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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

La luz y las tinieblas

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

viernes 06 de noviembre de 2015, 03:24h
La luz y las tinieblas

No hay nada más maravilloso para un escritor, para un escritor de garra, de esos de toda la vida que escriben hasta que se mueren y donde les dejan sean los periódicos de gran tirada que las paredes del metro si les dejaran, que levantase por la mañana sentarse ante la mesa, antaño frente a los papales, los folios con el boli o la pluma de ganso ahora ante la impoluta pantalla luminosa del ordenador y ponerse a escribir.

Ese es el momento sagrado más importante del día, pienso que semejante al del sacerdote cuando en pie se pone ante el ara del altar dispuesto a iniciar una día más el Santo Sacrificio de la Misa, sobre todo ahora que se ha ido perdiendo el sentido de lo sagrado.

Mi amigo Gironella sabía mucho de eso, la pasión que sentía, el amor hacia ese momento, y no digamos mi maestra Pepi, que adoraba los libros y ponerse a escribir, viene también a mi mente el gran Graham Green, ese maestro inglés que no le dieron el premio nobel por pura envidia de sus congéneres, porque era demasiado famoso y había ganado ya demasiado dinero. Sí, Graham Green el autor del guión de “El tercer hombre” que llevaran a la pantalla el genio de Orson Welles con música de Antón Caraj y rodada en sus escenas finales en el Prater vienes, ese Prater que me pateé cuando era más joven en compañía de mi hermana que está en los cielos, mi hermana Mercedes, porque sepan que si el cielo existe es precisamente para albergar la figura algo regordeta, paciente y de ojos muy abiertos de mi hermana Mercedes. Sí, el cielo existe, y existe precisamente porque Dios lo ha creado para dar cobijo a mi buena hermana, una de las mujeres más buenas que ha dado el mudo después de la Santísima Virgen.

Graham Green me recuerda a Londres, donde iba tantas veces de joven a ver teatro con voracidad, musicales, dramas, lo que se prestase… Con mi hermana, con mi madre, con mis novias, con mis amigos con mi mujer. Viena y el Prater, Londres y Hyde Park, Copenhague y el Tívoli, Amsterdam y la casa de Ana Frank. Ciudades donde paseaba mi juventud absorbiendo como una esponja la felicidad de vivir.

Ahora en un raro burdel puedo hallar la humanidad que no encuentro en un palacio, y en la más vulgar burguesía la que no encuentro en cierta aristocracia.

Doy siempre gracias a Dios de haber tenido los padres que he disfrutado, el nivel de vida que he tenido y el país en el que me ha tocado nacer.

Conservo, lectores, la misma ilusión que tenía a los veintitantos años ahora que paso de los setenta y he de confesar con mi mala salud de hierro que cuando estoy en forma puedo aún ser el mejor.

Estos últimos días me ha tocado en suerte despedirme para siempre de mis amigos Paco Alfonso Paúl y José Luis Rodríguez Argenta, este segundo muerto en el pueblo de Melón (Orense) en la Galicia profunda donde se retiró a vivir con su musa Merche.

Ese día aún reciente fue muy duro, José Luis era y es uno de los poetas más maravillosos, claros y profundos que ha dado nuestra patria en la segunda mitad del siglo XX. Íntimo amigo suyo desde la juventud me ha tocado el mal trago desde Madrid de hacer como un pequeño Gabinete de Prensa y hacerle un poco de publicidad. La que no ha tenido en la fase final de su agitada vida. Como pueden comprobar fue muy triste todo, desde el ramo de flores enviado por ”Interflora” con ese rollo macabeo de la tarjeta de crédito, las repetidas llamadas, hablar con la viuda un par de veces más, pagarlo para que después no llegara o llegara tarde.

El recuerdo de Argenta me conmueve y me parte el alma, sí, fue un día aciago, negro, el mundo de la muerte, del entierro, de la nota de prensa o el obituario o el artículo inefable como lo queráis llamar cuyo contenido los tenéis en Internet y en el Faro de Vigo.

A la caída de la tarde tuve la ocurrencias de llamar por teléfono a mi párroco, don Francisco Pérez, para más señas y encargar una misa por mi amigo el que había iniciado ese último viaje del que nunca has de tornar, como dice Machado con un verso tan ajustado como los de José Luis.

Y fue así, como hecho polvo o migas, como diría mi padre, cuando me acerqué a San Marcos a oír esa misa por mi amigo, esa misa oficiada por ese mi otro amigo.

Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno, pero lo más maravilloso es tenerlos en el cielo como mi hermana Mercedes y en esta tierra como mi amigo el párroco.

Éramos muy pocas personas, al poco de entrar dolido como estaba, más bien sumido en las tinieblas de la muerte, de la muerte de mi amigo que era como decir un poco la muerte de mi mismo y en algunos momentos, quién sabe, peor aún, pues la muerte vista desde fuera puede tener un rosto más terrible que vista desde dentro, además pensaba en su mujer, en Merche, tan sola allí perdida. Hacía varios domingos que no acudía a la parroquia y de pronto escuché de boca de mi párroco las mismas palabras que Cristo pronunciara hace más de veinte siglos, pero que como salidas de un lugar infinito y sin embargo muy cercano, decían, me decían: “Tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dijo; TOMAD, ESTO ES MI CUERPO. Y después tomando el cáliz se lo pasó a ellos y bebieron y les dijo: ESTA ES MI SANGRE, la sangre de la alianza que será derramada por todos”.

Oh, Dios mío, qué fuerte sonó aquello como si jamás lo hubiese escuchado antes. ESTO ES MI CUERPO. ESTA ES MI SANGRE.

Esto, eso que estaba viendo, que estábamos viendo no más de las ocho personas que poblábamos los bancos.

Esto es mi sangre, esto es mi cuerpo. Hablaba en primera persona y lo decía con la seguridad que tenía un hombre antes de morir….Y el casi viejo párroco nos lo ofrecía ahora para comer, para beber.

Era tan fuerte aquello, era tan generoso, tan tremendo, que el Reino de la Luz iluminó toda la iglesia y todas nuestras almas y yo miserable pecador que había permanecido toda la jornada braceando sumido en la ciénaga de las tinieblas y de la muerte me acerqué a pesar de todo a gustar ese banquete inmerecido, ese banquete de valor eterno, el mismo cuerpo y la misma sangre de la voz que resucitó a Lázaro, de la voz que tiene palabras de vida eterna. Pues quien le come, quien le bebe en esta vida tantas veces tan triste no morirá para siempre. Y él sabía que los hombres comíamos y bebíamos, no sabíamos hacer otra cosa.

Comprendí entonces que mi amigo - buscador de la verdad y la belleza – sí él, mi amigo, y Jesús en persona, y yo, nos dábamos la mano en ese instante y sentí gratitud hasta las lágrimas por esa promesa inefable pronunciada en una santa cena que ahora se repetía, entrada ya la noche.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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