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“DETRÁS DE LA COLUMNA”

Los sonidos de la plaza de Oriente

Por Malo Ka

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
El “hombre de plata” junto a: de (i) a (d): Miriam Babiano, Ángela Díaz, Carlota Llama, Elena Rivera y Alejandra González.

 (Foto: Carlota Llama)
El “hombre de plata” junto a: de (i) a (d): Miriam Babiano, Ángela Díaz, Carlota Llama, Elena Rivera y Alejandra González. (Foto: Carlota Llama)

Los sonidos en la plaza de oriente, en Madrid, sobre las 9 de la tarde, en un mes de agosto son cálidos, son agradables y envolventes.  Esa hora, las 21 h, es la buena hora para salir sin que se quede la suela de los zapatos pegada al pavimento, pero este viernes, a pesar de la hora, costaba desprender el pie del suelo y abordar  el siguiente paso.

Andaba yo  concentrada en ello. Andaba yo ocupada en lo de caminar cuando un sonido celestial me obligó a girar la cabeza hacia mi derecha. De fondo el marco del Palacio Real y delante de él, un arpa celta. Sobre las cuerdas como hábiles bailarines, unos dedos que subían, bajaban, se deslizaban, golpeaban y flotaban dibujando sobre aquellas cuerdas de forma bella, el sonido de melodías del siglo XIV o XV e incluso melodías seguramente de composición propia. Quise saber a quien pertenecían esos dedos, y ahí detrás como una aparición entre barrotes muy finos – las cuerdas- un rostro muy joven, tez morena cabellos largos oscuros, ojos grandes negros  ahí una mirada perdida como en su propio interior. Decidí posar mi trasero en el suelo caliente como ya otros lo habían hecho, y viajar un poco en el tiempo y la belleza con aquellas melodías. 

 

Pregunté a alguien de donde había salido esta criatura, y ese alguien me dijo que sólo sabia que él venía cada fin de semana a esta hora a escucharlo. Antes de marcharme, me acerqué a la caja de madera, al “tesoro”, no sabía si poner mi “contribución” o pagar lo que realmente se correspondía a la entrada del concierto al que acababa de asistir. Bueno, confieso que  pagué solo un par de monedas. ¡Que concierto más barato al que asistí!

 

Seguí andando aun con dificultad, era más tarde pero el calor seguía apretando, alguna nota de las bellas melodías aun me perseguía.  De repente, el estruendo como de un “elefante”  que cae en el pavimento.  Era un hombre del color de la plata, una estatua caída, una estatua con dos bolas muy vivas, dos bolas verdes o… ¿azules?, eran dos ojos que hablaban, que decían, que pedían, unos ojos muy vivos que decían no se que, pero que comunicaban.  Tuve el instinto “cívico” de tenderle mi mano, de ayudar a levantarlo, una chica que también, como yo , pasaba por ahí,  y que también tuvo el impulso y que tuvo más reflejos que yo, se abalanzó a ayudarlo, cuando estuvo de pie, se le cayó el periódico, esta vez llegué a tiempo, y mientras se lo entregaba alguien ya le estaba entregando el sombrero, y en seguida de nuevo alguien que de nuevo le daba el periódico que yo ya le había dado….  Muchas risas…  Me retiré…  de lejos empecé a verlo todo.

 

Vi como el “hombre del color de la plata”, enamoraba con picardía a las jóvenes mozuelas, vi el respeto con el que jugaba con un hombre mayor, vi la ilusión de un niño que le recogía una y otra vez los objetos que a la estatua se le caían, vi como ese niño se convertía en el héroe de la estatua, y vi, y vi, y no me cansé de ver, también vi como los transeúntes con rumbo fijo, según avanzaban iban girando los cuellos hasta un punto que me recordaban a la niña del exorcista, también vi cuando el hombre de plata desapareció detrás de un pedestal. Yo rápido lo busqué. Bebía agua y allí lo abordé. Se llama Aaron Ziobrowski y tiene 32 años, nació en Luciana, en los EEUU, y no es casual el dominio de la técnica, llegó a Europa tras la huella del mítico maestro de la Comedia del Arte, Antonio Fava, de quién allí en Italia, fue su alumno y luego trabajó bajo su dirección en un espectáculo propio. Y como casi todos los que no lo hacen por dinero, se quedó por amor y por amor llegó a Madrid.  Aaron me cuenta que tiene más números, pero que éste que he visto es el que más funciona en la calle. Ya lo creo que funciona, ahí me quedé y no seguí mas tras la huella de los sonidos de la plaza de Oriente en una tarde de Agosto. Me quedé con – cómo diría el mismo Fava- con “La poesía de sobrevivencia”.

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