El Camino Español cumple 450 años

La razón es que así se quería conmemorar el 450 Aniversario de la apertura del Camino Español, que unía las posesiones españolas del Milanesado y Flandes, y que permitía trasladar tropas, pertrechos y armas, para combatir a los sediciosos nobles calvinistas, que se revolvieron contra su legítimo Señor Felipe II. El tercer Duque de Alba, ya en su senectud, prestó este último servicio a su Rey, inaugurando en 1567 una ruta que fue todo un alarde de genio logístico y de esfuerzo, y que a lo largo de 55 años constituyó el eje que sostuvo el Imperio español en Centro Europa.

Hay que retroceder unos años atrás, para entender el problema. Al suceder Felipe II a su padre Carlos I -originario de Gante-, en 1556, los Países Bajos pasaron a estar sometidos a un monarca “extranjero”. El Rey se vio obligado a subir impuestos, lo que generó malestar entre los nobles calvinistas de la región. Sus demandas no fueron atendidas, lo que originó una revuelta, en 1.566, contra la gobernadora Margarita de Parma. Al año siguiente, Felipe II envió un ejército al mando del Duque de Alba de Tormes, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Tras sofocar la revuelta, los principales líderes, incluido el conde de Egmont, fueron ajusticiados por el Tribunal de los Tumultos, ante los desmanes ocasionados por los rebeldes calvinistas contra la población católica. Sin embargo, la rebelión no acabó ahí, pues Guillermo de Orange tomó el relevo y, dos años más tarde, entró en los Países Bajos al mando de un ejército de mercenarios alemanes.

Las provincias calvinistas del norte (Holanda, Frisia, Zelanda, Utrecht, Güeldres, Groninga y Overijssel) secundaron al de Orange, no así las del sur, que siguieron leales a Felipe II y al Duque de Alba. Ante las proporciones de la revuelta, el de Alba fue sustituido por Luís de Requesens –en 1574-, partidario de contemporizar, pero los ánimos no se aplacaron, por lo que fue sustituido (1576) por Juan de Austria. El nuevo gobernador aceptó las reclamaciones en el Edicto Perpetuo y empezó a replegar su ejército, pero no fue suficiente y la guerra continuó. Tras la muerte de Juan de Austria, llega un ejército al mando de Alejandro Farnesio. Se acentúa la división entre el sur católico y el norte hereje. Finalmente, éste se declara independiente.

Este enfrentamiento exigía numerosos recursos y hombres. Al principio, para sofocar la insurrección, se recurrió a levas de tropas en la zona leal a la Corona, en lo que hoy es Bélgica, pero cada vez hacían falta más recursos. Para hacerlos llegar, había dos opciones. Una era por mar, sin duda más rápida (un barco era capaz de cubrir 200 kilómetros al día con vientos propicios), pero eso exigía atravesar el Canal de la Mancha, dominado por los enemigos seculares de nuestro país, Francia e Inglaterra. Además, la flota quedaba expuesta a las inclemencias de esos mares y a los ataques de corsarios, la Marina inglesa, e incluso de los marinos hugonotes franceses de La Rochelle (Aquitania, suroeste de Francia), favorables a los rebeldes calvinistas.

Por ese motivo, se optó por la ruta terrestre, más lenta (los soldados cubrían los 1000 kilómetros que separaban Milán de Bruselas, con una media de 23 kilómetros al día, en ocasiones en poco más de un mes), pero también más segura. Los avituallamientos y, sobre todo, las siempre necesarias tropas de refuerzo y dineros para pagar a los ejércitos, se embarcaban en Barcelona o Nápoles, con destino al norte de Italia, donde se reaprovisionaban y descansaban ante las duras jornadas que les esperaban. A continuación, partían de Milán, capital del Milanesado, entonces perteneciente a España. El primer camino bordeaba Francia, a través de territorios españoles, o bien, aliados. Después de cruzar los Alpes por el Ducado de Saboya (gobernado por Carlos Manuel I, sobrino del Rey Felipe II), atravesaba el Franco Condado –parte de la Corona española-, y seguía por Lorena, Luxemburgo, el Obispado de Lieja y Flandes, hasta llegar a Bruselas.

El Camino fue, en primer lugar, un alarde logístico para la época. Nuestros ingenieros abrieron pasos de montaña, ensancharon caminos, levantaron puentes… También fue fruto de la destreza de nuestros diplomáticos, que cuando el Duque de Saboya cambió de bando a favor de Francia y se cerró esa primera vía, supieron negociar con los cantones suizos para lograr otra ruta alternativa. Este segundo camino pasaría por los valles de la Engadina y la Valtelina, llegando hasta Landeck, en el Tirol, para seguir por el Ducado de Lorena, a través de Alsacia. Este es el corredor militar que utilizó el Duque de Feria, en 1633, cuando acudió en ayuda del amenazado Duque de Baviera, aliado de la familia de los Habsburgo.

Francia, desde el Cardenal Richelieu, buscó por todos los medios ir restando aliados a España en esa ruta, que era un puñal en su espalda: sucesivamente y tras Saboya, nuestros enemigos consiguieron la desafección del Valle de la Valtelina, en Suiza, Alsacia, y el golpe definitivo que lo dio Luís XIII al invadir el Ducado de Lorena, en 1633. En Flandes se empezaba a poner el sol.

(*) FEPET es la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo y Gastronomía