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Opinión: “De Un Ciudadano Cualquiera…”

La perversión del lenguaje

La perversión del lenguaje

Por [email protected]

sábado 14 de marzo de 2015, 00:38h

Como todos saben –porque lo vienen viendo y observando desde hace años-, el llamado lenguaje políticamente correcto ha conseguido descafeinar y suavizar términos y expresiones que antes causaban incomodidad, escozor o que incluso ofendían gravemente a personas o convertían en preocupantes problemas, algunas situaciones de diaria ocurrencia.

Con esta peregrina tendencia, muchos sectores de la vida pública pero en especial las esferas políticas se han visto favorecidas por esta rebaja y huída de las palabras fuertes para referirse a temas incómodos y les ha permitido olvidarse para siempre, de la sana costumbre de llamar a las cosas por su nombre como era preceptivo hasta hace algunos años y dar así, una inequívoca prueba de hablar con claridad y sin rodeos.

Así por ejemplo, los políticos han desarrollado un vocabulario y una manera de hablar que deja contentos a propios y extraños e incluso, a quienes siendo víctimas de algún atropello administrativo, legal, laboral, social o político, terminan por quedarse contentos ya que después de todo –piensan- y viéndolo bien la cosa no era para tanto.

Hoy mismo despedir a alguien de su trabajo se le llama desvincularlo y entonces, el trabajador que ha sido puesto de patitas en la calle, se siente íntimamente reconfortado y piensa que el hecho no ha sido tan terrible y llega a la conclusión, que su ánimo y situación podrían ser peores si le hubiesen despedido.

Un trabajador en paro, ya no es un parado; es un trabajador en disposición laboral. Una familia que ha sido desahuciada ya no es una familia sin casa. Pasa a ser una unidad familiar en situación de calle. Una amnistía fiscal (que suena fatal y abusiva) se transforma en lenguaje de políticos, en medidas que incentivan la regularización. La rebaja salarial ya no es que te quiten dinero de tu sueldo. El neolenguaje político transforma este abuso en una regulación/modificación salarial y así, hasta el infinito.

Los expertos comunicacionales señalan que este neolenguaje político suaviza el impacto emocional en los afectados y les permite enfrentar su situación con más alegría y positivismo y entonces, me queda la duda acerca de la tranquilidad y positivismo con que la familia desahuciada afrontará su situación de calle arropada sicológicamente por esa nueva y perversa manera de expresarla.

Hoy mismo el gobierno ha aprobado un proyecto de ley para cambiar la terminología que afecta a sus cientos de involucrados en casos de corrupción y llama la atención que lo haga precisamente, en un año de varias elecciones y que a la vista de todas las encuestas, perderá porque la ciudadanía les aplicará un fuerte componente de castigo precisamente, por los cientos de miembros del partido de gobierno involucrados en casos de corrupción.

Reemplazar el término de imputado por el de investigado para continuar luego (según vaya el procedimiento que no proceso, ojo) con el status de encausado, es querer simplemente, cambiar de manera engañosa lo que todo el mundo entiende de entrada y de manera clara. A partir de ahora la connotación degradante (y que según el gobierno implica pre-culpabilidad) del término imputado, se rebaja al simple término de investigado, calidad por cierto que puede tener cualquier hijo de vecino que busque un trabajo por ejemplo. Si una empresa cualquiera decide comprobar la veracidad de los datos del CV aportado por el aspirante a un puesto de trabajo, puede considerarse en toda regla que ese posible trabajador está siendo investigado ya que la calidad de tal, no significa nada más que averiguar el grado de concomitancia entre unos hechos y el sujeto objeto de investigación.

El gobierno cree (con una simpleza digna de aplauso) que en el acervo popular calará fuerte que el cambio de un par de palabras, va a disminuir la responsabilidad atribuida a aquellos políticos que de repente, se encuentren involucrados o responsabilizados de alzarse -por ejemplo-, con el santo y la limosna. El pueblo no es tonto y preferirá con seguridad pensar que todo este despliegue del gobierno puede resumirse de manera simple en una sola frase: el mismo perro, con distinto collar.

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