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Opìnión

La Semana Santa española y su mensaje

Por Ángel Las Navas Pagan

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La Semana Santa tiene en España honda raigambre tradicional con un espléndido derroche de arte y fervor, manifestados muy principalmente en las procesiones que esos días de silencio y dolor recorren muchas de las ciudades y pueblos de su geografía.

Desde la invasión turística que ocurre todos los años (iniciada a principios de los años cincuenta), los europeos se quedan asombrados ante el insólito e impresionante espectáculo de los "pasos" (grupos de imágenes y esculturas) , que forman las procesiones de esta singular Semana con mayúscula. En la que cambia el ambiente, la presentación, los enfoques y la organización, las imágenes, el público..., según las provincias y regiones españolas. En el fondo, todas recuerdan -con intensidad- lo mismo, es decir, los grandes misterios de la Redención, pero, expresados plásticamente de algún modo diferente; aunque en lo sustancial haya plena identidad.

Esta variedad de la Semana Santa en España aumenta considerablemente su atractivo. Pues, en cada sitio, se celebra con unas determinadas peculiaridades, que la hacen distinta de las de más y la dan su propia personalidad. Hay que destacar la excelente organización de las procesiones de la Semana Santa desde siempre, a pesar de lo desordenado que somos los españoles en otros aspectos. En esta cuestión damos una lección magistral. Ningún pueblo anglosajón lo haría mejor, ni con tanta perfección, entusiasmo, sacrificio y abnegación. Las pruebas son evidentes.

Hace unos lustros se comentaba que estas famosas procesiones de la Semana Santa (algunas extraordinarias como la de las capitales andaluzas, Murcia, Cartagena, Valladolid, Zamora, Cuenca y de otras ciudades), habían quedado como un formidable espectáculo más, dentro de su carácter religioso, para atraer a los turistas extranjeros, formando parte del amplio y sugestivo folklore español tan lleno de alicientes para los visitantes. Es decir, que se estaban quedando como unas simples manifestaciones externas de piedad, cada vez más rutinarias, a pesar de su grandeza artística y hondo contenido espiritual.

 

Pero, actualmente se puede observar -con cierto asombro- que una Fe robusta está renaciendo en gran parte del pueblo, que ha redescubierto en estos "misterios" de la Semana Santa, que encierran nada menos que los fundamentos de la religión cristiana, luminosos horizontes de esperanza y consuelo en medio de unas circunstancias difíciles y sombrías. No en balde la Semana Santa nos ofrece el relato en forma dé impresionantes y, a veces, estremecedoras, imágenes -solas o en grupos escultóricos de tamaño natural- de la historia final de Jesús de Nazaret, desde su entrada triunfal y solemne en Jerusalén, aclamado por la multitud, hasta su santo entierro, cuando parecía que todo habla termina do. Son diversas escenas de un realismo profundo y conmovedor, cuyas figuras parecen esculpidas más bien por ángeles que por hombres.

Hay que reconocer que estos escultores religiosos, aparte de una sobresaliente maestría en su oficio y una perfección insuperable en sus obras, tuvieron al realizarlas una inspiración o "gracia" especial sin duda. Porque contemplándolas su mensaje llega profundamente al alma y al corazón, más, mucho más, que cien tratados de meditación. Parece que realmente somos testigos y estamos viviendo los momentos de la Pasión y Muerte de Jesús con todo su tremendo dramatismo.

Yo he tenido ocasión de ver muy de cerca y detenidamente los "pasos" del genial Salzillo, en Murcia, apreciando hasta los más pequeños detalles, así como otras imágenes de las célebres procesiones de Sevilla y Málaga. Y la verdad es que queda uno enormemente cautivado, embelesado, por el drama de Jesús. Estas escenas de la Pasión y Muerte causan colosal impacto en la mente y dejan perdurable huella en la memoria.

Por supuesto, no podía faltar en esta alucinante historia la figura resplandeciente y gloriosa de Cristo resucitado, que desfila el domingo de Resurrección, triunfante máximo sobre la muerte y sus terribles enemigos. No es de extrañar que el pueblo, sacudiendo un letargo de modorra e indiferencia, vuelva a encontrar en la Semana Santa un caudal inmenso de Fe y de insospechadas energías espirituales y morales con trascendencia   -a la larga- en la vida social del país.

 

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