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Opinión: “La llaga en el dedo”

La fiebre del ano
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La fiebre del ano

Por Santiago del Pozo

sábado 04 de abril de 2020, 21:16h

04ABR20 – MADRID.- Los españoles, sobre de natural calientes, tendemos a calentones, tanto da que sea en el fútbol, la política o en lo que nos echen, o si lo quieren más por lo fino, enfebrecidos. Y entre las variopintas fiebres no nos cabe la del oro, que andamos más bien escasos, como mucho la de la hipoteca, y si acaso la del sábado noche, harto sabido lo del sábado sabadete, pero tengo para mí que esa noche ya estamos un tanto desmadejados de currarnos los mil euros mensuales, si se alcanzan, aparte lo poco que dan de sí para juergas y devaneos, que se nos ha ido el fuelle por retambufa.

En los prolegómenos de esta maldita pandemia, el pánico se apoderó de nosotros y nos atacó una fiebre de compra aun más alta que la de rebajas corteinglesas, de por sí insuperable, y en los híper y supermercados nos hacinamos y expelimos a trochemoche esos primeros coronavirus que dictaminaban nuestros sabios para y gubernamentales que no nos afectarían, entretanto discutíamos por el “yoloviprimero” o se libraba el litigio entre dos dulces ancianitas por un pollo, que terminó partido en dos sin que un Salomón mediara, mientras el marido a saber de cuál de las dos se desternillaba tras la estantería de los sopicaldos. Por los jamones ibéricos no había disputa alguna, que el personal también sabe contenerse.

Si el desmadre consumista nos pareció ya de locura, llegamos después al alucine con la más histriónica, por no decir esperpéntica, de las fiebres, la del papel higiénico. Hubo que limitar en algunos sitios el cupo -usted se limpia los días pares y la señora los impares-, y separar a varias personas a un tris de llegar a las manos mientras unas sujetaban el rollo y otras tiraban y desenrollaban el papel como el perrito del anuncio, por lo que cualquier poco avisado podría pensar que se había desencadenado una colitis general.

Preocupaba más el ansiado papel, que el contagio por la epidemia que se nos estaba minimizando u ocultando. Y cuando, a pesar de ello, se nos alentó para que acudiéramos a la manifestación feminista, por aquello del “aquinopasaná”, llegado el fatídico día del desenfreno viral, me acodé junto a un colega de barra cafetera, con sonrisa de marido liberado a tiempo parcial, quien me confesó que su mujer, radical feminista hasta infundirle silencio y pavor, no había acudido a la cacareada manifestación porque coligió que era la oportunidad para comprar papel higiénico -y soltó una risotada previa a lo que iba a largar de su caletre- porque todas las mujeres estarían ocupadas en ponerse moradas para la protesta. Moradas, sí, de coronavirus -pensé-, que él ni siquiera intuía. No obstante, no pude por menos que invitar al carajillo a aquel divertido atribulado.

Acabábamos de descubrir que, de repente, nos habíamos vuelto más pulcros que nunca, y de resultas, el barrunto de que nos la cogemos con papel higiénico, y de ahí la imparable demanda, con categoría ya de astracanada. La educación de abuelos y padres nos ha llevado a enviciarnos en la higiene personal. Acaso sea la antesala del Estado del Bienestar. Estado que nos depara un acomodo de papel higiénico de triple capa.

Basta asomarse hoy al balcón, desde nuestro enclaustramiento, para ver terrazas con montoneras de rollos, apilados con perfección, observándonos con sus ojos vacuos. No se pide ya entre vecinos la ramita de perejil ni la tacita de arroz, ahora se pregunta de balcón a balcón si le sobra un rollito de papel higiénico de doble capa. Como si el puñetero papel nos preocupara más que el coronavirus,

Nuestros bisabuelos y aún muchos de los abuelos no conocían más allá del papel de periódico, que el de estraza resultaba poco placentero para tal menester higiénico, el canto rodado más agradecido y resultón como apaño en el campo y las hojas arbóreas, salvo la de higuera, rasposa ella. Hemos devenido a la exquisitez extrema gracias al esfuerzo de ellos, y los queremos pasaportar por mor de un protocolo encanallado.

Seremos la admiración del mundo por nuestros afanes higienistas, admiraran cuánto la pandemia nos ha hecho razonar para ser más respetuosos, responsables y limpios. Y la pandemia pasará y todo volverá a la normalidad, a lo de siempre, y los buenistas y los políticamente correctos se olvidarán de lo ocurrido o querrán taparlo, vaya usted a saber, y dirán lo del “aquinohapasaoná”, y el turismo regresará para gozar de nuestras playas, a visitar nuestras ciudades, nuestras joyas arquitectónicas y por qué no, a recorrer nuestras calles, nuestros comercios, nuestras bares y terrazas. Y descubrirán que la alegría persiste aun en la pobreza, que nada ha cambiado, que las calles siguen llenas de papeles, colillas y basura variada, y los bellos edificios heridos de grafitis, perdón, de arte callejero, y esquiarán, sin necesidad de ir a Cerler o a Sierra Nevada, deslizándose en las aceras y en los parques sobre la mórbida pista enmierdada por nuestros bien educados canes, mis disculpas de nuevo, perreros. Pero no se preocupen, que los benévolos turistas volverán, solo pensarán que con el coronavirus se ha marchado también la fiebre del ano.

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