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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

El Estado del Bienestar

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

miércoles 25 de marzo de 2015, 01:59h
El Estado del Bienestar

Desde el Neanderthal, desde la edad de piedra hasta casi nuestros días el hombre que dejaba de trabajar, que dejaba de proveer para su despensa, indefectiblemente desaparecía de nuestro planeta.

Sería normal pensar, como decía San Pablo, “el que no trabaje que no coma”. Si nos ponemos un poco a reflexionar sobre esta realidad pueden erizarse nuestros cabellos y sentir un profundo estremecimiento a la vez que una intensa gratitud por el hecho de haber nacido en el siglo XX o XXI y en un país avanzado como es la España actual perteneciente al hemisferio norte, a una zona templada, poblada y civilizada. Asida o perteneciente al Mercado Común Europeo y con una legislación muy avanzada y perfecta. En un mundo tan complejo, viviendo en una estructura urbana alejada del campo y de sus huertas, del bosque y sus animales. Sin ser cazadores ni agricultores, sin ser nómadas, solo seres sedentarios que solo sabemos hacer una o dos cosas y nada más. Nuestro futuro sería aterrador de no existir eso que consideramos tan normal y que sin embargo no lo es y que llamamos el “Estado del Bienestar”. O sea una organización humana, jerarquizada, estable y extensa llamada Estado que provee a sus hijos, a sus súbditos, a sus ciudadanos de todo lo necesario para su subsistencia, hasta que biológicamente sus organismos corpóreos llegan a su final más absoluto.

Cuando están en activo esto generalmente si se piensa no se siente. Cuando dejas de estar en activo, esto es integrado en la máquina de la producción que parece darte un derecho a tenerlo todo por el solo hecho de estar trabajando (lo que tampoco sería muy exacto), cuando te jubilas o te jubilan comienzas a sentir el estremecimiento, la gratitud a la que antes me refería de que el estado protector, o la suma de muchos que aún trabajan te sigue pasando “gratuitamente” no solo los beneficios de la sanidad, del transporte, de la luz y del agua, sino también dinero contante y sonante, esto es billetes y monedas cada cierto tiempo, por lo general mensualmente, para que hagas con ellas lo que te dé la gana en un mundo lleno de posibilidades fascinantes que ejercitar o contemplar, mejor diría que disfrutar.

Se abre así un tramo de la vida maravilloso, la llamada “tercera edad” que si no tienes achaques importantes puede disfrutarse como en una especie de paraíso terrenal, sin tener que trabajar, sin tener que sudar la gota gorda y recibiendo de vobilis- vobilis como un tierno infante pero peinando canas, muchas canas, el embrujo fascinante de pertenecer a una especie de limbo, mejor diría de jardín del Edén al que llamamos “el Estado del Bienestar”.

Sin tener que cazar, sin tener que cavar con la azada, sin tener que sufrir los rigores del tiempo, de la lluvia, del calor asfixiante o del frío glacial, guarecido en tu hogar provisto de climatización, de teléfono, de televisión, de fluido eléctrico, de correo electrónico, de libros, de amigos que van y vienen a visitarte, de médico que si enfermas te visita en tu casa y puede proveerte de medicamentos, sustancias muy complejas y difíciles de fabricar pero capaces de sanarte, de curarte una y otra vez hasta que tu organismo diga sencillamente fin, hasta aquí hemos llegado, como advertía al principio.

El Estado del Bienestar crea así alrededor del ciudadano anciano, enfermo o sano, algo impensable y absolutamente imposible hace tan solo unas pocas décadas, unos pocos años.

Cuando nos da por pensar - esa actividad espiritual y privativa de los seres humanos -, sentimos gratitud infinita hacia algo que nos permite seguir viviendo y bien más allá del umbral de nuestras fuerzas físicas. Una realidad de la que hasta hace muy poco solo podían disfrutar los reyes, los faraones o una minoría muy pequeña que dominaba el mundo antiguo, un mundo en el que el ser humano corriente y moliente no vivía más allá de los cuarenta años.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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