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El Sena y la Eternidad

El Sena, recorriendo día y noche, como un fantasma extendiéndose hasta el horizonte, al viejo París.
El Sena, recorriendo día y noche, como un fantasma extendiéndose hasta el horizonte, al viejo París.
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
En el caso del Sena, que como todos los ríos de la vieja Europa conecta con la formación de pueblos y de culturas milenarias, y que por tanto se presenta ante uno como una suerte de canto mítico transido de memoria y tiempo -especie de epopeya de agua verdosa-, como el Rihn, como el Tigris, como el Danubio, se trata de la configuración acuosa, hecha de puro flujo líquido, de la Eternidad. Se trata del Transcurso tejido con la materia del Infinito.

En el fondo, a diferencia de lo que alguna vez pensó Borges, la eternidad no es la anulación del tiempo, producto de su exceso. En el fondo -y Borges aquí sí dio en el clavo-, en cuanto la eternidad es el infinito del tiempo y del espacio (que fuerza a uno y a otro hasta el extremo, pero que no alcanza a desnaturalizarlos, sino al contrario, que los funda en su exceso, como bien saben los matemáticos), ella misma está siempre en el tiempo y en el espacio. En todo caso, no se trata de que cada cosa -como diría un físico-, hasta el más mínimo grano de arena, sea en sí infinita, por cuanto descomponible hasta parámetros de irrepresentabilidad: estos parámetros y ésta irrepresentabilidad, en el fondo, tienen que ver con procesos que, a su vez, no tienen ninguna relación con las experiencias -movimientos del cuerpo y del Acontecimiento, por tanto- del infinito y de la eternidad: dicen relación, los fenómenos del físico, con lo que la mitología de la ciencia moderna ha llamado "leyes de la naturaleza", y con los aparatos con los que se efectúa esa mitología: microscopios, computadores, aceleradores de partículas; el infinito y la eternidad, por el contrario, permiten la anulación de toda ley -de este mundo o del otro-, y jamás accederíamos a sus experiencias mediante instrumentos o tecnologías, como no sean las propias a los pueblos mal llamados "primitivos": instrumentos cuya función es la magia y no el conocimiento, el enfrentamiento a la Otredad radical y no la comprobación de supuestas leyes y regularidades, los viajes y los vuelos y no ese arrastrarse por las cosas, siempre apegado al suelo, tan propio al científico.

En cualquier caso, y contrariamente a lo que suele pensarse, estas experiencias del infinito y la eternidad (una siempre unida a la otra) nada tienen de "espirituales" -en el sentido que el occidente cristiano ha dado a este término- y son ante todo materiales. Pero comunican -y este es el origen del equívoco cristiano- con la alteridad de la materia: con ese momento de la materia en el que ella es fuertemente alterada y aparece su otro costado, igualmente material (no hay espíritu de la materia), y que es justamente el que permite el acceso al infinito y a la eternidad, pues no accedemos a éstas sino a través de la materia, momento que no es otro que el de la magia primitiva que tan bien estudió Artaud: anulación de la función, eliminación de la utilidad, nacimiento del simbolismo. Sea, por ejemplo, el caso de una droga, o de un Tótem. No hay allí un más allá del tejido vegetal -y de su fusión con las arterias, la piel, el sudor, el temblor del cuerpo-, o de la madera o de la argamasa: está allí mismo, en su tejido matérico mismo, en su configuración táctil y absolutamente sensible, el infinito y la eternidad. Rimbaud lo escribió: "Elle est retrouvée / Quoi?- L'Eternité/ C'est la mer allée/ Avec le soleil". Observando el fenómeno del rito primitivo -que como mostró Benjamin y después Lyotard está a la base de toda obra de arte y de toda "cultura" en general- notamos que "no hay espíritu, solo alteración de la materia".

Ante el Sena, entonces, ante este Absoluto configurado en agua verdosa en el que murió Paul Celan -el más bello poeta del infinito material-, uno no puede más que someterse a la experiencia de la Eternidad, de un Infinito de agua y de olas breves, recorriendo día y noche, como un fantasma extendiéndose hasta el horizonte, al viejo París.
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