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Crónicas desde París - Opinión

El Asco

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
El asco es una experiencia que, más allá de sus connotaciones estético-simbólicas notadas por Kant al final de la primera parte de la Critica de la facultad de juzgar, y de las antropológicas puestas de relieve por Derrida al final de Economimesis, posee un carácter político. Supongo que ese es el “sentimiento” de muchos de nosotros un día después de que -como se recibe un bofetón a rostro descubierto- supimos que ya no había vuelta atrás y que los que estuvieron con la dictadura sangrienta volverán al poder en nuestro país.
El asco, frente a otras experiencias (la melancolía o la rabia por ejemplo) tiene la virtud de que implica una des-subjetivación que conlleva a un vaciamiento de la interioridad. Este vaciamiento es eminentemente político, pues implica una renovación de las estructuras de la interioridad. Así como en la experiencia del grito o del sollozo se vive un proceso similar, expulsándose un adentro cargado de una unidad artificialmente construida (el yo) hacia un afuera que en verdad siempre constituyó a ese adentro y que solo se encontraba ficticiamente encogido allí, el asco -y el vómito, su expresión extrema y más precisa, analizado en su momento tanto por Kant como por Derrida en los textos recién citados- refiere a la expulsión total de un adentro en descomposición y que es preciso devolver a su exterioridad originaria. Vomitar es un acto político por cuanto significa restituir a la exterioridad lo que en el fondo (en la superficie del fondo) le pertenece por derecho propio: la subjetividad.

Y asco político es lo que sentimos hoy quienes tenemos en la cabeza -y en el espíritu de la cabeza- a los insepultos, a nuestros espectros que no descansarán en paz. Asco es lo que sentimos los que no han perdido la memoria y saben que el duelo, en definitiva, es imposible, y que es sobre esa imposibilidad que debe fundarse una política de la comunidad. Ni con Museos de la Memoria, ni con Monumentos sellarán el duelo, pues aunque Museos y Monumentos funcionen -según J.L Déotte- como piedras tumbales que impiden que los espectros salgan de las tumbas (¿pero cuáles?), éstos, en su calidad de espíritus, atraviesan la materia y vuelven una y otra vez a penarnos, a exigirnos que no les olvidemos. Y no les olvidaremos. El asco no es contrario a la memoria.

Yo sé que los analistas y los historiadores, los académicos en definitiva, dicen que este gobierno que empieza es más de lo mismo, pues ya, en verdad, no se puede ser más de derecha que lo que los anteriores lo han sido. Sea. Sin embargo, hay un momento simbólico en lo que existe que nos dice (con ese decir propio a la náusea) que no es lo mismo, que no puede ser lo mismo, pues son los que estuvieron con el sangriento dictador los que vuelven a ejercer el poder. Lo digo y no lo creo. Náusea, náusea, náusea , como alguna vez habló Zarathustra. No es lo mismo pues aunque los otros hayan sido todo lo incompetentes que fueron, no fueron cómplices, en el sentido fuerte del término, que cuando se trata de espectros es el único que importa (pues si no terminaremos en el discurso poco inteligente de que, a fin de cuentas, todos fuimos, en alguna medida, cómplices en tanto humanos que alguna vez temimos y callamos). Los de ahora sí lo fueron, y son responsables por ello. Y ahora gobiernan Chile. Lo digo y no lo creo.

Podría uno, por placer filosófico, plantear la hipótesis de que una sociedad puede, al igual que un sujeto, sentir asco. Algo ocurre cuando, en términos biopolíticos, el “cuerpo social” siente la escisión entre el logos y el bios, entre la palabra y el organismo -y ese algo es la náusea, en tanto respuesta política a esa escisión (lo que queda, como un resto inextinguible, de Auschwitz según Agamben: el testimonio.) Al mismo tiempo, podría uno inducir de aquella hipótesis que esa sociedad también podría vomitar, saliendo, de una vez por todas, de su reducto interno (su “fuero”, >topos en el que según Abraham / Torok habitan los fantasmas que hablan y actúan por nosotros), hacia su afuera, que no puede sino ser las calles, los parques, todos los edificios, el mundo, en fin, el territorio desde ahora y en más -ojalá así fuera, y así nos ayudaran nuestros espectros- lleno de nuestros vómitos políticos.

Paris, 18 de enero de 2010
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