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• CRÓNICAS: PARIS, SITUACIÓN IRREGULAR

Maurice Blanchot, escritor francés (1907-2003)
Maurice Blanchot, escritor francés (1907-2003)

La desaparición de Maurice Blanchot

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
En un determinado momento de su vida, Maurice Blanchot, el célebre escritor francés, decidió desaparecer. Para un autor que había, desde el principio, considerado con toda radicalidad la relación entre escritura y muerte, literatura y ausencia; para un escritor que desde siempre había instalado su práctica escritural en el momento del “afuera” del lenguaje y del discurso -afuera que no puede más que situarse “en” el lenguaje, en una superficie cuya liminaridad transparente es, finalmente, la opacidad de toda comunicación, el “afuera” del sentido, como de hecho mostró Foucault en un célebre ensayo sobre Blanchot; para un autor que hizo del “arrêt de mort” (paro de muerte) el destino de una escritura que se horada a sí mima en el instante preciso de su constitución, y que pensaba que la muerte no es lo “por-venir”, sino aquello que nunca termina de llegar, pues siempre ha estado allí (en nuestro cuerpo, en nuestro pensamiento, es decir, en la “escritura”) y que la “pasividad” -la indeterminación de toda conducta, la apertura infinita de lo que en un momento pierde su conexión con la “comunidad” establecida, pues intenta instaurar una nueva, inaudita- es la clave de una “escritura del desastre”; para este autor, para este escritor que siempre quiso dejar de serlo, para Blanchot -para llamarlo de alguna manera- “desaparecer” de la escena literaria francesa, a fines de los años 70, era un gesto “escritural” en sí mismo, como lo fue el que cien años antes esbozara Rimbaud, su joven y enigmático maestro.

Blanchot, desde entonces, no cesó de identificar el movimiento de su existencia con el de su obra: si ésta, de por sí, desde sus primeras obras (“Aminadab”, “Thomas el oscuro”, “El espacio literario”) había centrado el devenir de sus figuras esenciales en un espacio ante todo fantasmal, insituable (más allá y más acá del lenguaje, adentro y afuera de la literatura, sobre y bajo la filosofía), espectral en el sentido de transido de una realidad intermedia (ni en este mundo ni en el otro), desde el momento en que Blanchot desaparece y nadie más sabe -con la excepción de dos o tres, Marguerite Duras, Jacques Derrida entre ellos- algo sobre él, el movimiento, el giro ya está lanzado: imposible determinar el origen de una obra, imposible situar su desarrollo en relación a un sujeto, imposible seguir con la figura del “autor” -sujeto social que da entrevistas, obtiene premios, adquiere más o menos fama, crea o padece polémicas, se instala ideológicamente, etc.-, imposible pensar ya que eso que “se escribe” se llama, todavía, “literatura”.

Es tal vez, en ese sentido, Blanchot el autor más consecuente con el estatuto de la escritura en una época de la catástrofe, de lo que él mismo llamó “el desastre”: la época de la Shoah, de Rwanda, de la desaparición en Latinoamérica, de la guerra civil española, la época de la violencia extrema. ¿No es, por ejemplo, cuando pensamos en el fenómeno de un “desaparecido”, la idea blanchoteana de una muerte que no termina de ocurrir pues no llega nunca, ya que siempre ha llegado, algo más que una metáfora, es decir, una realidad concreta (con la concreción de los espectros, en todo caso)? ¿ No es la “pasividad”, no es lo “neutro”, en el sentido de experiencias de la desazón radical de seres que no esperan nada pues ya ha llegado todo, nuestra más pura y dura cotidianidad de seres del desastre? Lo que sí está claro, es que Blanchot, al desaparecer él mismo, al abandonar -en el momento en que era uno de los escritores franceses más reconocidos de su generación- su estatuto de “autor” y sujeto reconocible (“Algunos escribimos para perder el rostro”, escribió Michel Foucault, continuador directo del legado de Blanchot) no solo constituyó su vida en parte del enigma de su propia obra, sino que además comprendió, prácticamente, escrituralmente, como ninguno, que el sentido de nuestra “época del desastre” no era otro que el de la realidad de los espectros.
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