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CRÓNICAS DESDE PARÍS  

Actualidad de Ubú

Actualidad de Ubú
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La reciente reposición, por la Comédie francaise,  de la obra Ubú Rey, de Alfred Jarry, fundador de la “patafísica” -”ciencia de los efectos sin causa”-  nos permite volver a insistir en las implicaciones políticas de esta pieza, obra cumbre del humor negro, influencia fundamental para los surrealistas o para autores como Antonin Artaud y Julio Cortázar.

En efecto, bien podría caracterizarse al siglo XX, y a este siglo XXI que, hasta nuevo aviso, no hace más que prolongar al que le precede, como un siglo “ubuesco”; y esto no sólo en atención a la carga fundamental de absurdo y violencia sin sentido que le constituyen, sino igualmente en tanto ha sido, el siglo XX -y bien podemos preguntarnos hasta qué punto el siglo XXI sigue siéndolo- un siglo en dónde quienes han gobernado lo han hecho poseídos por aquello que podemos llamar “el mal de Ubú”: un género de violencia fundado en la estupidez, un tipo de autoritarismo apoyado en la imbecilidad de los dirigentes y de los “ciudadanos”, una propagación de la sangre y del terror hecha por gentes incultas, nihilistas cuyo hastío lo satisfacían torturando y asesinando, funcionarios del horror, burócratas de la muerte; sabemos que este fenómeno ya fue definido de una manera insuperable por Hannah Arendt en su libro-reportaje sobre Eichmann en Jersusalém, en el que la filósofa judía enarboló su esencial concepto de “banalidad del mal”.

 

Recordemos un poco a Ubú, rey de los polacos. Al inicio de la primera versión de la obra de Jarry, el obeso tirano expele su palabra favorita: “merdre!” (“¡mierdra!”), la que será proferida cada vez que una situación no se adecue a sus deseos, y, en alguna medida, escape a su voluntad corroída por un narcisismo perverso. Bajo este lema de la violencia inherente a la imbecilidad, asistiremos a los avatares de este anti-Macbeth (pues sabemos que Jarry pretendía, entre otras cosas, refutar a Shakeaspeare: el mal no necesariamente es producto de espíritus trágicos o demoníacos, poseídos por la voluntad de desafiar el tabú del árbol del conocimiento, sino que igualmente puedo serlo, e intensamente, como consecuencia de, lisa y llanamente, la estupidez); que es también un anti-Fausto, espíritu demasiado simple para ser “demoníaco”. Ubú aspira entonces al trono de Polonia, y para ello cuenta con la ayuda de un personaje apenas menos embrutecido: la “mère Ubu” (esta anti-Lady Macbeth que domina y manipula su espíritu con el fin de llevarle a la traición y, de tal suerte, obtener lo que, en el fondo, toda mujer de tirano añora: lujo, dinero, poder). Los vaivenes de la aventura de Ubú son conocidos, y resumen el itinerario de todo tirano que se precie de tal: acercamiento al poder -Ubú es un consejero íntimo del Rey de Polonia-, traición, imposición del terror.

 

Respecto a este último punto, la concepción de Jarry es profunda e innovadora: la violencia extrema -en su virtualidad de terror- no deja de serlo al fundarse en la estulticia más nimia y lata. Finalmente, Ubú termina en la más total de las soledades, ya que no sólo  ha asesinado a sus enemigos sino que, además, por paranoia extrema, a sus “amigos”; por otra parte, Mère Ubú -”traidor que traiciona a traidor...”- lo ha abandonado. Para Ubú, el asesinato es una verdadera entretención, y su narcisismo no es ajeno al propio al de los “perversos polimorfos” que describe Freud al hablar de los niños, o el que describe igualmente Baudelaire cuando interpreta el deseo irresistible de romper los juguetes que, en nuestra primera infancia, sentimos. De hecho, no hay momento de mayor gozo para el Père Ubú que aquel que encuentra cuando, después de despojarlos de todo su dinero o su poder, lanza a cada uno de los representantes (jueces, políticos, policías, etc.) de la autoridad de Polonia a una suerte de máquina moledora de carne humana diseñada por él mismo.

 

Hasta ahí, básicamente, la “historia”; pero la pregunta es: “¿hasta qué punto esta historia, esta ficción, representa la “historia”, la nuestra, esta época?” Pinochet, Hitler, Stalin, ¿no son, cada uno a su manera, otros Ubúes, cada uno más obcecado (y peligroso) en su maldad estúpida? ¿Quines son, hoy, “nuestros” Pères Ubúes? ¿Sarkozy, Piñera, Uribe? ¿No representan, cada uno a su manera, la traición, la voluntad enceguecida de lucro y de poder, la imbecilidad sin argumento e iletrada, la “banalidad del mal”? Otras tantas preguntas que nos obligan a pensar que, lamentablemente, el siglo XX (el siglo que Jarry inauguraba como el siglo de Ubú) no termina de pasar.

 

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