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Marrakech, la Ciudad Roja que despierta los sentidos
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Marrakech, la Ciudad Roja que despierta los sentidos

Por Jesús Caraballo

miércoles 12 de diciembre de 2018, 21:55h

12DIC18 – MADRID.- Marrakech, en pleno corazón de Marruecos, puerta al desierto y con vistas a las cumbres nevadas del Atlas, ofrece al viajero un cúmulo de experiencias, con sus magníficos palacios, mezquitas y madrasas, que aúnan la mejor arquitectura musulmana y andalusí; sus zocos en la mejor tradición comercial de esta parada obligatoria de caravanas y, el reparador descanso en los riads, hoteles con encanto a precios muy asequibles, y la contundente cocina de origen bereber.

A escasas horas de vuelo de Europa, la Ciudad Roja, llamada así por las antiguas murallas que rodean la Medina, se ha convertido con su exotismo en uno de los destinos más apetecibles. Partiendo de la plaza principal, la Jemaa El Fna, Patrimonio Oral de la Humanidad, declarado por la UNESCO, por su algarabía de encantadores de serpientes, bailarines y contadores de historias, hay que perderse por el zoco y sus abigarradas callejuelas en cuyas tiendas el regateo es obligado. Siguiendo ese entramado, se visita la mezquita y la madraza de Ben Youssef, y las curtidurías.

De vuelta a la Jemaa El Fna, al lado está la mezquita Koutoubia, el edificio más alto de la ciudad (ninguna edificación puede superar su altura), y la tumba de Lalla Zohra. Muy próximo se encuentra también el antiguo barrio judío, la Mellah, del que apenas se conservan vestigios. Visitas obligadas son los palacios de Bahía y de Badía y las tumbas sadíes. El Palacio Real no se puede visitar, ya que es habitado ocasionalmente por la Familia Real del Reino alauí.

Son paradas obligatorias, para reparar fuerzas, por ejemplo, tomando un té verde, en alguna de las terrazas de los cafés de la Jemaa El Fna, admirando el espectáculo de la plaza, tanto de día como de noche. O bien, si nuestro bolsillo no nos permite alojarnos en el lujoso Hotel de La Mamounia, del que era habitual Winston Churchill, entre otros famosos, al menos tomar algo en su espectacular café.

Pero además de la parte medieval, hay que conocer “La ville nouvelle”, es decir, la zona francesa, con sus hermosas avenidas, y monumentos como el Teatro Real. Precisamente en este barrio hay parques que no hay que dejar de visitar, como el Majorelle y su Museo de Arte Islámico; la Menara, o el Palmeral. Unos jardines que junto al Agdal configuran una amplia dotación de espacios verdes, muy bien cuidados y que permiten escapar al bullicio de la ciudad.

Para aguantar el ritmo, nada mejor que disfrutar de la contundente gastronomía local, en donde los tajines, el cuscús y los dulces son omnipresentes, y en la que se aprecia la clara influencia bereber y andalusí.

Y por si el turista no ha tenido suficientes emociones y dispone de tiempo suficiente, las excursiones por el vecino desierto o por las bellas aldeas bereberes encaramadas en los riscos de la próxima cordillera del Atlas, o la hermosa Essaouira, ventana al Atlántico a tan sólo dos horas de coche, amplían las vivencias de un destino exótico y fascinante.

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