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Carta desde Alemania

Espíritu, materia y ciencia

El científico alemán, creador de la teoría de los cuantos y premio Nobel de física, Max Planck
El científico alemán, creador de la teoría de los cuantos y premio Nobel de física, Max Planck
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Desde los albores de la humanidad, el ser humano primitivo ya trató de encontrar explicación a los fenómenos naturales que él veía y experimentaba a diario en su entorno material. Sobre todo, aquello que no comprendía y le asombraba de sobremanera, le llenaba de un temor reverente, tanto que al final terminó por convertir lo para él inexplicable en sus primeros dioses: el sol y el firmamento, los truenos, el fuego y muchos otros fenómenos. Durante el desarrollo de la especie humana surgieron en diferentes rincones de la Tierra, por ejemplo en Oriente, seres iluminados que trataron de hacer más comprensible y concreta la idea de lo trascendental, de lo «inmaterial», en contraposición a lo material y palpable, dando a conocer la existencia de un Dios todopoderoso, como origen y creador de todas las cosas, de lo visible así como también de ámbitos inmateriales invisibles.

De este modo fueron surgiendo las diferentes religiones, que al fin y al cabo parten todas de la base de un solo Dios original, aunque a éste se le dé diferentes nombres, según sea la creencia. Sólo que el camino de las religiones para llegar a ese Dios no solamente tiene diversas facetas y etapas, incluso un libro sagrado que contiene la verdad de cada religión, sino que entre Dios y los hombres se estableció una jerarquía eclesiástica que dispone la manera cómo cada uno de sus fieles ha de comportarse para satisfacer al Dios respectivo. Muchos dudan que ese Dios, así como los profetas y otros seres iluminados que él envió a la humanidad, hayan dispuesto la formación una clase intermediaria entre la divinidad y los hombres.

Aunque las tres religiones más importantes del mundo tienen un padre terrenal común, Abrahám, del cual se derivaron el, judaísmo, el cristianismo y el islamismo, y habiendo hablado precisamente Abrahám de un solo y único Dios, de un Espíritu, es decir, de un ser inmaterial, excelso y todopoderoso, estas tres grandes corrientes espirituales han tomado en el curso de la historia rumbos muy diferentes. No es que el Dios único, común a las tres, se haya transformado, pero la pregunta es por qué el desarrollo histórico posterior las separó de un origen idéntico, habiendo llegado a sostener posiciones a menudo irreconciliables entre sí.
A pesar de que estas tres religiones reúnen entre sus fieles más o menos a un tercio de la humanidad actual, muchas otras personas no tienen ninguna creencia y se niegan a aceptar la existencia de un Dios invisible e inmaterial. Son los ateos y librepensadores, que buscan la explicación de todo lo que existe en la materia. Científicos y filósofos, entre otros Darwin y Marx, les dieron la base para fundamentar su posición.

Pero no queriendo profundizar en este artículo en una materia que ha sido y sigue siendo objeto de estudios y discusiones, que ha conducido a tantas discrepancias entre los seres humanos, incluso a guerras y a la destrucción de los que piensan de otra manera, queda pendiente la pregunta de si por lo menos los que creen en un Espíritu único, en un Dios único, cumplen lo que éste Dios realmente quiere, tanto más cuanto la divinidad siempre se caracteriza por ser el amor, la bondad, la magnificencia, la justicia y otros atributos que van en beneficio de sus hijos. No se puede decir tampoco que ese Espíritu universal no haya dejado instrucciones concretas de comportamiento a sus hijos. Todo cristiano conoce los Diez Mandamientos dados a través de Moisés y también el Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret.

Cada ser humano tiene el privilegio del libre albedrío, háyaselo dado Dios o tenga un fundamento científico, y por eso cada uno puede creer y pensar lo que quiera. Sólo que en vista de la situación actual del planeta, con todo lo que vive sobre él, sería necesario y recomendable que cada persona hiciera un somero balance de las consecuencias que ha tenido el materialismo para la humanidad, sin querer negar con ello el evidente progreso de algunas ramas de la ciencia. Desde la revolución industrial, pasando por los muchos cambios originados por el desarrollo técnico y científico, la vida en la Tierra ha llegado entretanto a un punto en que la evolución acostumbrada se ha detenido e incluso ha empezado a involucionar, sea en el medio ambiente, en la sociedad, la repartición de los recursos naturales, etc., recientemente también en la economía. Las catástrofes, el cambio climático, la disgregación de la sociedad, la quiebra de empresas, el afán desmedido por obtener beneficios cueste lo que cueste, la destrucción de especies animales y vegetales, las guerras, la contaminación de los mares, del aire y muchas secuelas más tienen un origen común en un modo de pensar materialista y no espiritual.

Muchas personas que han perdido su puesto de trabajo, sus bienes, o que han sido objeto de explotación por parte de los más poderosos, por ejemplo de las naciones industrializadas, se dan cuenta del fracaso del materialismo y se preguntan dónde está el Dios de que hablan las religiones y por qué éste no les ayuda y socorre en sus necesidades. No obstante, los dirigentes de las grandes religiones callan y no dan respuesta a tal clamor, algo que dé esperanza y consuelo, y sobre todo una solución a los problemas que aquejan a la humanidad actual. En vista de esto, no es de extrañar que muchos piensen que Dios entonces no existe, que se trata realmente de un gran engaño, tal vez sólo para mantener en vida a una jerarquía intermediaria que vive del temor de sus fieles por no perder la vida en un Más Allá incierto.

Si se leen los principios originales de cada religión, en realidad se trata de excelentes preceptos y recomendaciones que tendrían que hacer mucho más placentera la existencia en el planeta. ¿Pero por qué no es así? Seguramente que respuestas hay muchas, aunque ninguna de ellas hasta ahora ha logrado mejorar la situación. A pesar de que toda religión predica el amor entre los seres humanos, no es difícil comprobar que esto no es así. El amor comienza por casa, en la familia, entre amigos y conocidos, en el puesto de trabajo, etc. ¿Será que también este concepto se ha hecho tan material que se practica cada vez menos? Un mandamiento cristiano dice que hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Es un principio práctico y que toda persona puede realizar en su vida, así como también la recomendación de Jesús de Nazaret, que dijo: Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo primero tú a ellos. Pero la realidad habla un lenguaje diferente. Pareciera que ni los mismos cristianos creyesen ya en los preceptos de Dios y de su hijo, Cristo, ya que si los hubiesen realizado en el curso de la historia de la humanidad, con seguridad que este sería un planeta floreciente, donde reinarían igualdad, libertad, unidad, hermandad y justicia.

Aunque tal vez parezca una misión imposible, para aquellos que no creen en un ser todopoderoso, creador de todo lo que existe, pero sí en los logros de la ciencia, sería tal vez interesante que se enterasen de las palabras de un gran científico alemán, el creador de la teoría de los cuantos, el premio Nobel de física, Max Planck, quien dijo:
«… la materia en sí no existe. Toda materia se forma y mantiene sólo por una fuerza que pone en vibración las partículas atómicas y las reúne manteniéndolas como el sistema solar más pequeño del átomo. Como en todo el universo no hay ni una fuerza inteligente ni una fuerza eterna, tenemos que suponer que detrás de esa fuerza hay un espíritu consciente e inteligente. Este espíritu es la base original de toda materia. No es la materia visible, pero perecedera, lo real, verdadero y cierto, sino que lo verdadero es ese espíritu invisible e inmortal.
Pero como no puede haber espíritu como tal y cada espíritu forma parte de un ser, tenemos que aceptar obligadamente a seres espirituales. Pero como tampoco los seres espirituales pueden existir por sí mismos, sino que tienen que haber sido creados, no temo denominar a ese misterioso creador de la misma manera como lo han denominado los pueblos de la Tierra de los pasados milenios: DIOS».

Tal vez librepensadores con la misma amplitud de horizontes de este científico, están en mejores condiciones de aceptar a ese «misterioso creador» de que habla Max Planck, ya que no se han dejado dominar ni influenciar por los dogmas, ritos, ceremonias y jerarquías de los que se han introducido como intermediarios entre la divinidad y los seres humanos. Sin toda esa parafernalia, descubrirán entonces que un Espíritu semejante, al que simplemente se le puede llamar Dios, no tiene reservados para sus hijos ni misterios ni castigos ni amenazas, ni mucho menos una condenación eterna. Visto así, también la ciencia con todos sus logros tiene su origen en el mismo Espíritu, de otro modo un físico de tal renombre no habría podido llegar a una conclusión semejante. Si algún lector se atreve a dar un paso más allá, puede consultar la página www.vida-universal.org y encontrará allí informaciones que le darán una visión totalmente nueva de ese Espíritu universal del que habla el gran científico alemán. Es el mismo Dios libre que dice: El que lo quiera creer, que lo crea; quien lo quiera dejar, que lo deje.
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