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La reina Isabel I “la Católica”. La relación de los primeros años de su vida con la coyuntura castellana e internacional.

La reina Isabel I “la Católica”. La relación de los primeros años de su vida con la coyuntura castellana e internacional.

Por Alfredo Pastor Ugena(*)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Isabel La Católica...
Isabel La Católica...

Isabel I de Castilla conocida como Isabel “la Católica”- debido al título pontificio que tanto a ella como a su esposo el rey Fernando II de Aragón les concedió el Papa español Alejandro VI, en 1496, a través de la bula Si convenit- ha sido una reina muy importante en la historia de España. Nació a finales Edad Media para morir en el umbral de la modernidad renacentista. Se le considera una mujer que se adelantó a su tiempo. Es posible que no naciera para ser reina pero sí demostró a lo largo de su vida que había nacido para reinar. Fue portadora de una religiosidad que fue creciendo con el paso de los años, conforme iban aumentando sus responsabilidades de gobernante.

Madrigal de Las Altas Torres, lugar de nacimiento de Isabel la Católica...
Madrigal de Las Altas Torres, lugar de nacimiento de Isabel la Católica...
Isabel La Católica, en la serie de TV 'Isabel'
Isabel La Católica, en la serie de TV "Isabel"

Su vida no hubiera sido la que fue sin su relación con cuatro personajes que influyeron de forma decisiva en ella: el arzobispo Carrillo de Acuña, su valedor en los años de princesa; el cardenal Pedro González de Mendoza, su consejero y gran apoyo en los años de comienzo de su reinado; el cardenal Francisco de Cisneros, su confesor y guía espiritual; y Fray Hernando de Talavera, también su confesor y confidente en muchos momentos. Todos ellos fueron testigos del Humanismo cristiano.

Isabel I comienza su reinado con la guerra civil contra Portugal. La veremos también inmersa en todos los problemas internos que reclaman la presencia de los monarcas en cualquier parte del territorio del reino de Castilla, considerado en su extensión desde Galicia a Murcia y desde la costa cantábrica a las de Andalucía.

Este reinado será la época de recuperación del equilibrio político de Castilla, roto desde los comienzos del siglo XV. Es asimismo el comienzo de una extraordinaria actuación diplomática y militar que sitúan a la nueva monarquía a la cabeza de las potencias europeas de la época.

Junto a su marido el rey Fernando (1452-1516) diseñaron el Estado moderno y sus principales instituciones, poniendo en práctica las infraestructuras necesarias propias de la monarquía hispánica, nacional, bicéfala y autoritaria, como lo hicieron, más o menos, en la oportuna medida, Luis XI en Francia y Enrique VII “Tudor” en Inglaterra.

Una vez resuelto el problema sucesorio, el reinado de Isabel y Fernando se caracterizó por la concatenación de sucesivos triunfos, fortaleciéndose el poder real con instrumentos y mecanismos institucionales como las Audiencias, el Consejo Real, la Santa Hermandad o los corregidores, verdaderos representantes de los monarcas en los municipios.

Fue un reinado excepcional en muchos de cuyos actos la reina Isabel tiene una directa intervención. Ella concibe la realeza como un derecho dinástico y como un deber, con una gran responsabilidad y una misión a cumplir.

La importancia de esta Reina es múltiple pero, entre otros aspectos relevantes de su vida, nos atreveríamos a destacar el protagonismo que le tocó ejercer en la formación de la unión dinástica entre Castilla y Aragón y de la referida formación del Estado moderno, estructurando junto a su marido Fernando II el nuevo modelo de monarquía.

Según J. Pérez, “la unión dinástica logró transformar la variedad de reinos de la España medieval en un cuerpo político con una sola dirección, una sola diplomacia y un solo ejército” que reunía pueblos con lenguas, tradiciones históricas, costumbres e incluso instituciones distintas; donde cada uno conservaba su autonomía administrativa y se regía conforme a sus propios fueros o leyes. Todos ellos estaban unidos por la persona de los monarcas. Los extranjeros no se engañaron: llamaron España a la unión de Castilla y Aragón y Reyes de España a sus soberanos.

Los Reyes Católicos no crean una España unificada pero la doble monarquía no es tampoco una simple unión personal. Con ellos España se convierte en un ámbito político importante y toma una forma original que conservará por lo menos hasta principios del siglo XVIII.”

Isabel I de Castilla, hija del rey castellano Juan II y de su segunda esposa, la infanta portuguesa Isabel de Aviz y Braganza (nieta del rey Juan I de Portugal) marcará todo un hito histórico en nuestro país. Sus antecesores en la Casa de Trastámara se habían hecho con la corona de Castilla a mediados del siglo XIV, tras una cruenta guerra civil entre el rey legítimo Pedro I “ el Cruel” y su hermano bastardo Enrique de Trastámara (futuro Enrique II “el de las Mercedes”) cuyo reinado supuso la consolidación de la nobleza y de los ideales aristocráticos frente a la burguesía mercantil.

Isabel vino al mundo el 22 de abril de 1451, jueves santo, a las cinco menos cuarto de la tarde (en el palacio de su padre Juan II de Castilla, hoy monasterio de Nuestra Señora de Gracia regido por las madres agustinas situado en Madrigal de las Altas Torres) tras un parto difícil, según el galeno que fue médico de Isabel durante toda su vida, el doctor Toledo.

Esta villa de realengo de Madrigal Ávila) que contaba entonces con unos cuatro mil habitantes (según los censos que están en el archivo general de Simancas) situada en la llanura castellana de la comarca de Arévalo, sería un lugar emblemático en la vida de Isabel, dentro de esa especie de triángulo tan relevante para su destino cuyos otros dos vértices fueron Arévalo, donde pasaría su niñez, y Medina del Campo donde moriría el 26 de noviembre de 1504.

Enterado el rey Juan II del nacimiento de su hija, inmediatamente ordena comunicar el evento a todo el reino. La fecha del nacimiento de la Princesa fue comunicada por su propio padre a la ciudad de Segovia en una carta datada cuatro días después.

La niña “quedó apresada” de inmediato en las formas de vida nobiliarias propias de la Castilla del siglo XV. La entregaron a una nodriza, Mari López, esposa de Juan de Molina, a quien en la Corte llamaban la “señora que dio a su Alteza de su leche

Este nacimiento ampliaba la sucesión real, asegurada con el hijo mayor Enrique, que ocuparía el trono en 1454 con el nombre de Enrique IV, conocido popularmente como “el Impotente”.

Fue bautizada en la iglesia de San Nicolás de Bari, en Madrigal de las Altas Torres, en la que recibió el nombre de Isabel, como su madre y como su abuela materna. Dos años más tarde que Isabel nacería en Tordesillas (Valladolid) su hermano el príncipe Alfonso (17 de septiembre de 1453), colocándose Isabel en una tercera línea de sucesión, después de Enrique, Alfonso y sus descendientes.

El nacimiento de este nuevo hijo varón de Juan II coincide cronológicamente con la toma de Constantinopla por los turcos, el 29 de mayo. Hecho que marca el final de la Edad Media y los comienzos de la Modernidad. Este año se produce también la ejecución de don Álvaro de Luna, suceso sorprendente, de los más sonados y dramáticos del siglo XV castellano. Don Álvaro, hombre importante en la Castilla medieval, acusado de herejía por Isabel de Portugal, la madre de Isabel la Católica, pasó “de la mesa del rey al hacha del verdugo”: quedaba claro que nadie estaba libre de la ira regis.

Mehamed II conquistó en 1453 la citada ciudad y la denominó Estambul. Ponía así fin al Imperio romano oriental o Bizancio, con capital en Constantinopla. Los bizantinos sobrevivieron, al emigrar a Occidente, llevándose consigo la tradición cultural grecorromana que se había conservado en Constantinopla y contribuyeron a poner en marcha uno de los sucesos más importantes de la modernidad: el Renacimiento cultural y artístico de los siglos XV y XVI.

Isabel I, que nace dos años antes de este hito histórico, lo hace también en un momento de tránsito entre dos épocas. De ahí que se le considere una mujer que vive entre el final del Medioevo y los comienzos de la implantación y desarrollo del Renacimiento.

Este momento (6 de enero de 1453) es verdaderamente significativo dada la posterior importancia que tendrá para la política matrimonial de los Reyes Católicos, ya que Federico III, emperador del Sacro Imperio Romano, otorga a su hijo Maximiliano el título de Archiduque de Austria.

Hecho también relevante es el final de la importante Guerra de los Cien Años, que en realidad duró ciento dieciséis (1337-1453) entre Francia e Inglaterra y que salpicó a otros países europeos. Por ejemplo, en Castilla se proyectó este conflicto en el sistema de alianzas habido en el enfrentamiento entre Pedro I y Enrique de Trastámara. Fue realmente una guerra feudal para dirimir quién controlaría las enormes posesiones de los monarcas ingleses en Francia desde 1154, como consecuencia del ascenso al trono de Inglaterra de Enrique Plantagenet, conde de Anjou casado con Leonor de Aquitania. Finalmente y después de innúmeros avatares, se saldó con la retirada inglesa de tierras francesas.

Francia se remodelaría como Estado moderno -igual que ocurrió en España con los Reyes Católicos- con los monarcas Carlos VII “el Victorioso”(1422-1461) y Luis XI “el Prudente” ( 1461-1483), llevando a cabo este último una lucha para afirmar su autoridad contra los derechos feudales de la nobleza y el clero, construyendo las bases de una monarquía autoritaria y centralista, lo que sin duda le supuso la enemistad de parte de la nobleza tradicional.

Inglaterra, tras la Guerra de los Cien Años, se convirtió en un sanguinario escenario de una guerra civil, la denominada Guerra de las dos Rosas que enfrentó a miembros y partidarios de la Casa de Lancaster contra los de la Casa de York entre 1456 y 1485.

Por lo tanto Francia, Inglaterra y España van a vivir coyunturas políticas e institucionales de tipo renacentista propias de monarquías nacionales, modernas y autoritarias.

El 22 de julio de 1454, teniendo Isabel tres años, muere su padre Juan II en Valladolid; gobernaba en Castilla desde 1406. En el momento antes de su muerte: dijo:“naciera yo hijo de labrador e fuera fraile del abrojo, que no rey de Castilla”. Fue enterrado en la Cartuja de Miraflores (Burgos) junto a su esposa Isabel de Portugal, esculpiendo Gil de Siloé el sepulcro de ambos, a los que acompaña en el lugar de enterramiento su hijo el príncipe Alfonso. Se le caracteriza como un personaje de carácter poco firme, algo taciturno, con el que Isabel apenas llegó a tener trato. Dejó claro en su testamento la regulación de su propia sucesión, una especie de ley fundamental en estos asuntos -según Luis Suárez-, de tal forma que se acuerda en este documento que si sus hermanos llegaban a fallecer sin descendencia legítima, correspondería a Isabel la sucesión que en esos momentos tenía don Enrique”.

En su testamento Juan II indica de forma tácita:

(…)Mando que la dicha Reyna, mi mujer, sea Tutriz y administrador de los dichos Infantes don Alfonso y doña Isabel, mis hijos e suyos, e de sus bienes, fasta tanto aquel dicho Infante sea de edad cumplida de catorce años, e la dicha Infante, de doce años e que los rija e administre con acuerdo e consejo de los dichos Obispos de Cuenca e Prior fray Gonzalo mis confesores e del mi Consejo...E quiero y mando que los dichos Infantes mis hijos se críen en aquel logar o logares que ordenase la dicha Reyna mi muy cara e muy amada mujer(…)”.

Este Rey vivió una época políticamente repleta de fuertes tensiones y de luchas nobiliarias entre sí y contra la monarquía, en contraste con la brillante cultura del incipiente Humanismo.Tenía un excelente conocimiento del latín y se interesaba por la poesía, la filosofía y la retórica. Se carteaba con humanistas relevantes, como Leonardo Bruni; y encargaba glosas y traducciones a autores como Pedro Díaz de Toledo o Alfonso de Cartagena. Por otro lado, su reinado fue uno de los más infecundos, lleno de revueltas y colmado de desórdenes.

Isabel en su niñez, en ese ambiente cortesano de leyendas y exaltación de virtudes por las hazañas de los “grandes hombres”, supo cómo su abuelo Enrique III “ el Doliente” ”( fundador de la política africana castellana) había fallecido, cuarenta y cinco años antes de su nacimiento en una cruzada contra el reino musulmán de Granada, lo que le dejó alguna huella emocional de su antepasado, cuyos hechos conoció, entre otras fuentes, gracias al escritor Juan de Mena. Ella siempre mantuvo en su mente los rasgos esenciales de la vida de su padre Juan II y de su abuelo Enrique III.

Heredó bastantes rasgos biológicos de su abuela Catalina de Lancaster la elegante dama inglesa, esposa de Enrique III, como el color blanquecino de su piel y el pelo rubio, el carácter reservado, los modales armoniosos, la sensibilidad por la lectura, y la firmeza en sus decisiones. Ella fue el espejo en el que Isabel se miraba muy a menudo y la mujer que elevó al hombre clave de la política castellana de la primera mitad del siglo XV don Álvaro de Luna, valido y hombre de máxima confianza en la vida de su hijo Juan II, muy culto y aficionado a la literatura que floreció en su Corte. Al enviudar el rey de su primera esposa María de Aragón, el condestable don Álvaro concertó su boda con doña Isabel de Portugal, celebrándose en 1447.

Este conjunto de vicisitudes y hechos históricos jalonaron los primeros años de la vida de la mujer que sería una de las reinas más importantes de España: Isabel I “La Católica”.

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(*)Alfredo Pastor Ugena es Presidente de la Academia Iberoamericana de Escritores y Periodistas.

 

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