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Se ha extinguido la inquietante mirada de Javier Krahe

Se ha extinguido la inquietante mirada de Javier Krahe

Por Concha Pelayo (*)

martes 14 de julio de 2015, 00:26h

Fue en diciembre de 2013 y, posteriormente, al año siguiente por las mismas fechas, cuando Javier Krahe vino a cantar a la Cueva del Jazz. Un Javier, esquelético, talla infantil –imagino-, de apariencia fría y mirada más fría todavía. Así apareció en la sala, sobre el escenario, y ya parecía anunciar su marcha, tanto por su aspecto como por su discurso. En su vida parecía haberlo hecho todo, lo había gastado todo. Sus canciones, casi monólogos, eran mordaces, atrevidas, insolentes, geniales. Dos conciertos míticos ante un público entregado que abarrotaba la Cueva del Jazz.

Javier deleitó con sus canciones/reflexiones: “Me gusta la democracia porque está como ausente” y a todos nos pareció que acertaba porque la democracia se nos ausentó y no hay quien la pille. Otra de sus letras: “yo no complazco peticiones” cuenta la historia de una novia que tuvo y que se le murió pero debió resucitar porque: “y yo con la corona como un gilipoooollas”. Cantaba y miraba a diestra y a siniestra para ver las caras del entusiasmado auditorio. Hay que ponerse en situación.

Javier provocaba las carcajadas aunque a él no se le escapara ni una sonrisa. Un filósofo que enlazaba versos conocidos con sus propias frases. Un conferenciante de notoria intelectualidad que, en vez de hablar, ponía algo de ritmo a sus palabras. Un hombre de gestos y de mímica, aparentemente frío, que provocaba la hilaridad. Un hombre de mirada turbadora aunque parece que no te miraba. Su equipo: un guitarrista, un bajo y un flautista, lo acompañaban y le seguían, y juntos formaban un solo cuerpo. Artistas como deben ser los artistas: rompedores y provocadores, diciendo con descaro lo que les parece esta hipócrita sociedad. Y mientras cantaba Javier Krahe los miembros del grupo bebían agua, cerveza, whisky con hielo o sin él. La Cueva del Jazz se apuntó un nuevo tanto y los zamoranos nos fuimos muy satisfechos.

“No todo va a ser follar” decía otra de las letras de Javier y repetía el estribillo una y otra vez y uno no sabía si en el fondo lo que quería decir era que nos follaban demasiado desde el Poder. Todos lo hacen demasiado últimamente y a Krahe le jodía, cómo no.

Un tipo duro, mujeriego, vividor, de esos que olfatean la hembra a distancia, como el perro de caza a la presa, y sus letras lo pregonaban continuamente. Al final no sabía si era “Mariví o Maribel”. Nadie como este cantautor para convertir lo más pueril en sesuda reflexión.

Allí en la Cueva del Jazz, los más nostálgicos, gentes que admiraban al cantante, que vieron como fue consolidándose su profesión; amigos, conocidos y desconocidos, gentes que le admiraban sinceramente y que no quisieron perderse la oportunidad de verle actuar en directo, a él y a su grupo, perfectamente integrados dentro de sí mismos, conformando un todo. La complicidad, las pícaras sonrisas, el aparente y cuidado desaliño, hicieron las delicias del público.

Sí, Javier Krahe era la imagen de alguien que había vivido al límite sin tener que dar explicaciones, alguien ya de vuelta de todo, escéptico, alguien que se burla de sí mismo.

Se nos ha ido un poeta, un filósofo y un personaje singular. Nos deja un vacío, deja huérfanos a sus músicos y deja a la Cueva del Jazz sin su tercer concierto. Descansa en paz.

(*) Concha Pelayo. Escritora. Miembro de AECA y FEPET.

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