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Opinión

Charlie Hebdo: notas acerca de la masacre en la redacción de una revista “salvaje y cruel”.

Por Adolfo Vera Peñaloza (*) Desde Concón - Chile

viernes 16 de enero de 2015, 00:05h
Charlie Hebdo: notas acerca de la masacre en la redacción de una revista “salvaje y cruel”.

Frente a lo acontecido en París este miércoles 7 de enero de 2015 –una terrible masacre cometida en una sede de trabajo de artistas, periodistas e intelectuales con una tradición en la izquierda francesa- no cabe necesariamente posicionarse ante la disyuntiva “yo soy Charlie” o “yo no soy Charlie”; sabemos que tales sentencias no sobrepasan el ámbito del slogan. Los que hoy defienden el slogan “Yo no soy Charlie”, aducen a un supuesto racismo y contribución a la islamofobia de Charlie Hebdo gracias a sus “burlas” –y efectivamente la caricatura es el arte de la burla, y existe, en relación a la mofa del poder político y religioso, desde el siglo XVII en Francia.

Charlie Hebdo: notas acerca de la masacre en la redacción de una revista “salvaje y cruel”.
Charlie Hebdo: notas acerca de la masacre en la redacción de una revista “salvaje y cruel”.

Yo no lo tengo tan claro, y me parece una acusación liviana y poco comprensiva del medio de la caricatura. Que existiría una transformación a partir del 11 de septiembre del 2001 en los contenidos de las sátiras que se habrían obsesionado con la religión mulsumana y su profeta Mahoma, es ciertamente posible pero yo no veo en esas portadas y caricaturas extremadamente irrespetuosas –y la caricatura es el arte del no respeto- un racismo particular, que implicaría la “seriedad” de la ciencia (el racismo es siempre una teoría con pretensiones científicas), como las caricaturas de ciertos dibujantes nazis que representaban a los judíos como ratas. Que algunas editoriales de la revista han sido discutibles y cuestionables en sus propósitos respecto a las costumbres y creencias de los musulmanes puede sin duda ser efectivo, pero no veo que ello sea reprehensible en sí.

Lo que sí es irrenunciable, es asumir que el “diferendo” que predomina en las grandes metrópolis de países que viven las injusticias y miserias del post-colonialismo, no puede y no debe –en virtud de un tal vez bien intencionado afán de solidarizar con grupos sociales minoritarios respecto a los valores e ideas dominantes como pueden serlo los musulmanes en Francia- evitar el defender irrestrictamente y con la mayor de las energías, una libertad radical alcanzada en el arte moderno (que se origina en una cierta conjunción entre literatura libertina y política e ilustración de textos, y que posee al decir de Baudelaire, un carácter “demoníaco”) frente a cualquier tipo de ideología o religión que, por buenas o malas razones, se siente del lado de la verdad absoluta.

Una muy lamentable masacre ha acontecido entonces este miércoles 7 de enero en París en la Sede del Semanario Charlie Hebdo, cuyos orígenes se remontan a los años 60 franceses –década que daría al mundo el mayo del 68- a partir de una redefinición de lo que fue la revista de “Bande dessinée” Hara-Kiri (donde dibujó, entre otros, el famoso Topor), y que practicaba, por medio de historietas influenciadas por el “Peanuts” Charlie Brown, la obra del famoso Charles M. Schultz, el “humor negro”, aquel que fue creado por los surrealistas a partir de una serie de influencias literarias como las de Lautréamont, el Marqués de Sade y Johnattan Swift: este último, por ejemplo, había recomendado en un texto famoso que una excelente manera de curar la hambruna en Irlanda sería el alimentar a su población de niños londinenses vagabundos. En 1970, es prohibida la publicación del Hebdo Hara-Kiri por haberse referido a la fatídica coincidencia (por cosa de algunos días) entre la muerte del general Charles De Gaulle y el incendio de una discoteca que dejó 150 muertos con el siguiente titular: “Tragedia en una discoteca: Un muerto”. Para hacer frente a esta prohibición el equipo (entre los que se contaba el ya entonces famoso Cabu, asesinado este miércoles) decide cambiar el nombre a Charlie Hebdo. Desde entonces, se convertiría en una de las revistas de historieta satírica más respetadas en Francia.

La aparición en Charlie Hebdo de sátiras relativas al extremismo religioso islámico dice relación con la fidelidad a una vocación (expresada en esta revista con bastante radicalidad) inherente a la definición surrealista, definida magistralmente por André Breton en el Prefacio a su Antología del humor negro, de esta manifestación radical del carácter desestabilizador de todo humor: atacar, con las herramientas del arte y del discurso periodístico, aquellas posiciones –vengan de donde vengan- que asumen la estabilidad de las verdades universales y la necesidad de las certezas absolutas. Es así como se burlaron ya de la muerte del propio De Gaulle, pero igualmente de varios Papas, dictadores (Pinochet entre otros) y poderosos varios. Por eso llama la atención la ignorancia de algunos bienpensantes que intentan cuestionar estas críticas al extremismo religioso islámico como si ello obedeciese a una actitud colonialista de intelectuales y artistas franceses que no se atreverían a burlarse de sus propias autoridades y de su propio sistema simbólico y sagrado. La historia de Charlie Hebdo prueba lo contrario, y esta historia es la de un cierto pensamiento y arte surgido en Francia –con filósofos como Voltaire y dibujantes como Daumier y Grandville- que asume sin más como su oficio la lucha contra lo sagrado. Toda la cuestión está entonces en observar si ello no implica otra “sacralización”, en este caso de la razón y la crítica. Creemos que la vía del “humor negro” es una que permite evitar ese riesgo, en el que naturalmente gran parte de los filósofos y políticos occidentales sí capitularon.

Como sea, sería ingenuo no considerar en el análisis que lo que ha ocurrido este miércoles 7 de enero refiere a un fenómeno propio al llamado post-colonialismo. Yo retomaría un término creado por el filósofo Jean-Francois Lyotard para definir el asunto: el “diferendo”. Para Lyotard, en la situación histórica que él mismo definió como “post-moderna”, y en ciudades como París, se configuran conflictos insuperables por los medios propios a la razón deliberativa moderna (léanse tribunales de justicia, parlamentos, diálogo ciudadano) entre códigos simbólicos y culturales propios a modos de apropiación del espacio, de la historia y de la comunidad que son irreductibles entre sí. En el caso de esta lamentable tragedia se juega uno de los diferendos más profundos entre estos modos de apropiación de lo común: la cuestión de la representación, por medio de imágenes profanas, de fenómenos sagrados, en la ocurrencia el profeta Mahoma; más aún si se trata no sólo de representarlo sino que además reírse de él –pues es una autoridad y para un humorista es preciso burlarse de toda autoridad.

El caso de la historia de vida de los hermanos que asesinaron este martes 7 de enero a 12 personas, con una sangre fría inaudita, es una prueba dramática de estos diferendos culturales que se producen día a día en las grandes metrópolis occidentales. Nacieron en Francia, son franceses, pero descendientes de argelinos, es decir, frutos de una de las más sangrientas y crueles (y todavía tema tabú en Francia) guerras colonialistas que ha conocido la historia de la modernidad: la Guerra de Algeria, en la que los franceses asesinaron, hicieron desaparecer y humillaron a miles de argelinos que buscaban la independencia –algunos con atentados con bombas en espacios públicos, lo que hizo a un Albert Camus entre otros cuestionar radicalmente ciertos métodos del extremismo revolucionario. Chérif y Said Kouachi nacieron en París, en su pasaporte dice que son ciudadanos franceses, pero tuvieron la vida de la gran mayoría de los descendientes de argelinos en Francia: obligados a vivir en la periferia, en verdaderos ghettos, sin las mismas oportunidades que los demás franceses –por ejemplo, sin poder optar a una carrera universitaria tradicional pues en sus barrios sólo existen liceos de formación técnica media. Hay que haber conocido esos barrios para darse cuenta que, en términos espaciales, no son lugares en los que se propicie la formación de espíritus cultivados, deliberantes y liberales como el proyecto moderno francés prometía a todos sus ciudadanos. Aquí el primer asunto es urbano: alejados del centro cultural y urbano, de los museos y de las luces, a quienes allí habitan, en su mayoría africanos de religión musulmana, les está vedado el acceso a esas “lumières” (luces) y sólo pueden optar a vivir en esos edificios monstruosos que la modernidad construyó para ellos, ciudadanos de segunda categoría, en lugares a los que se accede difícilmente después de viajar por horas en un transporte público que funciona mal. El ambiente es entonces propicio para la formación de jóvenes delincuentes sin sentido ni orientación existencial. Frente a esto, no es extraño que en ellos cale más hondo un discurso de carácter teológico-político que uno de carácter racional-deliberativo. Fue el caso de ambos hermanos, uno de los cuales (Said) ya había estado por tres años en prisión por participar de una célula islamista radical que reclutaba jóvenes para combatir del lado de Al Kaida en Irak. La prisión tampoco es un lugar propicio para recibir el “espíritu de las luces”: de hecho, el joven Said se radicalizó aún más, y se preparó para cometer el acto de este miércoles.

Por ello se equivocan radicalmente –y las consecuencias de este equívoco, lamentablemente, equivalen a tratar de apagar el fuego con gasolina- quienes intentan –la mayoría de los líderes políticos y de opinión- explicar esta situación aludiendo a la oposición entre “civilización” y “barbarie”, o entre la “república” y el salvajismo religioso. Es la República, las lumières, la escuela, y la modernidad entera, la que fracasó respecto a estos jóvenes hermanos, pues fue ella la que creó –¡no le vamos a achacar esto a los musulmanes!- un sistema urbano, cultural y simbólico en el que ellos sólo podían sentirse como parias, y en el que sólo los sentimientos de odio, frustración y resentimiento podían surgir.

Lo realmente trágico del asunto es que quienes fueron castigados no fueron (como algunos intelectuales de una pseudo extrema izquierda han intentado dejar ver) defensores de la república contra una religión salvaje, ni del “espíritu” francés tan profundamente colonialista en su historia. En absoluto. Se trataba de artistas que buscaban hacer un trabajo particularmente difícil: atacar con los medios del humor negro (“bête y méchant” como dice el lema de Charlie Hebdo: salvaje y cruel) desestabilizar todo sistema, toda unidad, toda sacralidad, la occidental y la oriental, a la vez, en la ocurrencia.

(*) Adolfo Vera Peñaloza es Doctor en Filosofía y Profesor

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