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CARTA DESDE ALEMANIA

Navidad: la fiesta del amor, de la paz y de la unidad

Contrastando con el desenfrenando consumismo actual, la imagen más tradicional de la Navidad nos recuerda al Hijo de Dios, naciendo en un humilde pesebre rodeado de animales y gentes sencillas…
Contrastando con el desenfrenando consumismo actual, la imagen más tradicional de la Navidad nos recuerda al Hijo de Dios, naciendo en un humilde pesebre rodeado de animales y gentes sencillas…
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
En estos días, muchas personas procuran hacer un balance del año, para ver lo que han logrado, o bien para corregir el rumbo de vida en el año que pronto empezará. El tiempo de Navidad es propicio para ello, ya que a pesar del estrés navideño cada día más intenso, en la atmósfera se percibe un deseo general de paz y tranquilidad.
Seguramente que entre las luces de colores en las tiendas, las canciones navideñas, la compra de regalos y todo el vuelco hacia el mundo exterior que eso significa, hay muchos cristianos que se acuerdan del motivo principal de la Navidad, el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, en las condiciones más humildes que uno se puede imaginar para un ser tan elevado. No fueron los seres humanos los que lo acogieron, sino los animales en un establo, que brindaron calor y silencio a la madre para que diera a luz al que se convertiría en el Redentor de todos los hombres y almas.

Todo aquel que se considera cristiano cree que aquel niño era el Hijo de Dios. Pero pocos piensan que como tal, antes de encarnar en un cuerpo humano, él moraba en el hogar paterno, en un mundo inmaterial, invisible para nuestros ojos humanos, pero real y existente, sólo que no físico sino de sustancia sutil. El ser espiritual Cristo tomó entonces un cuerpo humano material y nació en la materia en la persona humana de Jesús de Nazaret. Así resulta también lógico pensar que las condiciones físicas del nacimiento fueron las mismas que todo ser humano experimenta en la gestación y en el nacimiento de un niño. Según las escrituras, durante su vida Jesús nunca dijo que el hecho de haber nacido en la materia haya resultado de una concepción inmaculada. Así lo interpretaron y escribieron los que relataron muchos años después los pormenores de su paso por la Tierra. Ya que Jesús dijo que todo ser humano es hijo o hija de su Padre celestial, la consecuencia lógica es que todos los seres humanos sean entonces hermanos y hermanas entre sí. Como se sabe por la Biblia, Jesús, el Cristo, murió en la cruz y resucitó al tercer día de su muerte física, volviendo entonces en espíritu al hogar de su Padre. Con su ejemplo él mostró entonces que no sólo sigue “vivo”, en espíritu, en el hogar celestial, sino que los hijos de Dios, cada ser humano entonces, es también originalmente un ser espiritual que, como él, viene a la Tierra con una tarea determinada.

Hay muchos pormenores importantes de la vida del Nazareno que se han perdido en relatos teológicos muy teñidos de poesía e imaginación, y sobre todo por el deseo de fundamentar presuntos misterios del mundo celestial que no son tales. Para quien no tiene un contacto directo con el mundo divino espiritual, lo que no entiende lo convierte en un misterio, y si habla de ello, lo hace más con fantasía que con hechos lógicos. Para el sentir del pueblo, en la mayor parte de los casos tales explicaciones resultan contradictorias, pero se las acepta ya que vienen de expertos que “estudian” a Dios, los teólogos. Se piensa que tales entendidos en cosas de Dios no yerran. Además, al que no cree en lo que dicen, le esperan castigos muy crueles, si sólo se piensa en tener que padecer eternamente en el fuego infernal.

Pero ahora es tiempo de Navidad y tal vez sería un buen momento para que muchos de los que se aprontan a celebrar el nacimiento del Niño Jesús, pensaran si todas esas contradicciones o incluso tergiversaciones no han sido tal vez una causa importante de que esta fiesta se haya convertido en todo aquello que contradice la vida del Nazareno y que él jamás habría aprobado, como tampoco lo hizo durante su paso por la Tierra, por ejemplo, la matanza de animales más grande del año, la desigualdad, las guerras, las catástrofes, enfermedades, crisis, etc.. Precisamente él, que nació entre los animales, advirtió de que lo que se le hacía a las criaturas más pequeñas, se le estaba haciendo a él.

La mayoría de las religiones aceptan que Jesús de Nazaret fue un hombre que predicó y practicó la paz y el amor entre los hombres, la naturaleza y todas las criaturas que pueblan la Tierra. Su nacimiento y su vida son un símbolo de paz, amor y unidad, pero los hechos expuestos antes contradicen el objetivo de su venida a la Tierra.

Sólo puede hablar con propiedad del mundo invisible, del denominado Más allá, aquel que ha ampliado su conciencia humana, traspasando los velos de lo material, con lo que tiene la capacidad de penetrar en ese mundo espiritual que para todo cristiano existe. Se sabe que los profetas de la Antigua Alianza, como enviados de Dios, tenían ese contacto directo, y tal vez no sea casualidad que después de Jesús de Nazaret para las instituciones eclesiales el profetismo haya enmudecido, lo que se reemplazó con dogmas y preceptos salidos de la mente humana. Aunque el mismo Jesús advirtió de los falsos profetas, con ello también dejó entrever que sí habría verdaderos profetas, a los que se les reconocería por sus frutos. El constatar si esta afirmación de Jesús es o no realidad es un asunto personal de todo cristiano que se atreve a salirse de los moldes prefijados, que han traído tanta confusión a la vida humana, y busca la verdad de los hechos en otras fuentes. Muchos radioyentes de Latinoamérica y España desde hace muchos años están escuchando, también leyendo o viendo en la televisión la palabra de uno de esos enviados de Dios, esta vez una mujer de nombre Gabriele, que se transmite desde Alemania. Toda persona que quiera saber más detalles, puede solicitar más informaciones en www.vida-universal.org.

Sobre la Navidad, Gabriele expresó en una oración las siguientes palabras, reproducidas en un extracto, que tal vez puedan dar una visión de un cristianismo libre, sin castigos divinos, sin dogmas ni ritos, que de verdad honra a aquel cuyo nacimiento se celebra en estos días:
“La madre Tierra llama a sus hijos humanos: son los seres humanos. ¡Dejad, clama, de maltratarme! ¡Dejad de hacer tan oscura vuestra existencia terrenal! Abrid vuestros ojos y ved cómo sufren los animales, las plantas, es más, toda la madre Tierra. Sentid dentro de la vida, que forma parte de vosotros y que es unidad, y empezad –cada uno– a despertar, para sentir lo que él puede hacer.

Va a ser Navidad. La Navidad es la fiesta del amor, de la paz y de la unidad. María, José y el niño Jesús lo simbolizaron. Jesús vino al mundo entre los animales. Personas con corazón sintieron al gran Espíritu en Jesús. Adoraron al gran Espíritu y se alegraron, porque sabían que el Espíritu del amor había venido para que todo se libere del gran sufrimiento y de los muchos dolores que ya en aquel entonces soportaba la Tierra.

El Cristo de Dios está presente en nosotros y es nuestro Redentor. Él nos llama a todos a prepararnos, para que pueda obrar a través de nosotros, de forma que el sufrimiento sobre la Tierra llegue a su fin. Este poderoso Espíritu del amor sabe acerca de todas las cosas, y también nos habla en la oración, para que hagamos lo que corresponde a Su enseñanza.

Unámonos otra vez en la oración, para rezar por todos nuestros hermanos y hermanas, a fin de que cada vez más personas despierten y lo comprendan:
El camino de salida, para traer luz a la Tierra y al mundo, es únicamente seguir a Jesús, el Cristo; hacer lo que Él nos encomendó: cumplir los Mandamientos de Dios y las enseñanzas de Jesús, el Cristo.

Navidad, la fiesta del amor, de la paz y de la unidad. Cerca de nuestro corazón arde la gran y poderosa luz redentora. Ante nuestros ojos surge el planeta: la madre Tierra, con sus seres humanos, con las muchas formas de vida, con nuestros hermanos animales, con los hermanos árboles. Llevamos simbólicamente todo el planeta al interior, y lo colocamos en la llama interna, en la luz del Cristo de Dios. De esta manera sentimos lo que significa la unidad.

En nosotros palpita el poderoso Universo, la poderosa unidad del amor, que también traspasa a la madre Tierra. Ella nos traspasa, y sentimos el latido del Universo y el latido de la madre Tierra”.
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