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Opinión

Una imagen. Sobre Aylan Shenu

Por Adolfo Vera (*) desde Concón - Chile

domingo 06 de septiembre de 2015, 20:47h
Una imagen. Sobre Aylan Shenu

Concón – Chile - 05-09-15.- El siglo veinte fue aquel que nos acostumbró a las imágenes del horror: aquello que se había iniciado con las famosas fotografías de los acribillados por el ejército francés de Thiers durante la Comuna de París –un plano general de una hilera de improvisados ataúdes conteniendo cuerpos de obreros destrozados por las balas, envueltos con unos viejos paños y dejando al descubierto sus fisonomías proletarias- fue continuado con las primeras imágenes captadas de los sobrevivientes de los campos de concentración por el cineasta norteamericano Samuel Fuller, o por aquellas fotografías tomadas desde el interior mismo de un campo nazi por un Sonderkommando judío y que según Georges Didi-Huberman, quien magistralmente las analizó en un libro importante[1], son como una suerte de “jirones arrancados del infierno”; igualmente, todos hemos visto –y nos hemos acostumbrado a ella- la famosa fotografía, tomada por Nick Ut, de la niña vietnamita que corre desnuda huyendo del Napalm.

[1] Cf. Didi-Huberman, Georges, Imágenes pese a todo, ed. Paidós.

Son imágenes que deberían remover hasta el último centímetro, primero, de nuestra piel y sangre y, después, de nuestra conciencia, sin embargo en gran medida nos hemos acostumbrado a ellas.

La fotografía que comenzó a circular ayer por la prensa europea y las redes sociales –la gente la “publicaba” compulsivamente en sus muros de Facebook- que muestra al pequeño Aylan Shenu, de 4 años, tendido boca abajo en la playa de Ali Hoca Burnu cerca de la ciudad turística turca de Bodrun, nos ha –a nosotros que, sin embargo, estamos tan habituados a las imágenes del horror- estremecido. ¿Lo ha hecho realmente? La imagen fue captada por una joven fotógrafa llamada Nilufer Demir, de 29 años, y que trabaja para la agencia turca DHA. En una entrevista publicada al finalizar el día de ayer por el periódico francés Le Monde[1], ella señala que como dicha playa suele ser un lugar de tránsito habitual de inmigrantes que se dirigen hacia Europa, desde hace años junto a sus colegas fotógrafos se dirige semanalmente –se turna junto a sus colegas- a captar imágenes que puedan resultar “interesantes” para representar lo que ella define como un drama humano sin comparación; en esta rutina, no es primera vez que capta imágenes de cadáveres que el mar arroja a estas playas, las que suelen ser visitadas por turistas de las clases acomodadas turcas. Cuando el miércoles 2 de septiembre recién pasado, a eso de las 6AM, Nilufer llegó, como tantas otras veces, a la playa de Ali Hoca Burnu, no tardó en descubrir, junto a otras personas que allí se encontraban, el cadáver del pequeño Aylan tendido boca abajo. En la mencionada entrevista, la fotógrafa indica que le tomó sólo unos instantes reponerse del estupor –es una profesional- y se dirigió con premura a captar una serie de fotografías dentro de la que se encuentra aquella que ayer circuló por millones de pantallas repartidas por el mundo entero.

¿Hasta qué punto –nos preguntábamos recién- nos ha estremecido esta imagen atroz? ¿Por qué justamente esta imagen produce este efecto mundial, y no aquellas otras que, por decenas, vienen apareciendo en nuestras pantallas cuando observamos las informaciones que circulan por lo menos desde que hace ya algunos años estalló la guerra en Siria o hace un par vimos por decenas las imágenes de niños muertos como consecuencia del genocidio perpetrado por Israel en Palestina? Esta misma pregunta se hace el teórico de las imágenes francés André Gunthert en su blog L’atelier des icônes (absolutamente imprescindible para quienes se interesen en la “política de las imágenes”)[2]. La respuesta de Gunthert va por el lado de una definición de lo que él concibe como el proceso mediante el cual una imagen se convierte en “ícono social”. Naturalmente, hay muchas otras fotografías que reflejan con similar crudeza el horror que significó la guerra de Vietnam, sin embargo ninguna otra pudo imponerse como un “ícono” de dicho horror como lo hizo la imagen de esa niña corriendo desnuda por una carretera, intentando desesperadamente no ser alcanzada por las llamas del Napalm. ¿Obedece ello a las características puramente estéticas de dicha fotografía, a la capacidad que tuvo el fotógrafo –como la joven Nilufer, que captó al pequeño Sylan muerto en la orilla de esa playa- para captar el “instante decisivo”? Obviamente todo eso cuenta, pero no es lo más relevante: el asunto se juega más bien por el lado del contexto, y éste siempre es político. Una imagen es política –no toda imagen lo es- como consecuencia de un proceso de apropiación que dista con mucho de reducirse a cuestiones de estética (o de semiología) y corresponde más bien al complejo proceso de circulación y apropiación (la que puede ser crítica o no, conservadora o “progresista”, etc.) de la imagen misma. Es por ello que –continúa Gunthert- a algunos periódicos les convino más publicar otra fotografía de la serie captada por Nilufer en la que se aprecia a un policía turco tomando con cuidado el frágil cuerpo del pequeño Aylan. ¿La policía todavía puede ejercer su rol de “salvadora”? Aquí comienza el juego de las interpretaciones, pero está claro que el significado de ese primer plano del pequeño Aylan tendido boca abajo como un objeto más arrojado por el mar no es el mismo que el de aquella del policía tomándolo en sus brazos.

En el libro ya mencionado, Georges Didi-Huberman reseña una gran polémica que tuvo lugar como consecuencia de una exposición en la que se mostraban esas 4 fotos tomadas por un “agente de seguridad” judío de los campos nazis –los llamados Sonderkommando, cuya función era velar por el orden mientras sus compañeros eran conducidos a las cámaras de gases, entre otras “tareas”- y que opuso a quienes pensaban que esas imágenes debían mostrarse y comentarse sin ninguna restricción (el propio Didi-Huberman y Jacques Rancière, entre otros) y quienes sostenían que el horror, la Shoah (la Catástrofe), debía comprenderse ante todo como lo “irreprensentable”, y que todo comentario y análisis, en última instancia, atentaba contra esa verdad (y aquí se situaba el propio Claude Lanzmann, autor de la famosa película documental Shoah)[3]. Por mi parte, pienso que hoy en día –con el advenimiento y consolidación de las llamadas “redes sociales” y la circulación indiscriminada y a veces demencial de imágenes e información- este debate resulta estéril. Nada podemos contra el desarrollo tecnológico, como no sea (y esto no es poco) tomar conciencia crítica, distancia, de lo que vemos. Esta distancia pasa, me parece, por el nombrar. Walter Benjamin señaló, en sus señeros textos sobre la fotografía, que una imagen exige ser nombrada, para cobrar así su sentido (político en primera instancia). En el caso de la fotografía que comentamos, se trataba de conocer –como gesto mínimo- el nombre de aquel niño, Aylan Shenu, para comenzar a darnos cuenta que no era otro objeto arrojado por el mar a las costas turcas, sino un niño pequeño como muchos de nuestros hijos, con sus sueños y esperanzas (en ese entonces, cuando huía, todo se reducía para él, es muy probable, a cruzar el mar, lo que no logró). El gesto político habría comenzado ahí, al conocer el nombre antes de publicar como autómatas su terrible imagen en los muros de Facebook, impidiendo de tal suerte que ella quedase, desnuda y sin nombre, junto a otras imágenes de publicidad. Sólo así nos dejaremos de acostumbrar a las imágenes del horror.

(*) Adolfo Vera es profesor de Filosofía

[1] http://www.lemonde.fr/arts/article/2015/09/03/nilufer-demir-photographe-le-monde-attendait-une-image-qui-fasse-bouger-les-choses_4745176_1655012.html

[2] http://imagesociale.fr/2022

[3] https://www.youtube.com/watch?v=j4lwwAda6x8

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