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Vivencias de don Miguel de Unamuno en Salamanca

Vivencias de don Miguel de Unamuno en Salamanca

Por José López Martínez

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Imagino a don Miguel de Unamuno paseando, junto a los márgenes del río Tormes, en su amada ciudad de Salamanca. Horas de intensa soledad, de búsqueda de una verdad que iluminase el caos político que padecía aquella España de los años veinte y treinta del pasado siglo.

Y lo imagino también en las tertulias de café, dialogando con profesores y escritores sobre los problemas eternos de la humanidad. “Meter palabras nuevas en un texto literario es meter nuevos matices de ideas”. Siempre el mundo de las ideas, los espacios del pensamiento, Él escribía sus ensayos, sus novelas, sus poemas de cara a una posteridad interminable. Una gran injusticia que no se le concediese el premio Nobel, como igualmente ha sucedido con el mexicano Carlos Fuentes. Se dice que varios países de Europa se opusieron. Pero nada quebró el ímpetu intelectual del autor de La agonía del cristianismo.

Recordemos al sabio español integrado plenamente a Salamanca, a su paisaje, a su Universidad. “Alto soto de torres coronada”... Y viene Unamuno a mi imaginación, de esta forma tan emotiva, porque acabo de visitar el monumento, tallado en bronce, obra del escultor Pablo Serrano, colocado en la plaza de las Úrsulas, precisamente ante el edificio donde el insigne Rector falleció. Como he escrito en otras ocasiones, los balcones de la casa de don Miguel daban a la avenida que, a la derecha, tiene el convento de las Úrsulas con uno de los más bellos sepulcros del renacimiento y, a la izquierda, el de las Adoratrices. Muy cerca, el palacio de Monterrey y las Agustinas. Es decir, las mansiones y templos  más clásicos de la monumental ciudad castellana. También por estas calles y plazas, varios siglos antes, pasearon sus afanes literarios e intelectuales figuras de la talla de Fray Luís de León y Francisco de Vitoria.

El monumento dedicado a don Miguel de Unamuno es una importante obra de arte, tanto por su expresividad como por la pasión impuesta por el escultor Pablo Serrano. En sus formas y matices está reflejado el espíritu unamuniano, el gesto adusto y exigente del cantor del “Cristo de Velázquez”, el del pensador que invitaba a los españoles a ir en busca del sepulcro de Don Quijote. “Esto es una miseria, una completa miseria”, clamaba Unamuno ante el imaginario sepulcro de Alonso Quijano: “A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse”. Y casi a renglón seguido: “Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿Qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira?” Fustigaba el discurso de la mediocridad.

Continúo frente al monumento. Debo decir que es una radiante mañana de julio, que las aguas del Tormes discurren apresuradas hacia la campiña y que, de vez  en cuando, se oye el tañido de las campanas de alguna de las iglesias de la ciudad renacentista y moderna en su conjunto. El escultor  aparece con toga rectoral, caminando con las manos en la espalda. La muceta, echada hacia atrás, semeja los muñones  de las alas cortadas de un ángel caído. La cabeza de don Miguel, saliente hacia delante, es como un mascarón de proa y tiene algo de lechuza, símbolo de Minerva, diosa de la Sabiduría. La forma que el escultor ha dado a la toga rectoral nos presenta a Unamuno en multitud de vértices y  aristas, seguramente para expresar de este modo los vértices y aristas de su pensamiento apasionado y polémico. No olvidemos que para don Miguel la utopía es una verdad prematura que alguna vez podrá alcanzar una realización plenamente consumada.

Han acertado los biógrafos y estudiosos del autor en su definición de que quien no conoció a don Miguel de Unamuno en Salamanca, dificilmente pudo llegar a conocerle a fondo en su obra. Mucho más cuando los años que vivió en Salamanca fueron los de su plenitud intelectual y humana, por lo que allí tuvieron su origen los libros más importantes que escribió y publico, sus ensayos y poemas. Y es en esto en lo que he ocupado mi atención en esta calurosa mañana. No se comprende bien la grandeza de Salamanca sin Unamuno ni Unamuno sin la presencia salmantina. No hay más remedio que acudir a sus versos para cerrar estas reflexiones: “Del corazón en las honduras guardo/ tu alma robusta, cuando yo me muera;/ guarda, dorada Salamanca mía,/ tú mi recuerdo./ Y cuando el sol al acostarse encienda/ el oro secular que te recama,/ con tu lenguaje de lo eterno heraldo,/ dí tú lo que he sido”.  

 

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