El Egipto esencial tendría que empezar por el Museo de Antigüedades, antesala de lo que luego veremos en el mismo El Cairo, con sus famosas pirámides de Kefrén, Keops y Micerinos y la Esfinge de Gizá, y la pirámide de Saqqara; así como la infinidad de templos que jalonan el padre Nilo, columna vertebral del país y en torno al cual ha girado desde siempre la vida. Como decía el historiador Herodoto, “Egipto es un don del Nilo”.
Un río, el más largo del mundo, que con sus crecidas fertilizaba las tierras de cultivo desde la antigüedad. Sin embargo, para controlar su caudal, en el siglo XX, el Presidente Nasser acometió la ambiciosa construcción de la inmensa presa de Asuán, que dio lugar al Lago Nasser, un auténtico mar interior. España contribuyó, a iniciativa de la Unesco y junto con otros países, al rescate de monumentos que de otro modo hubieran quedado sumergidos en las aguas y, fruto de ello, disfrutamos en Madrid del Templo de Debod.
Desde Asuán y subiendo más al sur, atravesando el desierto, se llega a Abu Simbel y los templos de Ramses II y su mujer Nefertari. Antes de tomar alguno de los numerosos cruceros que surcan el Nilo hacia el norte, sin duda el mejor modo de conocer el río, conviene hacer escala en alguno de los poblados nubios que aún conservan –si bien, un poco “enlatado” para turistas-, las tradiciones del pueblo cuyo valle quedó anegado por las aguas del nuevo lago.
Kom Ombo, Edfu, Luxor y el templo de Karnak, el Valle de los Reyes… son nombres que van jalonando nuestro tranquilo discurrir hacia el norte, al tiempo que disfrutamos de los espectaculares atardeceres del Nilo y de ver pasar ante nuestras retinas a los campesinos, cuyas labores en el campo no difieren mucho a las de sus milenarios antepasados.
Con el relajante crucero –aunque a veces no tan relajante, ya que la vida del viajero sometido a la estresante agenda de paquetes turísticos es bastante dura-, se recargan pilas para retornar a El Cairo, que apenas percibimos tras nuestra breve escala al aterrizar en el país. Ahora sí es el momento de, intentando abstraerse del infernal tráfico, bullicio, la suciedad y la polución, disfrutar de la hospitalidad de los cairotas y de una riqueza monumental que seduce al visitante. El casco medieval musulmán; el barrio copto y su catedral, donde dice la tradición que vivió la Sagrada Familia esperando el retorno a Nazaret; la fortaleza de Saladino y su mezquita de la Turquesa, el gran bazar…
A todo ello, añádale el viajero lo que desee, cenar en un barco en el Nilo alguna de las especialidades locales o sus afamados dulces, fumar una pipa de narguile… El viaje daría para mucho más, por ejemplo, acudir al Sinaí a admirar la imponente mole del Monasterio de Santa Catalina, pero eso lo dejamos para otra ocasión.
(*) FEPET es la Federación Española de Periodistas y Escritores deTurismo y Gastronomía
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