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Mi terremoto...

(Publicado por René para “Pasajero de la vida” el 8 de marzo 2010 12:03:00 AM)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Mi terremoto...
Era un viernes común y corriente el 26 de febrero de 2010. No fuí al trabajo porque era un día libre solicitado a última hora del día anterior, y que tenía destinado para dar solución a varios problemillas acumulados y para ayudar a preparar la inauguración de nuestro local en una feria artesanal.
Pasamos todo el día en la calle y a las 19.30 horas estabamos abriendo las puertas de nuestro negocio. Unas breves palabras, bebidas sin alcohol, un trozo de dulce torta de chocolate y un pequeño regalo para nuestros invitados. Todos ellos compañeros de feria, familia y amigos especiales.

La ceremonia tuvo el acompañamiento de una bella violinista (gratisima sorpresa) que con el dulce sonar de su instrumento le dió realce al evento y que logró hacernos pensar lo fácil que resultan las cosas si se hacen con ganas. En fín, alegría para todos y un grato pasar.

Casi al final de esta pequeña ceremonia, tuve que salir en forma apresurada para llegar a mi oficina y retirar unos documentos olvidados el día anterior. A pesar de haber avisado que iría a ese lugar, se generó un problema y se dilató la situación. Telefonazos van, telefonazos vienen, y se logra finalmente superar este escollo. Llega mi hijo a retirarlos y nos quedamos en la calle conversando un tiempo. Saludos y cada uno para su casa.

Con mi esposa en el departamento, comentamos la vivencia de la inauguración y nos divertimos unos momentos mirando las fotografías del recuerdo. Alrededor de las 23.00 horas nos vamos a hacer tuto. Cansados por las andanzas del día rápidamente caímos en manos de Morfeo.

Como si hubieran transcurrido unos minutos, súbitamente despierto por el movimiento brusco de la cama. Sabiendo que se trata de un sismo que va en aumento, salto rápidamente de la cama y de paso me llevo a mi esposa, quien medio dormida aún no cachaba lo que estaba sucediendo. A través de ese fuerte movimiento, nos desplazamos hasta llegar a la puerta del departamento. Nos quedamos ahí, parados y tomados de las manos, tratando de mantener el equilibrio y la estabilidad racional. La sensación es como estar dentro de una coctelera. De aquí para allá, de allá para acá y además el incesante ruido de las cosas que comienzan a caer. Una.., dos.., tres.., otra y otra.

No hay pausa. El ruido en la oscuridad como que te mata y que junto a ese fuerte movimiento te hace sentir que eres minúsculo en la faz de la tierra. Te hace recordar también que hay un ser superior y que recurres a él para que te proteja.

Sigue el brusco movimiento y parece que no hay interés en detenerse.

Apoyados en una y otra pared nos mueven como si fuéramos muñecos de trapo, que no tienen la fuerza necesaria para mantenerse erguidos. Se desprende una cornisa y cae sobre mi esposa. También sigue pasando por mi cabeza la idea de conocer en que situación quedará todo. ¿Saldremos vivos? ¿Quedaremos dañados física o mentalmente?
Paulatinamente comienza a disminuir el movimiento. El edificio continúa meciéndose. Abro la puerta y el pasillo parece boca de lobo. Oscuridad total. De los cinco departamentos del piso 19 sólo hay tres con gente, los otros dos están vacíos y sus habitantes se salvaron de vivir esta traumatizante experiencia. Se abre una puerta y se enciende una linterna. Se escucha..¿Como están vecinos?

Se abre otra puerta... ¿René, están bien? Nos damos un abrazo y nos confortamos por estar vivos. Llega la luz de emergencia para los pasillos y me dirijo hacia el hall del piso. No hay ascensores disponibles y la ciudad se encuentra a oscuras. Vuelvo al departamento para observar en que estado se encuentra.

La linterna no la puedo sacar. Normalmente la manteníamos en la pieza que ocupamos de escritorio, pero con el movimiento se ha venido un mueble hacia adelante y bloqueó la puerta. A tientas voy al dormitorio y en el pasillo están las revistas y plantas del revistero. Los adornos y otras cosas que salieron no sé de donde. Llego al dormitorio y encuentro sobre la cama el mueble de tres cuerpos, las plantas y la ropa que contenía. En el baño del dormitorio, un mueble ha caido sobre la otra pared con el consecuente desorden y quiebres correspondientes.

En el living las cosas no estaban mejores. La TV en el suelo tomada del alambre del cable, las plantas decorativas en el suelo, una silla caída, un mueble en el suelo. A oscuras y esquivando las cosas esparcidas en el suelo llego al balcón, desde donde se observa una ciudad de fin de mundo. Un color negro intenso y un horizonte anaranjado con las alarmas de los vehículos sonando estrepitosamente. Parecía tomado de una película de guerra. Alguna luz a lo lejos y sobre ellas negros nubarrones y humo.

Las pulsaciones por minuto de mi corazón aún no toman su ritmo normal. Cuesta desacelerarse. Tomo el teléfono y llamo a mi hermano a Iquique. Aún somnoliento escucha la noticia que le doy; hubo un terremoto en Santiago, te llamo para que sepas que estoy bien. Hazle un llamado a mi mamá.

Después, llamo a mi hijo. ¿Cómo estás? Me señala que está bien junto a su mamá. Unas horas antes habíamos estado juntos y el volvía a su casa después de haber pasado unos días en Santiago. Cosas de la vida.

En el pasillo conversamos nerviosamente con nuestros vecinos. Ninguno bajó al piso primero. Una radio a pilas entrega los primeros antecedentes. Volvemos a nuestro departamento. Comienzo a levantar algunos muebles para tener una via expedita de escape entre comillas. Busco mi cámara fotográfica para dejar un registro de lo sucedido en el hogar. El pulso aún no está bueno pero hay que hacerlo.

Comienza a pasar el tiempo. Sin luz y como medida de seguridad nos quedamos en el living. Para iluminar mientras sea posible, dejamos la puerta de accéso al departamento abierta y la luz de emergencia del pasillo aclara el panorama. Sentados esperamos que aclare el día. Como todas las cosas deseadas, demora la salida de sol y no hay posibilidad de cerrar los ojos y descansar. Hay réplicas y se alteran los nervios.

Por fín sale el sol. Comienzo a darme cuenta en que situación estamos. Se encuentra la razón del bloqueo de la puerta del escritorio, observo los muebles que pudieron habernos hecho algún daño si permanecíamos en el dormitorio, en fin, tomaba vida la realidad y dejaba de ser una pesadilla nocturna.

Por el desorden que se generó, decidimos no bajar y esperar a que las cosas fueran tomando su cauce normal. Las réplicas continuaban. Muchos no las sintieron pero en altura las cosas se amplifican y sobretodo si hay una lámpara acusete que con su oscilación te dice que hay sismo. Aburre y cansa ver ese balanceo.

El domingo a las 18.30 horas aproximadamente bajamos. Con un poco de agua que teniamos almacenada nos remojamos las presas y salimos. Bajamos los 19 pisos por la escalera. Necesitaba sacarme del cuerpo todo ese movimiento acumulado y que se transformaba en tensión. Tensión permanente que me molestaba.

Unos pocos pasos por lugares cercanos nos mostró lo que otros sufrieron, pero también vimos que no había un daño proporcional al movimiento que hubo. Después de ese pequeño paseo, subimos los 19 pisos por la escalera. Ese día llegó la luz y el agua, pero no era suficiente energía para los ascensores.

La TV nos mostró la real catástrofe ocurrida. Eso nos hizo pensar lo protegidos que estuvimos en ese terremoto. Muchos perdieron todo y nosotros unos cuantos vasos y platos, o sea nada. Ese domingo, antes de acostarnos en el sofá, agradecimos por el buen trato que tuvimos y por la protección que hubo a nuestros cercanos.

Después de pasar una semana de los acontecimientos, aún tengo ese movimiento en el cuerpo y que no me permite una tranquilidad total. No temo a los temblores pero a varios metros del suelo, las cosas cambian.

Me sigo encomendando a Dios y pidiendo por todos y cada uno de los que necesitan su misericordia.
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