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Por Tierras de Cuenca: Patrimonio de la Humanidad y del Viajero

Por Tierras de Cuenca: Patrimonio de la Humanidad y del Viajero

¿Quién no ha oído hablar de Cuenca, de su Ciudad Encantada, de sus casas colgadas? Confieso que cuando llegué a esta ciudad poco más sabía de estas peculiaridades.

miércoles 02 de diciembre de 2015, 00:16h
Por Tierras de Cuenca: Patrimonio de la Humanidad y del Viajero

Por Concha Pelayo (*)

Por eso cuando el taxista me conducía al hotel a gran velocidad, subiendo y bajando vertiginosamente por estrechas callejuelas, plazoletas recónditas y caprichosas, ya comencé a dejarme encantar. Su Catedral, a la derecha, mientras hacía mi primer recorrido, me recordó, por su fachada principal, a la parisina Notre Dame de Paris.

Ya en el Hotel, estratégicamente situado en la cima de una roca, una de las famosas “casas colgadas” me permitió contemplar su hoz derecha, una de las hoces que abrazan celosamente la ciudad para que no intente escapar. Un impresionante puente de hierro, a más de cincuenta metros sobre el suelo hace descender la mirada al fondo del abismo. Al otro lado, el Parador de Turismo, un recinto fortaleza magníficamente dotado de la sobriedad y el confort que caracterizan a los paradores de turismo. Desde cualquier ventanal las vistas merecen horas de ensimismamiento para disfrutar de un enclave único en el que se hace imposible frenar la imaginación. La inverosímil arquitectura conquense, al anochecer, conforma una sucesión difusa cuya luz se ajusta con mayor o menor fuerza sobre las rocas. Las barandillas de los pequeños balconcillos sujetan el abismo en armónica luminaria. La que fuera casa de José Luis Perales mira de frente al imponente paisaje. El romanticismo de este hijo predilecto de Cuenca está más que justificado.

Pasear por la ciudad, sobre todo al anochecer, es escuchar las propias pisadas y el rumor del agua al deslizarse por los caños de sus fuentes. A cada instante, un descanso sobre las barandas y paredes que protegen y separan de las gargantas profundas de las hoces de Cuenca. Una mirada y un suspiro. Un profundo barranco nos lleva a un hermoso santuario mariano donde los conquenses oran y se relajan del cansino recorrido hasta su acceso, pero antes de llegar, sobre un orificio excavado en la roca, aplicando el oído, se puede escuchar, dicen, los rumores del mar e incluso el canto del gallo. Confieso que escuché ambas cosas.

Y comienza mi periplo por la provincia para seguir con idéntico encantamiento. El nacimiento del Río Cuervo me sorprendió en un paraje, cuyas primeras nieves habían teñido de blanco el paisaje. E l gran farallón rocoso que sirve al naciente río de soporte, sirve de tobogán para que se deslice el agua en alegres y finas cascadas. Su murmullo es como un canto que atrae a las ardillas que habitan el lugar. El musgo se fija por doquier y las abundantes piedras, junto al tupido bosque, hacen pensar en nuestros belenes infantiles.

Es ahora Huete, ciudad barroca y renacentista, sobria y silenciosa, donde el manierismo se exhibe en palacios y monasterios como el de la Merced, en el que se atesora una gran pinacoteca donde se pueden encontrar obras de Picasso, Dalí, Zapata o Corot. También se admiran piezas valiosas de orfebrería.

San Clemente, localidad declarada Conjunto Histórico, se enorgullece y con razón, de la monumentalidad de sus edificios como el Pósito, del siglo XVI, el Arco Romano de fina belleza, o la Casa de la Reina Mora hasta completar una veintena de señeros edificios, todos ellos de gran interés. No le falta a San Clemente su Museo Etnográfico de Labranza, instalado en una soberbia torre, “Torrevieja”, de corte medieval, cuyas almenas dan al edificio un aire levantisco y guerrero. En su interior se atesoran diferentes utensilios y aperos de labranza de generaciones anteriores. Su dueña lo muestra con orgullo. San Clemente, localidad enclavada en el Sur de la provincia, aparece como: “muy noble, muy leal y fidelísima”.

Sin alejarnos demasiado de Huete, una elegante bodega en Calzadilla, inmersa en un soberbio paisaje de viñedos bien cuidados hacen del entorno un remanso de paz y vino para hacer más fácil el camino. La variedad y calidad de sus caldos justifica su existencia.

Muy próxima a Tragacete, otra interesante población que da acomodo para que los ríos Júcar, Cuervo o Tajo, eligieran ese lugar para nacer. Una hermosa hostería sirve de relax tras la larga jornada de caminata y encantamiento obligatorio.

Son muchas las ofertas que Cuenca regala al viajero. Son muchas las sensaciones que se perciben y son también muchas las emociones y la tristeza al abandonarla porque entre todo ello, como casi siempre, están sus gentes, abiertas y generosas. Cuenca, declarada por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad, encanta a todos aquellos que la conocen.

(*) Concha Pelayo es escritora, crítica de arte.

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