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Easy Rider convirtió a Hopper en ícono de la contracultura estadounidense en los '60 y '70.

Muere a los 74 años Dennis Hopper, icono contracultural de los años ’60 y ’70

“Easy Rider” convirtió a Hopper (d), en ícono de la contracultura estadounidense en los '60 y '70.
“Easy Rider” convirtió a Hopper (d), en ícono de la contracultura estadounidense en los '60 y '70.

El director y protagonista de Easy Rider' sufría un cáncer de próstata desde hace meses.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Dennis Hopper, actor gigante de naturaleza rebelde que luego de un prometedor comienzo en su carrera, con un papel en "Rebelde sin causa", protagonizada por el legendario James Dean, se ganó una reputación de transgresor con una inclinación a la bebida y las drogas, falleció este sábado en Los Ángeles víctima de un cáncer de próstata cuya existencia se conoció en octubre.
"Hombre complejo"
Después de su éxito con "Easy Rider" y del fracaso con "The Last Movie", sus enfrentamientos con directores y colegas hicieron que entrara en la "lista negra" de Hollywood.

Le llevó casi 10 años para volver a papeles protagónicos, cuando actuó en "Blue Velvet", que le valió una gran aceptación de los críticos y le significó un giro positivo en su carrera, aunque su vida personal seguía siendo turbulenta.
"De hecho, era un hombre más complejo de que lo que su reputación sugería: estaba muy informado y era un cuidadoso coleccionista de pinturas del arte moderno", afirma un periodista que le conoció de cerca.

Una Estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood
Hace apenas dos semanas cumplía 74 años y el pasado marzo hacía su última aparición pública en el Paseo de la Fama de Hollywood, el día en que se inauguró la estrella que lleva su nombre y que, con seguridad a partir de hoy se convertirá en lugar de peregrinación para sus muchos admiradores.

"Vosotros me disteis una vida que jamás hubiera podido tener siendo un chaval de Dodge City, Kansas" dijo frente a cientos de ellos durante aquella última aparición estelar. Frágil y menudo pero de muy buen humor, aquel día llegó acompañado de algunos de sus amigos más fieles, como Jack Nicholson, al que dirigió y junto al que protagonizó Easy Rider, la película con la que el espíritu rebelde de la contracultura de finales de los sesenta quedó finalmente tatuada sobre el celuloide.

"Nadie se había visto a sí mismo en las películas hasta entonces. La gente fumaba porros y tomaba LSD por todo el país pero en el cine seguían viendo a Doris Day y a Rock Hudson" dijo de aquel filme Hopper, con el que se llevó el premio al mejor director novel en el festival de Cannes en 1969. "El impacto de Easy Rider, sobre los cineastas y sobre la industria fue sísmico" escribió el crítico Peter Biskind en 1998 en su libro Easy Riders, Raging Bulls: How the Sex-Drugs-And-Rock 'N' Roll Generation Saved Hollywood.

El triunvirato protagonista, que también incluía a Peter Fonda, renegaba de Hollywood. "Para ellos aquella película fue la demostración de que podías batir a la industria en su propio terreno, podías drogarte, expresarte y además, ganar dinero", escribió Biskind.

Pero Hopper, que se había criado en una granja en Kansas y que se apasionó por la actuación en el colegio después de mudarse con su familia a San Diego, no fue capaz de mantener el equilibrio entre las drogas y su vida profesional. Sus primeros pasos como actor los había dado junto a James Dean en “Gigante” y “Rebelde sin causa” a mediados de los cincuenta. "Me consideraba el mejor actor del mundo hasta que vi actuar a Dean" dijo de él años después de su muerte, que calificó como " una de las tragedias de mi vida".

Pero sin duda Hopper vivió muchas más. Sus métodos de interpretación, basados entre otras cosas en lo que aprendió de Dean, le crearon problemas con muchos directores en Hollywood. Por eso a finales de los cincuenta decidió mudarse de Los Ángeles a Nueva York, donde se puso a estudiar con Lee Strasberg y donde comenzó a trabajar como fotógrafo, otro de sus talentos. Entre 1961 y 1967 fotografió a muchos de los que comenzaban a brillar como estrellas, desde Paul Newman a Tina Turner (recientemente publicó un libro con aquellas fotos) y también arrancó su pasión por el arte contemporáneo, lo que le llevó a convertirse en uno de los coleccionistas más envidiados y admirados, puesto que además, se convertiría en amigo íntimo de gente como Andy Warhol o Claes Oldenburg.

Pero fue tras dirigir Easy Rider cuando su vida dio un vuelco. A las drogas que él y su generación reivindicaban se unió la megalomanía y pronto la química comenzaría a jugarle malas pasadas. Pese a convertirse en el director más célebre de Hollywood, su siguiente película, The last movie, estrenada en 1971, fue un fracaso absoluto y tardó más de quince años en poder volver a dirigir (el filme Colors, en 1988). Participó en múltiples películas de bajo presupuesto para poder mantener su pernicioso tren de vida pero sólo renació profesionalmente, y de forma momentánea, tras su paso por Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola.

Durante la década de los setenta se había acelerado su descenso a los infiernos, llegando a necesitar (según el mismo lo afirmó), dos litros de ron, treinta cervezas diarias y tres gramos de cocaína sólo para funcionar. Ningún cerebro, por muy brillante que sea, resistiría tanta presión y el suyo finalmente explotó mientras viajaba ciego de peyote por una selva mexicana, en la que fue encontrado corriendo desnudo y donde intentó subirse a un avión en marcha. Fue el episodio que le hizo replantearse la vida: en 1983 entró en una clínica de desintoxicación.

Desde entonces, permaneció sobrio sin beber una sola gota de alcohol aunque los directores insistían en ofrecerle papeles de personajes viviendo al límite de sus posibilidades, como el de padre alcohólico que interpretó en el filme Hoosiers, en 1986, por el que recibió una candidatura al oscar o el imborrable psicópata de Terciopelo Azul, de David Lynch.

Casado cinco veces, su último matrimonio, con Victoria Duffy, se convirtió en una ruptura violenta en 2010 cuando ella acusó a su familia de tratar de separarlos.

El pasado abril, un juez dictaminó que Duffy, con quien tenía una hija, podía quedarse en la casa que habían compartido. Cómo en sus múltiples filmes, al final de su vida, Hopper tampoco tuvo la oportunidad de irse tranquilo y feliz.

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