundo es de centro. Hay que reconocer que la UCD supo escoger su nombre. Y la pena es que los de centro de verdad ya no lo sean.

Dudas sobre una segunda transición

Ante tal panorama, cuando se habla de una segunda Transición, --o transición—, cuando se habla de reforma de la Constitución, de un cambio en la orientación, de regeneración, etc., etc., uno se pregunta si se evalúa que la correlación de fuerzas de hoy no es la misma que la del 78. Y entonces asalta el siguiente temor: ¿no se pretenderá en realidad trastocar el espíritu de un estado democrático y social por el del vigente artículo 135 de la Constitución? (De nuevo, el poder de la palabra: si a los ciudadanos se les llama ya súbditos, mal van las cosas en Europa).

A todo esto hay que añadirle una pregunta: ¿por qué el separatismo aparece siempre en los peores momentos, justificativo al final de cambios que siempre, han ido a peor?

Se dirá: ahí están Podemos y Ciudadanos como fuerzas renovadoras. Pero ambas son expresión de un descontento desperfilado, puede incluso que de un recambio planificado cuya estrategia en última instancia desconocemos (recuérdense las sorpresas de Grecia). Hasta ahora sólo sabemos de las tácticas más evidentes de esas fuerzas. Y creo que no se pueda adscribir a Ciudadanos a un horizonte que vaya más allá del actual neoliberalismo europeo, lo cual no es nada innovador.

Del PP y del PSOE tenemos el antecedente de que han votado juntos entre un 50 y un 70% de veces, y en cuestiones sustantivas como, economía, finanzas, empleo, asuntos sociales, seguridad, política exterior, etc.

Ante tal panorama, cuando se hable de esa segunda transición habría que poner especial cuidado en qué consiste y dejarnos de fórmulas dadas y repetitivas. Ese es uno de los grandes males de España: somos más dados a copiar que a crear originalmente. Se dirá, pues la Transición fue novedosa. Más bien no, ahí está la Restauración, como antecedente no tan lejano.

Por todo ello será bueno que cuando se hable de la segunda transición preguntemos expresamente sobre privatizaciones, bancos, finanzas, rescates, flexibilizaciones laborales, recortes sociales, cargas fiscales, distribución de la renta, sistema electoral y cosas así que no siempre quedan suficientemente tratadas ni aclaradas.

(*) Luis Méndez Funcionario de la Administración local de Málaga.

Si se lee el último informe congresual de la UCD se verán con sorpresa todas las importantes modificaciones realizadas en España.

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