Por muy exhaustivos que sean los controles del equipaje de todos los pasajeros, esto no es suficiente, si, al mismo tiempo, no se revisa, minuciosamente, la bodega de los aviones, y se controlan los turnos del personal encargado de introducir las maletas en la zona habilitada para ello en el “vientre” de los aparatos.
También es cierto que con miles de vuelos y aviones operando, continuamente, en todo el mundo es muy difícil lograr que no se produzca ningún atentado terrorista. Parece que en el caso de este avión, si hubiera habido más control de la bodega del avión no habría llevado una bomba que explotó en pleno vuelo.
A ver si sirve de aviso para no descuidar la seguridad en ningún punto de los aeropuertos, ni siquiera en los que no parecen susceptibles de ser peligrosos. Cualquier detalle que se descuide puede ser mortal de cara a la seguridad de los viajeros.
Los que quieren atentar buscan los puntos débiles de los aeropuertos, y por lo que se ve, los encuentran. El personal que trabaja en los aeropuertos debe ser muy profesional, ya que si no es así, la seguridad salta hecha añicos.
También es cierto que la seguridad absoluta no existe. Porque pueden producirse fallos técnicos de diverso tipo, y las contingencias imprevistas pueden desorganizar, hasta cierto punto, el funcionamiento de cualquier aeropuerto, aunque estén previstas con protocolos específicos.
Si, en todos los países del mundo hubiera el mismo riguroso nivel de seguridad en los aeropuertos, habría menos accidentes y menos atentados, pero como parece que no es así, las consecuencias saltan a la vista. Quizás en un aeropuerto de Estados Unidos un atentado de este tipo no se hubiera producido. Porque los controles son, extremadamente profundos y estrictos, en relación con los pasajeros y las maletas. Y se supone que deben de disponer de personal trabajando que son de plena confianza.
(*) José Manuel López García es Doctor en Filosofía y Profesor