Mientras escribía estas líneas, he echado un vistazo en internet a algunas grabaciones de becerradas. Es una experiencia muy pedagógica. Un becerro es una cría de vaca de 1 ó 2 años y su altura es, más o menos, similar a la de un perro de raza mastín. En cualquier caso, el becerro es un animal-niño, y a este “terrorífico” ser se le pone a merced de una barahúnda compuesta por los ejemplares más incultos y grotescos de la población. Naturalmente, toda esta sangría es costeada con dinero público, el mismo que recauda el Ayuntamiento de Navaluenga a través de los impuestos.
Los heroicos machitos lo pinchan y acuchillan hasta que las débiles patas del becerrillo ceden, y cuando su cuerpo yace sobre el suelo y aún conserva algo de vida, la carnicería y el ensañamiento continúan hasta que se desangra. Un excelso triunfo de la cultura y el valor, ¿verdad?
Las becerradas y otras infamias de la España más negra y miserable acabarán antes de lo que algunos creen, igual que se puso fin a la ignominia del toro de Tordesillas. El avance del final de esa vergüenza se podrá constatar en la tarde del próximo 15 de septiembre, en la gran manifestación animalista que volverá a llenar la Puerta del Sol y las calles del centro de Madrid bajo el lema de Misión Abolición.
Tal como decíamos en la mili cuando ya oteábamos el final de nuestro periodo militar, “esto se acaba y no hay quien lo pare”.
Gabriel Téllez/ Ávila