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CARTA DESDE ALEMANIA

Hacia el año 1250, los cátaros habían sido totalmente exterminados por la Iglesia católica que les persiguió de manera encarnizada
Hacia el año 1250, los cátaros habían sido totalmente exterminados por la Iglesia católica que les persiguió de manera encarnizada

Los vegetarianos y sus detractores (II)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Hay muchas fuentes históricas que demuestran la persecución de los movimientos cristianos fuera de la Iglesia. Pero resulta muy singular que sean precisamente las mismas actas de los inquisidores eclesiásticos, que persiguieron, juzgaron y en muchos casos asesinaron a casi todos estos movimientos cristianos ajenos a la Iglesia, las que dan testimonio fidedigno de la vida de aquellos seguidores de Jesucristo, que se atenían a lo enseñado por Él en cuanto al respeto por todo lo creado por su Padre, incluyendo a la Naturaleza y a los animales.

De acuerdo con las investigaciones de los autores alemanes Seifert y Pawlik, en tales protocolos se lee que los cátaros no debían matar animales, que ellos creían que comer carne, huevos o queso era un pecado mortal, incluso en caso de la más grande necesidad. También sobre los valdenses se lee que éstos no comían ni carne ni huevos, y no bebían ni leche ni vino, así como que toda forma de derramamiento de sangre era para ellos un pecado mortal. De los maniqueos (siglo III d. C.) se lee lo siguiente en las actas de la Inquisición: “Además, ellos de ningún modo matarían a un animal o a un ave, puesto que dicen y creen que incluso en animales faltos de razón y también en los pájaros se encuentran tales espíritus (almas), que se escapan del cuerpo de los seres humanos” (Bernard Gui, Manual del Inquisidor, tomo I). Dicho sea de paso, san Agustín fue maniqueo durante nueve años antes de su conversión al cristianismo. Más tarde escribiría documentos importantes contra el movimiento en el que no pudo ascender a un rango que él deseaba, pero que entre los maniqueos no existía. Otra fuente, el Código Monac. lat relata que “los susodichos herejes dicen también que no se debe comer carne, y que ellos lo explican así: ‘Nunca se ha leído que Cristo comiese carne (…) Tampoco muchos santos comieron carne; por esto tampoco nosotros la comemos’”.

Existen suficientes documentos históricos que describen muchos más ejemplos sobre este tema, que todo lector interesado puede consultar en una buena biblioteca. No obstante, es interesante leer lo que un inquisidor de nombre Petrus, Pedro, averiguó en 1398 en sus interrogatorios de los valdenses, ya que la lectura de sus actas da más luz a la pregunta original de dónde surgió la animadversión de la Iglesia contra tales movimientos que decían cumplir las verdaderas enseñanzas de Jesús de Nazaret. El inquisidor escribe: “Éstas son las enseñanzas erróneas de la secta de los valdenses: ‘(…) Ellos creen que sólo de Dios y no de un Papa o de algún obispo tienen el poder de anunciar la palabra de Dios’. ‘Además, acusan a la Iglesia de Roma porque ésta, desde los tiempos del Papa Silvestre, se ha apoderado, ha confiscado y adquirido bienes y propiedades. (…)’. ‘Ellos además no creen que una iglesia consagrada sea más santa que cualquier otra casa’. ‘Además, no creen que un altar consagrado sea más sagrado que un montón de piedras cualquiera (…)’. ‘Ellos condenan y rechazan la adoración de imágenes’. ‘Condenan y rechazan el besar reliquias’. ‘Condenan y rechazan las indulgencias de los príncipes de la Iglesia. (…)’”. Todos estos textos están contenidos en el Código de s. Emerando, de Ratisbona, en Alemania. Y en un manuscrito de la ciudad bávara de Würzburg, del tiempo de la persecución de los herejes, contenido en el Código Wirceburg, se puede leer, entre otras cosas, lo siguiente: ‘Ellos sostienen que el bautizo de los niños no tiene validez, ya que los niños todavía no están en condiciones de creer’. ‘Afirman además que el sacramento de la confirmación no tiene valor, pero en vez de este sacramento sus maestros imponen las manos sobre sus alumnos’. ‘Ellos aseveran que el cuerpo y la sangre de Cristo no son verdaderos, sino que sólo el pan bendecido, que en cierto modo es llamado cuerpo de Cristo’. ‘(…) Se dice que no está permitido que un juez del mundo disponga que se mate a un delincuente, puesto que algunos dicen que tampoco está permitido matar animales, tampoco peces y otros parecidos (…)’.

Para mejor comprensión del entorno en que se fue gestando con el tiempo el apego a los placeres culinarios y otros dentro del ámbito eclesial, baste citar al obispo Bucardo de Orta, maestro de ceremonias del Papa Alejandro VI, quien da una visión muy real del tren de vida que imperaba en el Vaticano del siglo XV, cuando dice: “Si yo quisiera enumerar todos los crímenes, robos y horrores que tienen lugar en Roma, no terminaría nunca. ¡Cuántas violaciones e incestos! ¡Cuánta perdición hay en este palacio papal, sin vergüenza ante Dios y los hombres! ¡Cuántos rebaños de alcahuetas y prostitutas se mueven por este palacio de san Pedro! (…)”. Como dato al margen, es importante recordar que Alejandro VI no es otro que el español Rodrigo Borges, fundador de la tristemente célebre familia italiana de los Borgia, ya que la Iglesia de Roma desde siempre pudo contar con la adhesión fiel e incondicional de la de España. Desde allí, el área de influencia y el sistema de vida “cristiano” de la época se exportó, entre otros lugares, a la América que se acababa de descubrir.

Volviendo a los cátaros, como ejemplo de comunidades que practicaban un sistema de vida que trajo consigo la persecución de los que la Iglesia llamó “herejes”, contra ellos tuvo lugar una verdadera cruzada. Bernardo de Claraval, como predicador de aquella cruzada, y al que su Iglesia hizo santo después, exigió: “Si no los podéis convertir, ¡entonces matadlos!”. El Papa Alejandro III por su parte decidió en 1179 que todo aquel que tuviese alguna relación con los herejes o los acogiera, fuera condenado con un anatema. Las casas de los que ayudaron a los herejes fueron destruidas y no se permitió su reconstrucción. Aquel que no iba a la guerra contra los herejes quedaba excluido de la salvación. En vez de ello este Papa prometió dos años de indulgencia a todo el que luchara contra los herejes. Lo mismo hizo el Papa Inocencio III durante la cruzada contra los cátaros entre los años 1209 y 1229, ampliando el plazo de gracia. El resultado fue que se formó un ejército de unos 200.000 hombres para atacar la ciudad de Béziers, donde se asesinó a unas 20.000 personas sin respetar la edad, el sexo o la religión de las víctimas. En julio de 1210, en la ciudad de Minerva, se quemó a unos 140 cátaros en la hoguera. En mayo de 1211 otras 400 personas sufrieron la misma suerte; la alcaldesa cátara del lugar fue arrojada viva a un pozo muy profundo. En 1243 unos 10.000 soldados cercaron a los cátaros en Montségur, lo que fue el principio de su fin. Allí se quemó vivos a 205 de ellos en una gran hoguera. En la ciudad de Agen en 1249 se quemó a otros 80 sospechosos. En todo esto descolló la Inquisición como el arma más eficaz contra los herejes. Sólo en dos años, el inquisidor Bernardo de Claraval hizo interrogar a 5470 sospechosos. Los interrogatorios terminaban por lo general con la muerte de los acusados. A los que lograron huir, se les mató encerrándolos vivos en los muros de la ciudad francesa de Carcassone. A fines del siglo XIII, todos los cátaros habían desaparecido del sur de Francia. Y seguramente que a más tardar desde entonces no sólo el pueblo “cristiano” francés ya no vio motivo alguno para tener que dejar de consumir carne animal, así como para tener que atenerse en todo a las enseñanzas de Jesús de Nazaret. De este modo, la poco santa Inquisición había logrado en pocos siglos uno de sus objetivos, cuya proyección la vivimos hasta en nuestros días.

Éste es sólo un breve recuento de algunos hechos comprobados por la historia, que tal vez sirva a más de una persona para darse cuenta del origen del consumo de carne como alimento, y del precio que pagaron todos aquellos que desde los orígenes del cristianismo trataron de poner en práctica lo que ellos habían aprendido de su maestro, Jesús, que amaba a todo ser vivo, que nació entre animales y tanto él como sus discípulos se alimentaban de los frutos de la tierra.

En estos tiempos hay muchas voces que tratan de hacer presente todos los hechos expuestos antes, para que toda persona que se considere librepensadora pueda sopesar su actitud futura. Hay incluso teólogos católicos, como el catedrático y doctor Erich Grässer, profesor e investigador del Nuevo Testamento en la Universidad de Bonn, quien hace pocos años respondió a la pregunta de un periodista, cuestionando con su respuesta a su propia institución: “¿Qué cómo es con la Iglesia y la protección de animales? En este sentido tengo que decir claramente, que cuando algún día se escriba la historia de nuestra Iglesia, el tema ‘Iglesia y la protección de los animales’ en el siglo XX será un capítulo tan oscuro como el tema ‘La Iglesia y la quema de brujas’ en la Edad Media”. Estamos en el siglo XXI y la actitud no ha cambiado, ya que sigue habiendo otras posiciones dentro de la curia romana. El Papa Benedicto XVI, durante una audiencia en otoño de 2007 otorgó una bendición personal especial a los cazadores, deseándoles que ‘su apego a la naturaleza se conservara estando al servicio de la maravillosa creación de Dios’, reiterando así oficialmente la bendición papal para todos aquellos que matan animales “para preservar la creación”, lo que en última instancia es por placer o para deleitar al paladar. Poco tiempo después, él mismo demostraría al mundo en su cena de Navidad, comiendo un capón criado y cebado especialmente para su deleite, el modo como él y su santa Iglesia siguen tratando a las criaturas de la creación.

En base a todos estos antecedentes es posible concluir en que el abuso de menores es realmente sólo uno de los muchos abusos cometidos por esta institución en el curso de la historia. Para los vegetarianos no deja de ser una suerte que ya no existan las hogueras ni las cruzadas. Y por si acaso, tal vez no estaría de más rogar porque la actual congregación sucesora de la Inquisición reduzca sus actividades sólo a asuntos de su fe católica, sin peligro para los que no la profesan. Sólo que los animales no tienen ningún beneficio con ello, ya que los hechos históricos expuestos demuestran que ser católico no es necesariamente lo mismo que ser cristiano, por lo menos así como lo enseño el fundador del cristianismo.

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