Es la sociedad competitiva y de resultados, en la que la exaltación del éxito se contrapone a la triste figura del perdedor y el fracasado. En un extremo del escalafón social están los triunfadores, entre los que están las estrellas mediáticas, las celebrities y artistas de moda, los políticos y los deportistas de élite, y en el otro los ignorados y defenestrados, entre los que se incluyen muchos que incluso poseyendo cualidades y valores nada desdeñables, por múltiples circunstancias no han superado las pruebas y estándares mínimos y no han conseguido, por tanto, entrar en el club de los elegidos.
Esos estándares exigidos para entrar en la élite pueden ser intelectuales, artísticos, físicos… pero también estrictamente sociales, porque esta sociedad también premia sin titubeos a quienes saben acercarse al poderoso, al que calla las vergüenzas del político o el famoso de turno, y al que ha adquirido la habilidad de saber moverse en el entramado de las empresas, las Administraciones Publicas, los sindicatos y los lobbies con cintura, engaño y altanería.
Curiosamente, esta sociedad desarrolla ad intra, hacia sus miembros, la misma estrategia destructiva y eliminatoria que emplea con el resto de las especies, el medio natural, los bosques y los ecosistemas, manipulando y explotando todo aquel y todo aquello que le resulte útil para aumentar y consolidar su posición, su poder y su riqueza, desechando los elementos que ya no son útiles o no tienen nada valioso que aportar, a lo que abandona a su suerte y ventura. Esta sociedad y sus Instituciones son considerablemente egocéntricas y autodestructivas al mismo tiempo, menuda paradoja.
Y eso es justamente lo que ha pasado con Yago Lamela y tantos otros deportistas, artistas y profesionales que, cuando han alcanzado y culminado sus más altas metas y, por motivos de salud, edad u otras circunstancias atraviesan una etapa de declive físico o intelectual, son ignorados y apartados del panorama sin piedad, y sin el más elemental sentido de justicia y reconocimiento por los méritos demostrados.
Tanto estos magníficos profesionales, deportistas, científicos e intelectuales, que gracias a su esfuerzo y tenacidad obtuvieron logros sobresalientes, como los que poseyendo cualidades sobradas no los obtuvieron por circunstancias ajenas a su voluntad y entrega, merecen un reconocimiento por la sociedad que presenció y recibió el valor añadido de su trabajo, especialmente durante esos tiempos difíciles que, por otra parte, casi todos atravesamos en alguna etapa de nuestra vida.
Exigir la perfección, desatender a los que fueron mejores o criticarles por los trofeos que no consiguieron, es una pobre y errónea estrategia que conduce a situaciones de profunda frustración y que supone un altísimo coste social para los que todavía están en el camino, que pierden una parte importante de sus referentes personales y éticos.
Nadie puede ser el mejor siempre, ni en todo. Es terrible e inaceptable permitir que el día después el mejor pase a ser el peor. Los políticos, las Instituciones, los psicólogos y sociólogos a su servicio, deberían tomar nota y prestar la debida atención a nuestros triunfadores potenciales y reales, para no permitir que casos como el de Yago Lamela vuelvan a repetirse.
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