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Desde Acá, Mafer…

Cuando las réplicas, acallan las súplicas

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Siendo las 03:30 de la madrugada del día Sábado 27 de Febrero y habiendo terminado hacía poco de ver la penúltima noche del Festival de la Canción de Viña del Mar, me comenzaba a dormir. Al lado mi hijo menor (que se había colado cual polizonte para ver el Festival con nosotros) y mi amada, quien aún no apagaba la TV.
De pronto ella me dice – se cortó la luz -. Al asomarse por la ventana de nuestro cuarto piso, observa que en la calle también hay oscuridad y en ese momento comienza a percibir la vibración. Nos despierta y al ir comprobando que no es un sismo pasajero, avanzamos hacia la puerta de nuestro departamento, logramos abrirla y ahí nos detuvimos (pareciera que nuestros corazones y nuestras vidas también lo hacían). El vaivén iba en aumento, la oscuridad era total (por supuesto mi potente linterna guardada en un closet, dentro de su caja y protegida más aún por su bolsita plástica…) La percepción iba cambiando, la aceleración del movimiento me hacía no soltar el marco ni la manilla de la puerta, los tres formábamos una férrea cadena, como desafiando al destino a ver quien cedía primero. Se agregó un eterno y ensordecedor sonido, mezcla de la furia de la tierra y de los ruidos propios de un edificio de 9 pisos que se debate estoico; a nuestras espaldas comenzaba la danza de muebles con la consiguiente rotura de floreros, adornos, botellas y un grueso vidrio deslizado al tumbarse una mesa. Dios fue invocado numerosas veces. Mi pequeño de 12 años pasaba sus manitos por el rostro de su madre pidiéndole tranquilidad. Yo les repetía casi con paranoia la frase “ya va a pasar, ya va a pasar”. Fueron 3 minutos batiéndonos a unos 10 metros de altura con la inminente sensación de una pronta caída al vacío entre escombros y arrepentimientos.

Luego, el silencio y la nada… La oscuridad le agregaba un dramatismo adicional al momento. Por fin la linterna en mis manos. Nos volvía la luz… y nos volvía la vida. Alumbrábamos los objetos en el suelo para crearnos un sendero casi virtual. Nuestro hijo descalzo, obligado a mantenerse inmóvil (todo un logro). Un rápido recorrido por las dependencias comprobando una calamidad que debería por ahora esperar. La urgencia era abrigo, unas zapatillas, fósforos, unos llaveros, la billetera, el celular y a abandonar el hogar. Otras linternas ya iluminaban los pasillos y las escalas de emergencia. El peregrinaje parecía eterno en pos del primer piso. Ya en la planta baja, una sensación de libertad; como el haber escapado de las garras de un león, como el haber despertado de una pesadilla. Los vecinos ya reunidos en el jardín del edificio, aunaban sus luces buscando grietas o daños severos en la estructura. Otros cortando las llaves del gas. Otros accionando el portón de acceso vehicular (trabado por ser eléctrico). Nosotros fuimos en búsqueda nuestro querido perro mascota.

Ante esa leve calma, regresé al departamento a buscar algunas cosas, otra linterna, una radio portátil, algo más de ropa. Mi pequeño me alcanzó insistiendo en acompañarme (hoy se lo agradezco, creo que también arriesgó mucho).

Otra vez en "tierra firme", nos volvíamos a sentir relativamente seguros. Le comento al pasar a un amigo -debe haber sido grado 8 por lo menos-. Ya más abrigados y más calmados tomamos la decisión de no regresar y dirigirnos a la casa de mi padre, distante a dos cuadras de la nuestra, a pasar el resto de la noche.

Fue así como a las cuatro de la madrugada se iniciaba por la calle el desfile de vecinos abandonando el edificio y entre ellos nosotros; con nuestros pijamas, nuestro perro y nuestro aún palpitante horror.

De ahí en adelante las réplicas han sido innumerables.

Esa noche no fue una pesadilla… fue sólo el inicio de la misma.

He querido dar un testimonio de lo que nos tocó vivir. En las páginas de noticias podrán encontrar lo que lamentablemente conllevó este Terremoto.
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