La casa donde vivió don Antonio Machado en Segovia 

Primero se hospedó en un hotel, pero sus posibilidades económicas no daban para tanto, por lo que no tuvo otra opción que buscar un alojamiento bastante más modesto. Fue entonces cuando decidió hospedarse en un lugar más modesto, o sea, en la pensión de doña Luisa Torrego, situada en el número  11 de la calle de los Desamparados. Y en ella permaneció durante el tiempo que estuvo en la histórica y monumental ciudad.

La visita a esta casa machadiana constituye una experiencia realmente inolvidable y un homenaje a uno de los poetas más representativos de la generación del noventa y ocho. Cuando yo estuve allí, hace ya mucho tiempo, el visitante era recibido por doña Luisa, siempre tan meticulosa guardadora del ya avejentado inmueble. Doña Luisa, por entonces, estaba a punto de cumplir noventa y cinco años. Era delgada y se movía con  grandes dificultades, pero su devoción por don Antonio Machado continuaba inmutable. Parecía un personaje arrancado de cualquier libro de Azorín, por ejemplo de la Xantipa.  Me dijo que todo estaba igual de como don Antonio lo dejó: "No se ha tocado nada, su cama, su mesita de noche, su lavabo"...  Y le brillaban los ojos, tan cargados de ancianidad, de recuerdos. Sentía todo aquello como si Machado hubiese sido su propio hijo, pues dudo que la propia madre del poeta  hablase con más devoción de sus obras y de su vida.

Un pequeño patio, cerrado con verja, sirve de acceso a las habitaciones de la casa. La vivienda en amplia, alargada, y al final de ella, en la última habitación, todavía se conserva el recuerdo vivo del poeta. Parte principal de esta conservación se debe a la Academia de Arte e Historia de San Quirce, de la que don Antonio fue presidente de honor en la primera época de esta  institución, llamada entonces  Universidad Popular Segoviana. En el cuarto donde residió el poeta se lee en un azulejo: "Blanca hospedería,/ celda del viajero/ con la sombra mía". Son versos de don Antonio grabados, cosidos a fuego. Las letras son blancas con fondo azul. El azulejo está sobre la cómoda. Doña Luisa jamás perdía de vista al visitante; le miraba agradecida de que se hubiese dignado visitar su casa, pero al mismo tiempo daba la impresión de que temía que alguno de los libros u otros recuerdos  machadianos que allí se conservan pudieran ser deteriorados. Cuando se tocaba algo de la alcoba de don Antonio era como si se tocase algo del alma de doña Luisa.

Más de una vez había dicho la venerable anciana: "!Lo que tendrá escrito sobre la mesa camilla  aquel bendito señor¡  Y rompía mucho, mucho... A veces la papelera estaba hasta arriba de papeles... Yo debí guardarlos... Eso me dicen ahora, pero yo no sabía entonces  que lo que él escribía y desechaba había de ser algún día como una reliquia; yo, que lo tenía por el hombre más bueno, más santo que pueda haber, no sabía... Sólo sabía que era un señor distinto y que era para mí, no un huesped, sino !qué sé yo!"...

Este pasado día 22 de febrero se han cumplido setenta y cinco años de su muerte, tres cuartos de siglo, y bien merece que se le recuerde en toda su dimensión de poeta y de hombre. Principalmente en el tiempo que residió en Segovia. Cuando don Antonio llegó a esta ciudad ya había fallecido su esposa, Leonor. El poeta prefería, sobre todo, el silencio y la soledad, el afecto de personas tan sencillas y bondadosas como esta doña Luisa Torrego. Don Antonio se hallaba en su plenitud humana e intelectual, aunque  ya conocía las tremendas contrariedades de la vida. Fue por entonces cuando escribió:

Entre el vivir y el soñar

hay una tercera cosa.

Adivínala