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Una Velada Inolvidable

Una Velada Inolvidable

Por Germán Ubillos Orsolich

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

 

Hay momentos en la vida que sin ser los más importantes desde el punto de vista económico, social, jurídico o profesional, pueden sin embargo serlo desde el punto de vista emocional, esto es lo que me pasó el otro día en la presentación de mi último libro en el “Cafetín Croché” de San Lorenzo de El Escorial.

Yo había sido durante diez largos años presidente del jurado de los premios de narrativa y de poesía que otorgaba este local y sus encantadores propietarios Mari Cruz Lorente y Manolo Míguez, decidíamos los premios en el Restaurante “El Diábolo” cercano a la Embajada de los Estados Unidos en Madrid, eran cenas inolvidables que se prolongaban hasta altas horas de las madrugada, vivían mis padres, mi hermana Mercedes, mi “maestra” Pepi me ayudaba a corregir los cientos de originales que nos llegaban en las primeras preselecciones, también mi amiga María Luisa Oller hija del catedrático de Derecho Canónico y con la que jugaba al tenis….Pues bien, se ha dado la circunstancia de que en la reciente presentación de mi último libro titulado “Más Allá del Purgatorio” he elegido para su presentación a dos íntimos amigos, íntimos de verdad, no he elegido a otros amigos de segunda fila como puedan ser Cristina Narbona, Eduardo Sotillos Juanjo Alonso Millán, César Pérez de Tudela, Jacob Petrus o el fallecido Paquito Fernández Ochoa.

Con un sentido temporal y escenográfico de mi propia vida quise elegir a Octavio Uña Juárez que por cierto acababa de publicar su magnífica “Sociología y Comunicación” en la colección Ciencias Sociales de la Editorial Univérsitas y a José Antonio de Mesas Basán, exsecretario Nacional de la Unesco y Consejero de la Comisión Española para el Quinto Centenario, además de Gran Orden de Cisneros, del Mérito Civil, de Alfonso X el Sabio y de Isabel la Católica, y Conde de Gausa. Pero a ver si nos entendemos, Octavio ha sido invitado a dar conferencias en todo el mundo, en Estados Unidos, Francia, Méjico, Argentina, Puerto Rico, Egipto, Irak, Australia y Nueva Zelanda, su obra científica ocupa 26 libros y su obra poética 20 volúmenes. Pero seguimos sin entendernos, cualitativamente eran mis amigos más íntimos, los más cercanos a mí, con los que nos hemos contado las mayores intimidades, hemos compartido las mayores alegrías y también las mayores desgracias. Para colmo como si se tratara de varios satélites muy diferentes de sistemas planetarios distintos girando alrededor de un mismo sol, ahí, el otro día en “Croché”, coincidimos o más bien me traje a Tomás Pueyo, el famoso productor de cine y a su mujer la francesa Marie Paul, a la guionista de cine Esther Sanz que ya estaba trabajando en el guión de mi propio libro y a su bellísima hermana (que a mi no se me pasa una, me ocurre lo que a mi amigo Julio Iglesias), también estaban mi mujer, la propietaria de la librería “Arias Montano” una de las chicas más inteligentes y chispeantes que he conocido.

Con la sala repleta de gente entre la que se encontraba el propio Pérez de Tudela, Grégori de la cadena SER y algún que otro conocido, a José Antonio de Mesa no se le ocurrió durante su discurso otra cosa que leer el epílogo del libro, esto es cuando salen todos los bienaventurados en el paraíso con sus túnicas blancas, en ese Valle de Josafat que sitúo precisamente en el Valle de Ucanca y las Cañadas del Teide de la Isla de Tenerife (para mí el verdadero Paraíso), hice el esfuerzo más extraordinario de mi vida para no romper a llorar estrepitosamente, en mi mente y en mi corazón se me aunaron los recuerdos de mis padres, de mi hermana y de Pepi, todos muertos, desaparecidos, los recuerdos de “Cróché”, durante tantos años, los veraneos en El Escorial, durante tantas décadas, mi niñez, con una España tan diferente, el mundo del cine tan importante  siempre para mí desde que rodaran y estrenaran “Largo Retorno”.

Todo aquello estaba representado y condensado en aquellos instantes, la vida detenida en unos segundos junto a todos mis amigos, mis familiares y los espectadores que me querían, que me quisieron, que me quieren y que me querrán, si hubiesen tocado una folía canaria creo que me hubiese caído muerto….La guionista me sonreía ahí en la penumbra, el productor tras sus gafas muy a lo Mastroinani o a lo De Sica también sonreía, Cielito lloraba y allá en la oscuridad de la lejanía pues la luz cegadora de los focos del pequeño escenario no nos dejaban ver estarían los vivos, mi mujer, la mujer de José Antonio… pero yo sabía que más allá, un poco más allá de la penumbra, también estaban los difuntos, mis difuntos, nuestros difuntos, más allá de la frontera que precisamente explicaba en el libro que ahora presentábamos y que Octavio Uña glosaba tan magistralmente. En fin, lectores, fue una velada inolvidable y no sé por qué siempre me da en pensar que puede ser la última.

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