Por el amor de una mujer...

“...Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne...” (Génesis, 24:2)

Confieso que no soy creyente y la primera vez que leí lo relativo al arzobispo Milingo, me alegré de no serlo aún cuando por aquello del beneficio de la duda, pensé que todo era producto de alguna oscura y retorcida campaña de cierta prensa sensacionalista empeñada desde hace varios años, en sacar a la luz, los trapos sucios de la Iglesia.

Desde hace mucho en la Iglesia, el “horno no está para bollos” y la otrora poderosa, inaccesible y hermética organización, “hace agua” por todos lados: intrigas políticas, financieras, escándalos sexuales, tráfico de influencias y obras de arte e incluso, “curitas” sorprendidos con unas copas de más, en rutinarios controles de alcoholemia a conductores.

En el caso de Milingo, el tema tenía todos los ingredientes de una delirante trama:: un arzobispo africano, aficionado a las “prácticas religiosas” en las que mezclaba sin pudor, algunos ritos ancestrales de exorcismos tribales con la más seria y ortodoxa liturgia católica. Luego, para más “INRI” (el término viene ni que pintado), el arzobispo sintió la llamada de los escenarios y como tal, participó cantando en el famoso Festival de San Remo, en la propia Italia, en la cuna de Iglesia católica y ante la desesperación de la burocracia papal.

Seguidamente y para liarla aún más, este curita de altos vuelos (y largas sotanas) va y se casa, pasándose por el forro, el más sagrado, elemental y principal de los votos que aherroja a todo el clero (desde la aristocracia vaticana al último cura de pueblo) que es el voto de castidad y encima, con ¡una mujer! (Porque ¡ojo!, el voto de castidad de los curas y monjas, no hace alusión a sexos) y entonces, se monta el pollo...

La diplomacia vaticana amenaza con la excomunión y es que la gravedad de la falta cometida por Milingo lo amerita. No hay que olvidar que en el caso de curas y frailes violadores, pederastas o abusones sexuales, los castigos que imponen los inmediatos superiores jerárquicos de estos curas juguetones, no pasan más allá de algún rosario extra por la noche, o algún confinamiento de fin de semana en abadías del extrarradio de la ciudad.

El aparato vaticano se pone en marcha y después de intensas negociaciones con la oveja (¿o es un macho cabrío?) descarriada(o), consiguen hacerle entrar en razón y el dignatario eclesiástico abandona a su mujer y vuelve en olor de faldas (digo sotanas) a rendir obediencia y respeto a sus amos vaticanos. Mientras tanto la esposa repudiada, que no ha recibido ni una sola explicación y, mucho menos el consuelo y el apoyo en su aflicción de los representantes de Dios en la Tierra, inicia una inútil huelga de hambre y señala que la mantendrá hasta las últimas consecuencias en la mismísima Piazza di San Pietro, enfrente del Vaticano.

Lo que la pobre esposa quizás no sabe, (o no ha tomado en cuenta), es que la Iglesia de Roma lleva allí casi 1.500 años y ni siquiera dos guerras mundiales han logrado conmover sus puertas y toda la organización que se esconde en su interior (¡pobrecilla!).

Como una manera de golpear los pétreos muros (y corazones) vaticanos, la esposa abandonada señala (quizás con inconfesables propósitos, según la oficina de RR.PP. papal), que es posible que esté embarazada del pícaro, díscolo, rockero y travieso Milingo, quien pese a haber afirmado tener a sus 71 años, sus apetitos sexuales muy disminuidos no tomó al parecer, ninguna precaución al consumar su matrimonio con arreglo seguramente, a las directrices de la Secta Moon que fue la confesión elegida por este arzobispo de opereta, para sacramentar uno de los más sagrados vínculos que establecen todas las religiones existentes en el planeta, incluida la católica.

Al tenor de esta historia, (y como dije al principio), me alegro de no ser creyente porque si lo fuera, sería toda esta maloliente historia, motivo más que suficiente para abandonar mis creencias y exigir como miembro y discípulo de la Iglesia, explicaciones a la jerarquía eclesiástica por este insólito, bochornoso y vergonzante asunto si bien como ciudadano común y corriente, se me ocurren las siguientes preguntas:
1) ¿Cómo justifica el Vaticano que un hombre (porque Milingo aunque cura, no ha dejado de serlo), abandone a su mujer?
2) ¿Cómo puede el Vaticano, manejar con tanta soltura una doble moral tan evidente para este penoso asunto?
3) ¿Qué solvencia moral puede tener Milingo de aquí en adelante, después de haber traicionado a la que por algunos días fue su mujer para seguir al frente de sus obligaciones de alto nivel como corresponde a un patricio de la jerarquía vaticana?
4) En el caso de que la esposa abandonada muriera a causa de su huelga de hambre o peor aún, si efectivamente llegara a tener un hijo de Milingo, ¿Cuál sería la posición vaticana?
5) ¿Es lícito y sobre todo, moral, que por mantener las apariencias, el Vaticano acepte tan flagrantes fallos de uno de sus dignatarios?

A la vista está que desde luego, la Iglesia ya no es lo que era y es mejor que sea así y que el mundo entero sepa que aunque esta organización tiene casi 20 siglos de existencia, y está formada por los hombres más poderosos del planeta, estos hombres están sujetos a las pasiones, odios y apetitos como cualquier otro mortal sobre la Tierra.

Lo triste para aquellos que profesan enorme devoción por la Iglesia y sus fastos, es comprobar que pese a toda la arzobispal parafernalia jerárquica, el tal Milingo ese, resultó tan mariconazo como ese vecino del quinto, que de la noche a la mañana, abandonó a su mujer, sin mediar explicación, que dirían los entendidos...