El mundo está cambiando... y cambiará más

Yo nunca he sido partidario de la imagen de aquel médico semidiós, que todo lo sabe, todo lo puede y todo lo cura. Pero siempre he sido muy respetuoso de la relación que debe existir entre los médicos y los pacientes. Desgraciadamente la realidad me ha ido demostrando otras cosas.

Recuerdo que cuando yo era pequeño y mi mamá nos llevaba al doctor, era casi un rito… ropa limpia, recién bañados, uñas cortas, ojalá la mejor ropa interior que tuviéramos, etc. Por su parte el médico; grato, cordial, interesado en mí o en lo que mi madre le relataba.

Ahora todo dista mucho de aquello. Niños desaseados (y los pobrecitos no tienen la culpa), muchas veces suciedad que se nota no es del día. Madres vestidas inadecuadamente para la situación, shorts y faldas casi de discoteca, escotes playeros, (y me imagino que no es buscando una mejor atención, simplemente porque “no se les ocurre” que eso también le resta sobriedad al momento).

Actitudes desafiantes muchas veces con sus hijos o parejas.

Médicos dedicados a revisar sus agendas electrónicas, o escribiendo en la cibernética ficha, muy lejos de la esencia de toda relación, que es hablar mirándose a los ojos. Y desgraciadamente algunos más ansiosos por atender al próximo paciente, que al actual.

Todo un caos para que se de una pulcra relación médico paciente.

Cuando mi mamá nos llamaba médico a domicilio, nos cambiaba hasta las sábanas; ahora muchas veces a uno le dicen: “Perdone el desorden”. Y me ha tocado también al final de la prestación domiciliaria, escuchar: “Doctor, a ver si un día de estos le mando el dinero”. Es una situación difícil… no hay mercancías de por medio, pero es nuestro trabajo… nuestro honesto trabajo.