www.euromundoglobal.com

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

El Sacerdote (Relato muy breve para jueves santo)

A la memoria de José Camón Aznar

lunes 30 de marzo de 2015, 00:35h
El Sacerdote (Relato muy breve para jueves santo)

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

El viejo sacerdote caminaba lentamente arrastrando los pies por la nave lateral de la catedral gótica. Venía desde la girola y marchaba hacia la enorme puerta principal sobre la cual aún iluminaba el rosetón de colores construido hacía seiscientos años.

Era Jueves Santo, la caída de la tarde, habían terminado los oficios y era preciso cerrar la catedral. El viejo sacerdote con las llaves tintineando en la mano derecha iba sintiendo ese olor indefinible a humedad y silencio que él llamaba el aroma de la eternidad, pasó las dos capillas laterales con los enterramientos góticos de reyes, nobles y obispos. ¡Cuánto hubiese deseado a lo largo de su vida que el Señor le mostrase una escena del Evangelio, solo una!. Desde seminarista había sentido ese curioso deseo. Ahora ya era viejo, muy viejo y la hermana muerte no debía andar lejos, pronto tendría por propio conocimiento directo la presencia total de Dios, de la historia bíblica y de su santa redención.

Giró las llaves de la inmensa cerradura y los portones quedaron clausurados, hubo un eco en las tres naves de la inmensa catedral. El sacerdote se sentó en el último banco, como era humilde le gustaba hacerlo así. Sin saber como empezó a meditar sobre el mal en el mundo, las guerras interminables con sus horribles atrocidades, los miles de niños que morían de hambre con los vientres abultados e intensos dolores, el tráfico de órganos de niños asesinados en Sudamérica, la corrupción en su propio país, la mendicidad, el desarraigo y la miseria de muchos, las epidemias en distintos lugares sin medicinas, la opulencia egoísta y sangrante de algunos países… Suspiró. Se encajó las lentes de vista cansada, como era Jueves Santo abrió el Evangelio según San Mateo en el pasaje del juicio de Jesús ante Poncio Pilato, gobernador de Roma en Judea: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús respondió, “Tú lo dices”. Seguía el juicio y en la penumbra de la catedral, el sacerdote releyendo aquellas frases hechas carne de su propia carne a lo largo de su larga vida, volvió a releer: “Estando en el tribunal, la mujer de Pilato mandó decirle a su marido; “No resuelvas nada contra ese justo, porque he sufrido mucho hoy en sueños por causa de él”.

El corazón del viejo se enterneció, qué piadosa debía de ser la mujer de Pilato, qué nobles sentimientos hacia Jesús, qué humanidad. De pronto se le ocurrió pensar ¿qué soñaría, cuáles serían aquellas horribles pesadillas que la hicieron sufrir tanto y a las que únicamente alude San Mateo? El sacerdote entornó los párpados unos momentos, pensaba en ello cuando de pronto una luz vivísima y de extraordinaria blancura iluminó toda la catedral. El libro cayó de sus manos y oyó una voz.

-- Silvestre, Silvestre, no temas, el Señor ha escuchado tus deseos desde tu juventud.

El sacerdote abrió los ojos anonadado.

-- ¿Quién eres?.

-- Soy tu ángel de la Guarda. El señor me envía para saciar tu sed, para que veas con tus ojos mortales lo que aconteció hace cerca de dos mil años. ¿Qué deseas ver?.

Silvestre palideció.

-- ¡Oh, soy ya muy viejo, mi cuerpo cansado no aguantaría ningún viaje por pequeño que fuese!

-- Nada temas – dijo el ángel -, estaré siempre a tu lado, te protegeré con mi luz y con mi calor. No sentirás la artrosis ni el frío, en el paraíso eso no existe.

-- Está bien – sonrió el viejo – me gustaría… presenciar el juicio del Señor, ¡ah, y conocer qué soñó la mujer de Poncio Pilato!

-- Acércate a mí – dijo el ángel - que te voy a cubrir con mi luz.

El viejo sintió un dulcísimo calor por todo el cuerpo, los ojos se le llenaron de lágrimas, era la ingravidez, una emoción indescriptible. De pronto se encontró en Jerusalén, en el palacio de Pilato. El Señor en persona, con una túnica blanca estaba de pie ante el gobernador, al fondo los sumos sacerdotes, los ancianos y una inmensa muchedumbre gritando y vociferando. A toque de trompeta se hizo el silencio. Pilatos se paseaba entre las columnas con cierta majestad que ocultaba inquietud. De pronto miró a Jesús.

-- ¿Eres tú el rey de los judíos?.

-- ¿Dices esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mi?- respondió Jesús.

Silvestre y el ángel eran invisibles, lo contemplaban todo. El ángel le dice al viejo cura.

-- Pilatos es elegante, inteligente y justo, pero tiene una limitación.

-- ¿Cuál?.

-- El valor. No tiene suficiente valor, ya verás.

El gobernador continuaba paseando.

-- ¿Soy yo acaso judío?. Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?.

Hubo un silencio.

-- Mi reino no es de este mundo – dijo Jesús -. Si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilatos se detuvo pensativo. Un silencio espeso flotaba en el aire. De pronto un centurión se acercó. Pilatos le mira. El centurión se acerca más, casi a su oído.

-- Señor. La gobernadora me envía a decirle muy encarecidamente que por lo más sagrado no condene a ese justo, porque ha sufrido mucho hoy en sueños por causa de él.

Pilatos se separó, le temblaba un pequeño músculo en la mandíbula, parecía petrificado.

Silvestre dijo al ángel.

-- Ahora quiero ver los sueños de esa mujer piadosa.

El ángel respondió:

-- No era piadosa, ahora verás la realidad, voy a llevarte al infierno.

-- ¿Al infierno? – balbuceó el viejo temblando.

-- Nada temas. Voy contigo. Mi luz te protegerá.

Silvestre y el ángel cayeron durante un tiempo infinito hasta una profundísima sima, allí encontraron un valle gélido y tenebroso. La oscuridad era absoluta pero se veía con el alma, el frío era total pero se sobrevivía, comprendió el pasaje del rechinar de dientes, sus escasos dientes rechinaban y se hubiesen partido a no ser por el calor que le insuflaba el ángel. Silvestre, espantado, contempló el lugar donde se engendraba el más puro egoísmo, la ira, el rencor, el resentimiento, la envidia, la avaricia, la gula, la lujuria, la crueldad, la violencia… todos los males que maceraban a la humanidad, triturándola. De pronto se oyó la voz de Satanás, era como el sonido de millones de cristales rotos, como uñas que rascaran el yeso, como alaridos de torturados, como el trueno de una explosión nuclear.

-- Hagamos soñar a la gobernadora, se nos viene encima la Redención, el perdón de los hombres y de las mujeres, con esa sangre santa, con ese perdón redentor se me escapan millones de almas por los siglos de los siglos. Es preciso que Cristo no muera, que no padezca. Es preciso que Pilato le absuelva, le perdone.

Inmediatamente el viejo y el ángel vieron a la gobernadora debatirse en su litera, sudaba copiosamente. Soñaba con la flagelación del Señor, con el Monte Calvario, con la crucifixión, con la agonía, con sus últimas palabras, con su descenso de la cruz. Veía a su esposo cediendo ante el populacho. Ella se convulsionaba pero no conseguía despertarse. Después veía a Pilato de viejo en Roma, todas las tardes se lavaba las manos en el Tíber cuyas aguas se teñían de rojo y de sangre. Al fin veía a su esposo caer a las tinieblas gélidas de Satanás y un grito y un espasmo terrible la despertaban. “Es preciso evitarlo, es preciso – murmuraba sudorosa, sentada ya en la litera -.

El ángel abrazó en su luz a Silvestre y lo elevó con la velocidad del rayo desde las moradas de Satanás, hasta el Imperio Romano, hasta Jerusalén, hasta el palacio de Pilatos.

En el semblante del gobernador se traslucía la lucha entre la duda, la justicia y el miedo. De pronto le dijo a Jesús:

-- ¿Luego tú eres rey?.

--Tú lo dices, yo soy rey. Yo para eso nací y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Pilato se detuvo, toda su fina inteligencia patricia y romana se sintió conmovida por la voz de Jesús y sus palabras. Le miró y respondió como preguntándose a sí mismo.

-- ¿Y qué es la verdad?.

Después se removió. Buscaba la forma de indultar a Jesús, sabía, intuía que era inocente pero el pueblo gritaba cada vez más y más, era como un rugido terrible. El gobernador de estilizada figura comenzó a temblar.

-- ¿Qué queréis que haga con el que llamáis rey de los judíos?.

El griterío era ensordecedor.

-- ¡! Crucifícalo!, ¡crucifícalo!!.

-- ¿Pero qué mal os ha hecho?

Recordaba las palabras del centurión, el sueño de su esposa, deseó no haber nacido, no ser gobernador, por un instante odió a Roma y se odió a sí mismo, sintió náuseas; pidió una jofaina con agua y una toalla.

Se estaba enjugando las manos ante Jesús, ante el pueblo, los sumos sacerdotes y los ancianos, cuando algo desencajado, exclamó.

-- ¡Ahí tenéis a vuestro rey, haced con él lo que os plazca!.

El Señor volvió por unos segundos el rostro hacia Silvestre.

El viejo sacerdote sintió en su corazón el peso de los pecados de la humanidad y hubiese caído fulminado a no ser porque el ángel le sostuvo.

Jesús pareció sonreírle levemente, después y mientras era entregado al populacho, se oyó el espantoso grito de fiera de Satanás cayendo aún más profundamente derrotado en su valle de las sombras.

Con esas imágenes multicolores del Maestro de espaldas, con la túnica blanca, la túnica sagrada y los ojos arrasados en lágrimas, el viejo miró al ángel.

-- Es hora de regresar – sonrió envuelto en luz.

El sacerdote viajó cerca de dos mil años y así, como anestesiado, notó que alguien le zarandeaba por los hombros.

-- Padre Silvestre. Padre Silvestre. Que es Viernes Santo.

El viejo abrió los ojos.

-- ¿Se ha quedado dormido toda la noche aquí?.

El joven párroco le miraba entre preocupado y lleno de ternura.

-- ¡Oh –carraspeó el viejo -, vengo de muy lejos!.

-- Venga, padre – le ayudo a levantarse.

-- El Señor es misericordioso…. Se ha acordado de mí…

-- Venga, vamos, está usted aterido, le prepararé un café.

El joven sacerdote llevaba a Silvestre casi entre sus brazos. Las bóvedas de la inmensa catedral comenzaban a colorearse débilmente con la primera luz del nuevo día.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (19)    No(0)

+
0 comentarios
Portada | Hemeroteca | Índice temático | Sitemap News | Búsquedas | [ RSS - XML ] | Política de privacidad y cookies | Aviso Legal
EURO MUNDO GLOBAL
C/ Piedras Vivas, 1 Bajo, 28692.Villafranca del Castillo, Madrid - España :: Tlf. 91 815 46 69 Contacto
EMGCibeles.net, Soluciones Web, Gestor de Contenidos, Especializados en medios de comunicación.EditMaker 7.8