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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

El Taedium vital

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

jueves 19 de febrero de 2015, 00:48h
El Taedium vital

Llevo unas semanas sintiendo la mordedura terrible de ese animal fiero y sin nombre que es el aburrimiento. Esta mañana se me ha presentado como algo insoportable e insufrible, he mirado hacia todos los lados de mi conciencia, no estaba deprimido, ni triste, ni apático o abúlico, ni perezoso o pasivo, ni nostálgico, pero la mañana se presentaba tremenda. No tenía ningún problema, ni dolor, ni hambre, ni sed, ni cansancio alguno, no me amenazaba ningún peligro, todo iba bien, sentía energía vital y sin embargo no había a dónde ir.

Sí, estaba aburrido, llevo una temporada bastante aburrido. Pensé en el “taedium vitae”, eso que habían puesto nombre los romanos, los patricios romanos, esos hombres y mujeres exquisitos que nadaban en la abundancia, que no tenían problemas porque su único problema era ese, el no tenerlos, el no tener ninguna adversidad, ninguna inquietud. Solo el circo y los banquetes, y los amigos, y las fiestas, y la contemplación del arte, y las charlas y los paseos y no hacer nada…

Visto el triste panorama, surgiendo de pronto esa lucecita interior, esa pequeña llama que es la vocación que siempre viene en tu ayuda, que siempre te salva y te redime cuando estás pensando arrojarte por la ventana, o tomar arsénico o hacer cosas peores. Como la onda que comienza a formarse y expandirse en las aguas tranquilas de un lago cuando arrojas una piedra he pensado de pronto en escribir un poco acerca de ese mal invisible que me acecha, que acecha a los hombres desde tiempo inmemorial; al hombre sin problemas con todas sus necesidades satisfechas, sin tener que trabajar para vivir, eso tan bueno que se llama trabajar, ese trabajo inventado por Dios al que llegado el caso habría que pagar dinero en vez de recibirlo.

César González Ruano sabía mucho de esas vivencias interiores que desgranaba él de forma magistral e irrepetible.

Dicen que los patricios se levantaban muy tarde, como Miguel Mihura que lo hacía indefectiblemente a la hora de comer o Julio Camba en su suite del Hotel Palace o esas otras personas como Cristina Onassis que llegan a morir de aburrimiento.

¿Y en verdad a quienes ataca este mal endémico, a los inteligentes o a los torpes y obtusos? Creo que puede atacar por igual a unos como a los otros. La sensación es que nada te merece la pena, ¿para qué la acción? como decía en un libro célebre Simone de Beauvoir.

Puede venir quizá de haberlo experimentado todo hasta la saciedad, de que la vida es demasiado larga debido a los antibióticos, a las técnicas de la anestesia y a la cirugía que prolongan la existencia más de lo que había sido calculada por un dios protector de las naturaleza. De para qué ensayar una cosa ensayada mil veces o hacer alguna cosa nueva, distinta, diferente a lo que hemos venido haciendo hasta aquí.

Perdonad. Porque hay personas que van haciendo lo mismo hasta el día de su muerte sin llegar a aburrirse.

Sin embargo hay personas que están sin hacer nada tiempo y tiempo y dicen también no aburrirse, quizá los contemplativos, los solitarios, los que rumian su interior una mil veces: “el buey solo bien se lame”.

Pero claro, lo más terrible del “taedium vitae” es que otras personas no llegan a sentirlo haciendo lo mismo que tú haces, flotando en la existencia como el que flota plácidamente en las aguas de alguna playa mediterránea en el templado mes de septiembre y provisto de un flotador de aquellos que se ponía Cela para mitigar el dolor de sus “escaras” de tanto estar sentado, de tanto escribir.

Cuando a boca jarro le hablas a alguna persona medianamente inteligente y culta de este tema suelen abrir mucho los ojos mientras exclaman asustados “eso es muy malo, muy peligroso”, o exactamente lo contrario; “ya me gustaría a mí sentirlo alguna vez, yo que siempre voy corriendo a todas partes y con la lengua fuera.”

El aburrimiento es un fenómeno propio de la naturaleza humana. ¿Los animales se aburren?, puede que no, puede que sí, puede que se aburran mucho de nosotros los seres humanos, de su situación “tan animal”.

No sé si me aburrí en alguna etapa pasada de mi vida, no me acuerdo, lo que sí recuerdo fue el convencimiento pueril de que la inspiración nuca me fallaría y en eso me equivoqué de parte a parte, claro que si no me hubiera fallado no estaría aquí entre vosotros, estaría en California, en Londres o en París. ¿Pero llegaría a atacarme este fiero león del que les hablo?. Sospecho que también, esa fiera es parte de nuestra propia conciencia, la llevamos todos en el genoma, solo que a algunos se les despierta muy pronto, a otros por el contrario al final de la vida. Y otros pocos se mueren sin haberla conocido pues sus vidas trepidantes han pasado por encima del tiempo como un tren lanzado a la deriva en busca de algo que posiblemente solo tuvo lugar en lo más profundo de sus sueños.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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