El tiempo es como una gelatina que nos envuelve mientras estamos aquí en este planeta, en este lugar. Cabría hablar del tiempo cósmico o intergaláctico, el tiempo vital de los seres humanos, mi tiempo, mi propio tiempo.
El tiempo y la muerte que es el fin del tiempo visible, experimentable y mensurable; el tiempo más allá de la muerte; el tiempo para amar o para odiar; el tiempo para sentir; el tiempo de los demás, mi tiempo histórico. El tiempo durante la tortura, el tiempo en el placer, la preocupación por el propio tiempo y como lo utilizamos, como lo gastamos - en qué medida -, como lo gestionamos.
El tiempo, el amor y la muerte son las columnas centrales de toda literatura, de toda dramaturgia, de todo individuo, de toda persona capaz de pensar, de discernir, de autocensurarse.
Como vemos, como intuimos, este es un tema que da para mucho.
El tiempo es nuestro enemigo, pero también nuestro mejor amigo, nuestro aliado. A cada instante parece recordarte que has de vivir, que has de estar o de sentir- como dicen principalmente ellas.
Cuando eres niño y abres los ojos a la vida, todo parece atrayente y prometedor. Pero cuando llegado un momento, generalmente en la adolescencia o antes, alguien o algo fortuito nos descubre y manifiesta que hemos de morir, algo, como el sonido de un gong en la nace central de una catedral gótica, nos hace temblar de los pies a la cabeza y es entonces, solo entonces, cuando el ser humano, especulativo y trascendente, pone su mente en marcha a la búsqueda de una salida decente y decorosa, pero ya se transita en la realidad, algo bien gélida a veces, resbaladiza e inquietante.
(Continuará…)
(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.