Otros como el viejo Ángel Borge, amigo del alma, gusta definirme como un hombre que vive en un mundo irreal hecho de fantasía.
En mis principios la “zona teatral” estaba claramente dividida en tres estamentos: el director, el actor y el autor.
¿Cómo era mi relación con los directores?: Misteriosa y marcando las distancias. No obstante están equivocados quien piense que era demasiado frío o al decir de mi hermano, muy complejo. En realidad siempre los consideré unos demiurgos, capaces de hacer maravillas con el texto o de destrozarlas totalmente.
Tuve la suerte de conocer personalmente quizá al mejor de todos, a José Luis Alonso (no de Santos, que es autor) y le conocí en Valencia, en compañía de mi padre, ensayando “El diario de Ana Frank” y nunca olvidaré lo que protestaban los actores de la incomodidad que pasaban en aquellas literas y cubículos del decorado copia del refugio en el que la niña Ana Frank sobrevivía a la ocupación nazi. Y que al final daría con ella en los campos de extermino y en la muerte.
Tiempo después, José Luis Alonso, el gran director-mago del espacio escénico-, me invitó a su preciosa y espaciosa casa de la calle de Serrano, en Madrid, muy cerca de la esquina la Puerta de Alcalá. Aparecía calvo, cálido y risueño más joven quizá que visto sobre el escenario dando instrucciones. Su trágico e imprevisto final me produjo honda impresión.
A Miguel Narros le conocí en Prado del Rey mientras grababan alguna de mis Series sobre textos de Paul Heyse o Stefan Zweig.
Narros era hombre alto, recio y de gran seriedad. Observó con detenimiento mi versión de “Madame Bovary” de Flaubert: “Un gran trabajo – dijo –, un poco descriptiva”.
Creo que a mí en el fondo los directores me daban miedo, miedo a que lo hicieran mal y ese miedo se me quitó con Catena.
Sencillo y dicharachero Víctor Catena de voz atiplada y a veces aguda, le ponía yo el termómetro y le visitaba con unción en su casita de la calle Juan Duque, junto al río Manzanares, estaba muy solo y era muy sensible y trabajó como un chino en este país a veces injustamente ingrato, y pude que ver sus lágrimas cuando abandonó Madrid, arrojando la toalla al negársele el Real Cinema, para poner sus obras y producciones. Terminó marchándose a Marbella, como la productora Carmen Troitiño, para acabar allí sus días.
Quedan otras constelaciones de buenos directores más jóvenes, también de realizadores de televisión, pero eso lo dejaremos para otro día.