En los días finales de este confuso y desolador año que agoniza me ha llegado uno de esos libros que confirman la humilde grandeza de la poesía. Me refiero al titulado "A través del tiempo", de Félix Jiménez Sahuquillo, publicado por Cultivalibros, de Madrid. Y sucede que el autor comienza haciendo confesión de su propia humildad libresca, de sus carencias intelectuales, aunque puede que exagere un poco. Nacido en El Provencio, en La Mancha conquense, hace ya muchos años, casi recién estrenada la Segunda República, su vocación poética se manifiesta de manera cada vez más pertinaz. La llanura manchega, sobre la que se asienta un mundo rural, será su motivación mayor, la razón vital de su obra.
La memoria, el tiempo, los afanes de una realidad en la que, dicho con palabras cervantinas, toda incomodidad tenía su asiento y habitación. El colegio no siempre estaba al alcance de aquellos niños de la posguerra. Había otras urgencias: la propia subsistencia, en primer lugar. Años duros, tan duros como las piedras. Pero el poeta comenzó a escribir y ya no se detuvo nunca, tomando como maestros a la vida, al amor que ya comenzaba a brotarle desde los propios deslumbramientos que la vida y el paisaje; todo ello le iba dando sentido a su razón de ser:
¡Alameda del molino,
que triste te vas quedando¡,
al no quedar en tus chopos
las hojas que te adornaron.
Este libro de Félix Jiménez Sahuquillo es una reflexión sobre las cosas sencillas que nos van sucediendo sin que apenas nos demos cuenta. "La vida", lo ha escrito el profesor Enrique Rojas, "es siempre una operación hacia adelante, echando mano de todos los conocimientos y experiencias del pasado". El recuerdo de los padres, de la infancia, de la juventud del poeta, de la llegada del amor, y los encuentros con la pérdida de los seres queridos constituyen la razón fundamental de su obra.
La herencia que nos dejaron
nuestros padres al nacer
la fuimos cuidando tanto
que no dejó de crecer.