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OPINIÓN

Los Toros y la prohibición

Toros: ¿si o no?
Toros: ¿si o no?
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Los dilemas falsos son los peores de resolver, porque ya desde el principio cargan con la trampa a cuestas. Y eso sucede con el tema de la prohibición de los Toros, en la que se maneja el eterno dilema liberal de prohibición sí o no, frente a un tema en el que están involucrados la cultura popular, las costumbres y los conceptos de arte, patrimonio y sufrimiento.

La mal llamada “fiesta” de los Toros, es un elemento cultural propio de la cultura española, de eso no cabe ninguna duda. Por ello está presente en el sur de Francia y en algunos países de Latinoamérica (excluyo Portugal porque sus características son diferentes). Los elementos culturales van siendo transmitidos con más o menos cambios desde tiempos remotos como herencia cultural. Está claro que el toro es un animal que por su potencia física ha sido objeto de culto a todo lo largo del Mediterráneo, y ese culto normalmente conllevaba el enfrentamiento en busca de la victoria sobre esa representación del poder de la naturaleza y lo divino. Pero en el trascurso de la Historia se convirtió en un elemento de distracción del pueblo, en uno de esos elementos culturales que han trasladado su importancia de la finalidad religiosa a la de entretenimiento o refuerzo de la identidad, tal y como ha sucedido con las procesiones de Semana Santa. Así pues, siendo un elemento de la cultura, ya no es parte de la columna vertebral de ella.

 

Así comienzan a tomar relevancia elementos que hasta ahora eran irrelevantes, como el propio sujeto del acto, el animal. Y nuestra relación con él, que se establece a través del uso de otros animales (el caballo) y de varias personas que arriesgan su vida, cambia sustancialmente, convirtiéndose en un objeto de liberación de pasiones. Su sufrimiento, imposible de descartar, es el pago que debe hacer para nuestro entretenimiento, elemento mucho más valioso que su vida, la del caballo o la de aquellas personas involucradas. Y ahí aparece el factor de los posibles derechos de los animales, y el de nuestro deber con ellos. Infligir sufrimiento ha comenzado a ser inaceptable para el ser humano de nuestra época, por mucho que pueda parecer lo contrario. Todo aquello que lleve asociado el generar sufrimiento en otros seres vivos (a veces incluso con más interés si son animales diferentes a los humanos) se ve con desagrado, máxime si se disfruta con ello, y además se produce un beneficio económico por parte de terceros. Esto provoca repugnancia.

 

Así pues, tenemos a los que sienten repugnancia por el dolor al que se somete al animal, frente a los que defienden su contenido artístico y cultural. Tal como yo lo veo, no es aceptable provocar sufrimiento nunca de forma deliberada, y esto no puede formar parte de nuestra cultura. No hay arte en el sufrimiento ajeno, sea cual sea la especie del reino animal (incluida la humana) que lo sufra. Tampoco hay razones que lo justifiquen; por la misma razón que la ablación del clítoris es una aberración, matar a un toro en una plaza, lo es (teniendo en cuenta que la ablación además tiene todos los componentes de agresión de género sobre otro humano). Por ello, los Toros no son una fiesta sino una ejecución pública y lenta de un animal, criado ex-profeso para ello, y en consecuencia debe desaparecer.

 

Aquí topamos con nuestro segundo problema, el de la prohibición. Prohibir, o sea decretar que algo no puede hacerse es por definición malo. Se trata de un acto de poder por el que se pretende evitar que alguien desarrolle determinada actividad, incurriendo casi siempre en injusticias, ya que las cosas nunca son totalmente negras ni totalmente blancas. Como acto de poder es malo, como injusticia también. Y es aquí donde me sorprende encontrar a Fernando Savater haciendo un panegírico antiprohibicionista, alegando, no la injusticia del caso, sino la fiebre de prohibiciones que a su parecer crece sin cesar. Savater es un adalid de la prohibición de partidos políticos, que ilegaliza ideas políticas, las que a él le parecen y al estado también; no recuerdo la ilegalización de los partidos de ideología similar a la nazi, lo que por lógica simple nos llevaría a pensar que se es filonazi (consecuencia que no pretendo afirmar, pero sí provocar en el lector).

 

La prohibición de los Toros por un parlamento, no deja de ser un acto de poder llevado a cabo por unas personas elegidas para representar a un colectivo (con todo lo cuestionable que es esto como sistema) y que se arrogan el derecho de decidir en cualquier materia que se les ponga por delante. No me gusta ese camino. Pero he de reconocer que me alegra el cambio sustancial que refleja en la opinión del común frente a un tema que era tabú hace 10 años. Me alegra pensar que cada vez será más difícil desarrollar una actividad en la que se disfrute impunemente con el sufrimiento ajeno. Pero me alegraría infinitamente más ver que las personas que habitan en países donde se llevan a cabo actos como estos, deciden no asistir a ellos, y por tanto convertirlos en imposibles, de la misma manera que me gustaría ver a gente negándose a trabajar en una empresa militar, en un banco o en el ejército.

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