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OPINION

Una semana en Libia

Una imagen de Trípoli, capital de LIbia
Una imagen de Trípoli, capital de LIbia
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Del 24 al 31 de julio he estado en Libia invitado por la Academia de Pensamiento Jamahiri (nombre oficial de Libia que se refiere a ella como República de las gentes), para dar una conferencia y asistir a los debates de otras dos conferencias más.

 

Sólo apuntar que el tema que escogí tuvo gran acogida (Razón, realidad y libertad en Don Quijjote de la Mancha) y estuvo en consonancia con los otros dos; mi amigo Mochamed Bilal Achmal habló sobre el presente del pensamiento magrebí y la profesora Ángela Donat sobre Lenguaje y Pensamiento.

 

A parte de lo bien que fui tratado, de lo interesante del trabajo desarrollado allí y sus consecuencias futuras, estaba ansioso por ver la realidad de este país que está tan cerca físicamente y que nos resulta tan ajeno, y en algunos casos, tan alejado, y por qué no decirlo, sospechoso.

 

Les diré que si algo saltó a mis ojos era una ausencia; no había nadie pidiendo por la calle. Tardé cinco días en encontrar a un ciego pidiendo en una de las calles de la Medina Kadima de Trípoli. Esto me hizo pensar en un principio en las “limpiezas” que se llevan a cabo en muchas ciudades europeas con todo lo que “molesta” en la calle. Pero fue entonces cuando caí en la cuenta de que había otro elemento que tenía poca presencia; la policía. Hay policía de tráfico, que viste de blanco y lleva a cabo la ímproba actividad de hacer más aceptable un tráfico de locura, y algunos miembro de la policía de turismo, que pretende mantener la seguridad de los pocos turistas que circulan por sus calles. Pero comparando con cualquier país europeo o con Marruecos se puede decir sin lugar a dudas que la presencia policial es unas tres o cuatro veces inferior. Así que la “retirada” de mendigos no parecería la razón.

 

Por otra parte me interesó conocer la situación económica de la gente. Los precios de la comida y muchos productos eran alarmántemente similares a los de España, así que averigüé que los salarios mínimos se mueven entre los 450 y los 800 dinares (la relación de cambio es 2 euros por cada 3 dinares); un profesor de secundaria cobra 1600 dinares. Eso me pareció poco, pero había muchos factores que faltaban por incluir; la gasolina es extremadamente barata (5 veces menos que aquí), hay seguridad social, los medicamentos están altamente subvencionados, la educación en gratuita, la vivienda es casi gratuita y todas las familias libias reciben una derrama de los beneficios del petróleo mensualmente, y un extra una vez al año. Tomando en cuenta lo que significa sólo la vivienda en España para el gasto mensual, su nivel de vida es superior al nuestro. Quizás esa pueda ser la razón de la casi ausencia de mendicidad, endémica en los países de África, y bastante presente aquí en Europa.

 

La forma de gobierno también es muy diferente a la nuestra. No hay elecciones, por lo que solemos integrarlos al grupo de países no democráticos. Efectivamente no es un país con democracia representativa. Y eso no tiene porqué ser malo en sí mismo, al menos desde mi punto de vista, ya que como pueden haber comprobado reiteradamente no soy un amante de “nuestra” democracia. Pero el sistema que Muammar Al Gadhafi presenta en el Libro Verde aún está por cumplirse. Es cierto que la composición de las asambleas a distintos niveles aseguran una democracia más directa, pero los pasos intermedios, y el poder que se pueda ejercer desde ellos puede no alcanzar los límites de libertad a los que aspira ese texto. Tampoco se ha conseguido eliminar el salario como forma de relación laboral, entre otra cantidad de objetivos aún no alcanzados. Otra cuestión que no pude aclarar es la propia figura de Gadhafi.

 

Pero indudablemente se trata de un país castigado por el embargo de más de un decenio, que ha alcanzado los niveles actuales gracias al petroleo y una política de austeridad muy grande durante ese tiempo, donde la gente es sumamente amable y cariñosa, de una gran hospitalidad, y con unas ganas inmensas de relacionarse con el exterior. Y lo que es más interesante; con muchas energías puestas en encontrar un espacio común de pensamiento en el Mediterráneo. Esta sola pretensión ya merece la pena ser apoyada, y poner energías en ella.

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