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EL TUNEL DEL TIEMPO (III de III)

“Con la Iglesia, hemos topado”...

Por el Profesor Bonyardán

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Este artículo fue publicado en la edición del 21/03/2004 de “EuroMundo Global” a propósito de la publicación de un informe oficial del Vaticano referido a los casos de abusos sexuales cometidos contra monjas y novicias por sus propios “compañeros de armas”, sacerdotes, curas y frailes. Pese a los 6 años transcurridos desde su publicación, el artículo mantiene plenamente su vigencia y cobra mayor fuerza si cabe, al tenor de los hechos de abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia católica que se suceden a diario en la prensa internacional.


“Con la Iglesia, hemos topado”...


Desde luego, la Iglesia Católica ya no es lo que era. La verdad es que desde la aparición del padre Apeles en España, ya nada ha vuelto a ser lo mismo. El ciudadano común y corriente en este país ha venido perdiendo de manera paulatina, buena parte del respeto y el miedo, (en ocasiones rayano al terror), que hasta hace muy pocos años, le inspiraba el clero; ¿Las razones?, quizás habría que buscarlas en el hecho de que el progreso y los avances en la cultura popular, han acercado y "humanizado” a los curas, frailes, misioneros, monjas, novicias y toda la parafernalia jerárquica que siempre ha rodeado a una de las mayores y más crípticas organizaciones que han existido en el mundo entero: La Iglesia católica.

Desde hace mucho tiempo, la Iglesia católica en España, para referirnos al ejemplo más cercano y concreto, ya no es lo que era. Nada ha vuelto a ser igual desde la aparición e irresistible ascensión del controvertido padre Apeles al “dorado Olimpo” de los famosos de pacotilla.

El sacrosanto respeto que el ciudadano de a pie de este país ha profesado desde hace siglos al todopoderoso clero, quedó seriamente tocado con la televisiva irrupción del díscolo y caricaturesco personajillo conocido como el padre Apeles.

El “sufrimiento” experimentado al interior del corazón mismo de una de las más poderosas e influyentes organizaciones socio-economico-políticas que en el mundo han sido, (como ciertamente es, ha sido y será la Iglesia católica) con todo el affaire Apeles, no es nada si lo comparamos con el estremecimiento de asombro e incredulidad primero, y de franca repugnancia después, que ha sufrido la opinión pública en días pasados cuando, de forma completamente inesperada, se han hecho públicas las informaciones relativas a que, “cientos de monjas y novicias” han sido violadas y/o “abusadas sexualmente”, por curas y misioneros, en 23 países “desde Africa a Colombia, desde Irlanda a Estados Unidos” y, en fin, en prácticamente todos los países y rincones del mundo, porque lo admitido por el Vaticano es sólo “la punta del iceberg”.

Los casos que documentadamente ha reunido en una investigación que ha tardado más de 10 años, la comisión que ahora ha dado al conocimiento público esta situación, son una parte (y posiblemente mínima) de un problema que es tan viejo como la institución misma.

Lo curioso del caso es que nada más producida la noticia, de inmediato, altas fuentes eclesiásticas se han apresurado a quitarle hierro al asunto, tratando de justificar lo injustificable al emitir por ejemplo, (y en mi personal opinión) frases tan desafortunadas que pretenden circunscribir este problema, “sólo al entorno de países del Africa subsahariana”, donde por lo visto, el celibato de los curas está mal visto socialmente y, donde por tradición ancestral, la mujer (sea monja, novicia o no) está culturalmente supeditada al hombre, de ahí el hecho ciertamente repugnante, de que se pretenda justificar con estas explicaciones, el qué a una monja, en países africanos, le resulte en extremo difícil (por no decir imposible) negarse a los favores sexuales que le requiera un hombre, aunque éste, sea un sacerdote.

Y es aquí creo, en esta parte de la justificación entregada por algunos ejecutivos eclesiásticos para explicar estos execrables hechos, donde se encierra la clave de todo: Un cura, fraile, sacerdote o misionero es antes y después de todo, un hombre y como tal, tiene por naturaleza, necesidades, apetitos, tendencias y un montón de otras características que son absolutamente connaturales a su condición de hombre y cuando digo hombre, estoy hablando genéricamente del ser humano, ya que iguales características atañen a las monjas que son, evidentemente antes de su calidad de tales, mujeres, con todas las inclinaciones, preferencias y apetencias determinadas como es natural, por sus hormonas, glándulas e instintos.

Lo curioso de todo esto es que definitivamente, la sociedad civil no procede de la misma manera con un violador de barrio que con un cura. Al violador de barrio (léase civil) por lo pronto y en un primer momento y mientras se aclara el entuerto, se le lleva a la cárcel donde con toda seguridad, le será aplicada la ley no escrita por la cual se regula la población reclusa y el sujeto acusado de violación, será repasado por uno o varios de los presos porque, dentro de la población penal se castiga de esta manera a quién toma una mujer por la fuerza. No hay que olvidar que los reclusos tienen madres, esposas, hermanas y novias que eventualmente, pueden ser víctimas de un violador. Así de esta manera elemental y primitiva, la población penal, aplica en primera instancia, un justo castigo al que comete el execrable acto de una violación.

En cambio, cuando el violador es un cura, un misionero, un fraile, ¿Que ocurre?... posiblemente, nada o, en el peor de los casos, el culpable deberá purgar su falta con un retiro de dos semanas, algún rosario extra o, si el hecho ha sido muy público y notorio, con el traslado forzoso a alguna otra parroquia o congregación donde el curita con arrestos de fauno, podrá seguir haciendo de las suyas.

Ultimamente, la prensa está trayendo un aluvión de noticias policiales donde miembros de la Iglesia están involucrados, lo cual prueba también de manera inequívoca que la Iglesia, ya no es lo que era. Hace 30 años o poco más, ¿Alguien se hubiera atrevido a acusar públicamente a un miembro de la Iglesia o, dar noticias perjudiciales para la organización?, con seguridad no, pero por aquello del progresivo acercamiento, y humanización de la Iglesia a la sociedad, nos podemos enterar en el telediario, del asesinato de un fraile por otro religioso, con el posterior suicidio del criminal por ejemplo, o de la novedad de que altos dignatarios eclesiásticos se ven involucrados en operaciones de ventas fraudulentas de obras de arte, o leemos lo de un cura párroco condenado a prisión por abusos sexuales a un menor de su parroquia, o sonreímos con el curioso caso de un cura pasado de copas, a fuerza de oficiar repetidas misas en las dispersas parroquias de una comarca rural es un mismo día y que fue cazado en un control rutinario de alcoholemia, o nos enteramos de lo ocurrido con un obispo francés procesado por ocultar información sobre un subordinado que le confesó sus abusos sexuales y ahora para rematar, la guinda del pastel, con la información oficial, reconocida por el Vaticano de que cientos de monjas y novicias han sido violadas por sacerdotes.

Que los curas, frailes y misioneros han tenido a la mano siempre, carne fresca para aliviarse de sus tentaciones cuando el demonio de la carne aprieta , es una verdad incuestionable por que si no, ¿De donde cree Ud. amigo lector que salió la llamada postura del misionero, que hasta el más elemental libro de orientación sexual señala?. Desde luego, no creo que se deba al capricho de algún estudioso de las costumbre y comportamientos sexuales de los hombres y mujeres sino que de manera inequívoca, esta modalidad debió ser sobradamente conocida en el entorno de aquellos primeros investigadores que inscribieron para la posteridad, en los anales de la investigación de la sexualidad, esta elemental y primaria forma de relación carnal.

Si le merece alguna duda lo más arriba citado, tome cualquier libro de orientación sexual y vaya al apartado de posturas coitales. Seguro que la primera que encuentra es la postura del misionero que es, por si Ud. no lo sabe, la más simple y elemental de todas, quizás porque el sexo eclesiástico no se caracterice precisamente, por adornos y florituras. Por el contrario, siendo como es de suponer, un sexo subrepticio, ilegal, por la fuerza y, por definición, absolutamente contrario a la más elemental de las obligaciones que debe enfrentar un cura, será por lógica, simple, primitivo, rápido, y obviamente, exento de toda consideración por la otra parte.

Malos tiempos para la lírica, y también para la Iglesia que pese a ciertas demostraciones de avance y de querer adecuarse a los tiempos que corren con los perdones públicos por ejemplo, pedidos por los horrores de la Inquisición, y por la pasividad culpable observada ante graves situaciones ocurridas en la historia reciente del mundo, no acierta todavía a abordar de manera clara y moderna, un problema que todos sabemos subyace desde siempre, en el seno de la organización: el celibato, el voto de castidad o simplemente, la imposibilidad de que los curas (y obviamente las monjas) puedan ejercer uno de los más elementales y humanos instintos de la raza humana: la sexualidad.

La Iglesia Católica debería en este grave y serio problema, hacer caso de la sabiduría popular que, de seguro, vería de buen grado el ejercicio sano y normal de la sexualidad de (o entre) los religiosos. Baste para ello, citar como ejemplo de la naturalidad con que el pueblo ha aceptado esto desde siempre, la frase un tanto socarrona que dice aquello de: “... nadie puede asegurar que este cura... no es mi padre...”



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