En el repertorio iconográfico de los cuadros presentados domina la figura humana casi siempre en grupos, a modo de escenas de género. Escenas domésticas, callejeras, cotidianas… donde la figura femenina es la más representada.
Resultan curiosos los largos títulos que Guillermo R. Mingorance otorga a las obras, más allá de los de Dalí: “Si ella es quien le atiende se siente complacido”; “La herramienta ordenador, les ayudará a descodificar el Gran Libro”, “En tiempos de sequía ella es quien mantiene viva la floresta” (un precioso cuadro, ya vendido), “Conversación ajena a la formidable región”…
Mención aparte merecen sus cuadros de paisajes, flores y floreros, con total ausencia de la figura humana, que resultan misteriosos y sugerentes, además de especialmente ornamentales. Algunos de ellos se acercan a la abstracción como “Seres humanos florificados por La Diosa Floragenia”, título como un gran cuento de fantasía o de ciencia ficción.
Otros títulos de interés: “Desde la sutileza en blancas, hasta las milenarias y, casi ocultas sanadoras” o “Notas de flores en las que predominan la esferoides”, ambas de mediano formato.
El mundo oriental o de mujeres que se antojan orientales se percibe en la iconografía de mercados, zocos, rastrillos y objetos. “El rastillo informado de trueques y Pagos con monedas” es un cuadro soberbio de 146 x 146 cm., al óleo, pigmento sistemático y firme del pintor, que no se baja al acrílico por creerlo muy superior.
En la pintura “Reflexiona sobre sus propios pensamientos proyectados” (100 x 100 cm.) es el magisterio de la estampa japonesa el que late detrás. Un cuadro cuadrado espléndido.
R. Mingorance resulta en definitiva un poeta, que asume una pintura narrativa a la vez que plástica. Un poeta del que no está ausente el buen humor. Sus composiciones son siempre equilibradas y su colorido encendido en rojos, verdes y sutiles blancos o amarillos que dan luz.