Monarquías y Mercadillos de Trueque

No se trata de los mercadillos medievales, tan de moda en cada pueblo o ciudad,  que recrean usos y costumbres del pasado en los que se venden toda suerte de productos  de otras épocas y donde los que participan en ellos van vestidos con atuendos de pasados siglos para rememorar otras épocas. No, estos mercadillos son diferentes pues la austeridad y la practicidad son sus principales armas. Los precios son irrisorios y los curiosos que  se acercan a ellos lo hacen con el convencimiento de que van a encontrar alguna ganga y también porque saben que algún artilugio inservible que guardaban en un cajón pueden cambiarlo por otro que van a darle uso. Y todo para facilitar la comunicación, la conversación y hasta hacerse confidencias personales porque, ya se sabe, mal de muchos…. Todo, en fin,  para gastar lo menos posible porque el euro anda más que escaso. El ambiente propicia todo ello y nada tiene que ver con el comercio actual, tan frío y mecánico.

Ayer coronábamos a nuestro rey Felipe VI en pleno siglo XXI, muy lejano de aquellas otras coronaciones cuando los plebeyos comerciaban con sus productos. Vendían lo que les sobraba y compraban lo que necesitaban. Otras veces cambiaban simplemente sus cosas: yo te doy y tú me das. Eran otros tiempos, naturalmente, y todo aquello quedó en desuso. Ahora, como digo y porque las circunstancias nos han empobrecido, muchas ciudades españolas organizan sus mercados de trueque, venta y transporte. Hoy en Zamora, junto a la Playa del Merendero de Los Pelambres, un lugar idílico, encarado a la Perla, nuestra hermosa Catedral, se había instalado una especie de zoco marroquí donde se podían encontrar, cómo no, objetos obsoletos, en desuso, oxidados, algunos inservibles, pero llenos de encanto y nostalgia. Hoy mi paseo matinal me llevó hasta allí y me detuve extasiada para ver lo que se exhibía con candor e inocencia. El Duero rumoroso, algo menos altanero que en las últimas crecidas presenciaba la escena mientras los curiosos miraba, hablaban, compraban o cambiaban. También hay servicio, me dijeron, de transporte. Pueden llevar en una furgoneta a cualquier lugar, una cama, una mesa, un colchón, ruedas, lo que guste el cliente y cobran un euro por kilómetro. Se me olvidó preguntar si cobran también la vuelta.
Me fui de allí con el alma alborozada y pensando en nuestros Reyes Felipe y Letizia, recién estrenada su Monarquía. No sé por qué empecé a comparar los dos hechos: un mercadillo decadente, anacrónico, pero bello; con una más que anacrónica e inservible Monarquía, pero bella también. En fin, meditaciones en pleno verano que, justamente, entraba a la misma hora que yo ponía los pies en el mercadillo.

 (*) Concha Pelayo es escritora, crítica de Arte y Miembro de la Federación Española de Periodistas de Turismo (FEPET)