Hay Robots circulando por el centro de la ciudad.

Algunos, estilo ejecutivos protegidos en sus oscuros trajes, albas camisas y modernas corbatas. Otros de tipo deportivo con informales pantalones y holgadas poleras. Más allá pequeños robots en miniatura vistiendo todos los colores del arco iris, presa de estridentes pataletas a la salida de una multitienda o a la entrada de una clínica dental.
Obesos robots haciendo fila para reabastecer su mal, en alguna publicitada promoción de sólo 990 pesos.

Robots universitarios sentados en el suelo de un carro del metro, contestando a última hora una guía de la universidad; o escuchando absortos su MP-4. Y en ese mismo vagón atestado y mal ventilado, medianos robots a los cuales nadie los ha programado para ceder el asiento a los robots ya más oxidados. Y algo más allá eróticas robotinas mostrando los tirantes de su sostén, o el reborde de su colaless; las mismas que se desconfiguran al ser atacadas por los virus de algún robot sexópata.

Aparecen robots en céntricas esquinas, dispensadores disimulados de la entrega de tarjetas para visitar un ilegal cambio de dólares, o para acudir a un lujurioso café.
Robots extranjeros vendiendo artesanales jugos de frutas.
Robots artistas en la plaza, dibujando humanas caricaturas de otros robots modelos.
Amantes robots que en citas clandestinas permutan la hora de colación, por una hora de pasión.
Y cuidado con los robots escaperos, los que hurgan en nuestros bolsillos y bolsos, por causa de aquellos circuitos con que no fueron dotados al ser ensamblados por la sociedad.

En otras calles encontramos veloces robots que corren antes del cierre de algún robotizado banco, sin poder procesar lo que ven al mirar; no están programados para una doble función, no les importa el no vidente, ni el lisiado y mucho menos el pequeño cachorro que mueve su cola en señal de amistad.
Es que en esta ciudad pareciera ya no haber cabida para los amigos. La solidaridad aparece sólo en los terremotos, o los aluviones.
Se nos escapa de las manos la alegría de vivir.
Hoy, sólo nos hace feliz tener las cuentas pagadas.
A nuestros abuelos, los hacía felices tan sólo la llegada de un nuevo día..