Una mariposa en un libro

Pienso que todos esos objetos tuvieron su vigencia en su determinado momento, su pequeña historia, alguna razón importante por la que me mueve a conservarlos. Pienso, también, que, al menos, podía ordenar y clasificar, pegar fotografías, escanearlas, -demasiado trabajo- unir poemas y relatos, terminar los inacabados, retirar definitivamente lo que ya no sirve, pero todo se queda en buenas intenciones y mejores pensamientos para que todo siga en su atractivo desorden para, en cualquier momento, seguir sorprendiéndome y emocionándome tras el hallazgo de una piedrecita, un mechón de pelo guardado en una cajita, un pensamiento recogido en cualquier papel, al azar, y que todavía me sigue estremeciendo, una dedicatoria romántica en la pasta de un libro, una vieja fotografía que me trae recuerdos tan especiales, una mariposa convertida ya en polvillo entre las hojas de un libro de Miguel Hernández y que el tiempo casi ha borrado pero que todavía se acierta a leer en los borrosos versos: “He poblado tu vientre de amor y sementera / he prolongado el eco de sangre a que respondo/ y espero sobre el surco como el arado espera:/ he llegado hasta el fondo…”

Es realmente hermoso hurgar, en los ratos perdidos, entre tantos objetos olvidados. Me transportan a mi infancia cuando iba a casa de mis abuelas y rebuscaba también por los cajones porque sabía que siempre iba a descubrir algo que me llamaba la atención; con la diferencia de que aquéllas no eran mis cosas, estas sí, y no me siento intrusa como entonces. Hurgar en la propia vida es como encontrar el tesoro de un viejo barco hundido en el océano, pero con la particularidad de que todo cuanto se encuentra en él, es indicio de un pedacito de nuestra vida, de nuestra propia historia, como en “La canción del esposo soldado”, “a borbotones de amor y sementera”.

A veces nos obsesionamos por poner orden a todo, hasta a los fenómenos naturales y nos encontramos con que es contraproducente, como contraproducente es caricaturizar al Profeta. Tampoco merece la pena poner orden a esos pequeños y oscuros objetos de deseo porque se quiebra el caudal de las sensaciones. No se puede poner orden en el corazón que late a su ritmo, unas veces muy pausado, otras vigoroso, para recorrer con éxito el último metro de la carrera.

Recorrer con los dedos esos pequeños tesoros, se parece a recorrer la piel del ser amado, que se estremece al notarlos, es recordar, en definitiva, lo bueno de los cosas. Lo malo nos viene sin buscarlo. Me gustaría no tener que recordar que cuando comenzaba el año 2015 una broma muy pesada hizo estremecer a La France. Y al mundo.

(*) Concha Pelayo es Escritora y Miembro de AECA y FEPET.