Como no tengo esa facultad, temo escribir algo sobre un extraordinario, duro y maravilloso viaje que, entre los preparativos, el viaje en sí y el descanso de sus consecuencias, me ha tenido tres semanas absolutamente apartado de la cotidianidad.
Me refiero a la ruta que hemos hecho a caballo y en mulo un grupo de amigos recorriendo El Camino Ingles, (La Ruta de los Viajeros Románticos) desde Gibraltar hasta Ronda, continuando después hasta Montellano tras pasar por Grazalema, en seis inolvidables días.
Desde que terminé de recorrerlo estoy descansando y desconectado de todo y la verdad es que ni siquiera me he puesto a escribir algo sobre esa aventura; y es que, como digo, tengo miedo de ponerme, porque, principalmente, no tengo la suficiente capacidad literaria para trasladar al papel todo lo que se puede escribir de ese camino y todo lo que he sentido, vivido, disfrutado y sufrido en ese especial viaje que transcurre de tal manera por las entrañas de nuestra Andalucía, que te permite ver de una forma muy especial nuestra tierra.
Solo puedo decir que es algo inolvidable y que poderlo recorrer es de las cosas por las que merece la pena estar vivo. Experimentas una mezcla de sensaciones que van desde la alegría hasta el cansancio, desde ahí hasta la carcajada, pasando por diferentes niveles de agotamiento físico que te ponen al borde de la resistencia personal.
Desde que estás en La Línea de la Concepción hasta que llegas a Ronda, ves como el terreno se va empinando y volviéndose cada vez más dificultoso y verdaderamente peligroso en muchos tramos.
Pasas por veredas, caminos, trochas, campo a través, arboledas, ríos, arroyos, cascadas, llanos, cultivos de todo tipo, rastrojos, vertiginosos acantilados, ranchos, cortijos y un sinfín de paisajes que te dejan con la boca abierta.
Y, precisamente hablando de los lugares por los que se pasa, eso es lo que tenían abierta casi todas las personas que nos veían entrar en los pueblos vestidos de auténticos bandoleros (esto es, sucios, con mala cara y barba de varios días) a caballo y en mulos, sin saber si habíamos salido de un túnel del tiempo o que estábamos algo locos; creo que algo de las dos cosas pensarían antes de esbozar una sonrisa de simpatía, de sorpresa, de buena acogida y de hospitalidad que, a bote pronto y de momento, se transformaba en un pedazo de chorizo, de queso o de cualquier otra vianda que, junto con un vaso de vino, su corazón y una sombra, nos ofrecían esas buenas gentes del sur.
Podría contar más, podría intentar dar detalles, pero es que quiero dejar eso para cuando tenga más tiempo y, sobre todo, más arrojo literario, pero sobre todo, quiero que lo que pueda contar lo descubra la persona que desee experimentar este magnífico viaje en su persona.
Así que, para terminar y sin mencionar nombres porque seguro que se me olvidarían algunos, solo decir que desde aquí les doy unas gracias muy grandes a todas las personas que han hecho posible esta experiencia; a todas aquellas que nos han apoyado con su amistad, hospitalidad y con lo que quiera que haya sido en el camino y por la solidaridad, comprensión, ayuda y ánimos que me ofrecieron personalmente en esta aventura los caballistas compañeros de viaje, con los que ya me une un lazo que estará de por vida.
A todos un abrazo por haber hecho posible este gran sueño que es descubrir nuestra tierra desde un punto de vista muy, muy especial. Repetiremos.
Este viaje se lo dedico a la memoria de mi padre José Garrido González, que siempre me enseñó el interés por la amistad, la cultura y lo original.
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