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VISIONES ALTERNATIVAS

Reflexiones por un año en crisis (II)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Pues como os decía el año pasado, nuestro mundo precisa una revolución. Las revoluciones siempre son necesarias, y las ha habido de todo tipo, pero nunca hemos alcanzado el punto en el no las necesitemos más, no sé si afortunada o desgraciadamente.
Creo que sería malo alcanzar un punto en nuestro desarrollo como comunidad de personas que no necesitara de cambios y transformaciones. Nos estancaríamos y perderíamos uno de los tesoros más preciados y por ello más complejos; la esperanza. Pero a su vez es tanta la ausencia de bien que precisamos de cambios radicales (desde la raíz) en nuestro modo de funcionar como sociedad. Cada día más nos asemejamos a un organismo simbiótico, donde la suma de las individualidades viene a dar una especie de funcionamiento estable y perdurable, al menos en apariencia. Pero tenemos la extraña peculiaridad de vivir en comunidad, y de necesitarnos unas a otros, no para funcionar de forma sostenida, pero sí para ser felices. Esa extraña manía que tenemos las personas, objetivo central de las vidas de todos; alcanzar una anhelada felicidad.

Mantenemos la fe en que esa felicidad es posible, y nos devanamos los sesos para encontrar los caminos que nos conduzcan a ella. Pero esos caminos hoy por hoy están falseados; hemos construido o permitido construir un mundo artificioso, que pretende darnos una rápida pero efímera felicidad, mediante miles de artimañas. La comodidad, la seguridad y la estabilidad son tres hermanas prodigiosamente malvadas para nuestro objetivo fundamental. Nos hemos apoltronado, dejamos que nos faciliten el camino, cuando esos caminos siempre fueron difíciles, e incluso peligrosos. Pero para eso tenemos a quien nos ofrezca una buena batería de seguridades que nos mantengan en el "buen camino".

Religiones, y con ello no me refiero a las creencias religiosas, sino a las estructuras de poder que surgen de ellas; Políticas, encargadas siempre de reducir nuestras mejores espectativas a vanos empeños. Estructuras que han venido a entorpecer las posibles rutas hacia la felicidad, colapsándolas de oportunidades para el reblandecimiento de nuestros cuerpos y seseras. Bancos, Corporaciones, Estados, Ejércitos, han socavado todas las opciones reales para ser felices, componiendo una amansadora melodía de supervivencia.

Ahora, estamos a punto de quebrar la estabilidad del planeta donde vivimos, a costa de esos falso caminos trazados a base de consumo desmesurado y su equivalente expolio natural. Y además, nos acercamos a cotas jamás vistas de destrucción de vidas humanas por guerras, hambrunas y enfermedas, que podrían ser eliminadas, si la caridad se apoderara de nuestras almas.

Así pues, hablamos de las virtudes que siempre nos han puesto en el camino de un ser superior, y que siguen siendo sojuzgadas para mantenernos bien quietitos, en lo calentito de nuestros cubículos. "La revolución será moral o no será" dijo Charles Péguy, a lo que Emmanuel Mounier añadió cuatro décadas después, "La revolución será personal o no será". Una transformación radical de las personas por dentro; de cada uno de nosotros. Es esa revolución que no admite la queja de que otros empiecen antes, que yo les sigo; nadie puede seguirnos en esa ruta. O hacemos el camino o aceptamos la limitación actual, que nos arrastra pendiente abajo. Una revolución que debe ser estructural como consecuencia de esa transformación moral y personal. Es una revolución sin partidos y sin ejércitos, una transformación radical, desde la raíz, desde abajo, y que no deja lugar a dudas.

Y hacer la revolución interior precisa que nos hagamos niños y niñas por un lado, y por otro que arriesguemos lo que tenemos. ¿Por qué? Por que creemos que es lo que tenemos que hacer. Ser conscientes de nuestra pequeñez, pero también de nuestro enorme poder, que convertido en potencia transformadora, es el mejor elixir para la felicidad. Creer en y amar a los demás, y en ellas y ellos lo que pudiera haber de extraordinario e incluso de desconocido, movidos por la firme y a la vez frágil convicción de que se puede hacer; acabar con la inevitable predominancia de la violencia, con la voracidad de los bancos y multinacionales, con la tutela de los estados.

No encuentro mejor deseo para todas y todos en este comienzo de año y decenio: Revolución.
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